(Juan Jáuregui, en CCS).- Durante estos días, cuando hablo con amigos cristianos, les encuentro a todos como tristes, nostálgicos, llenos de añoranzas de otros tiempos que les parecían mejores.
Me dicen: La Semana Santa de ahora ya no es como lo de antes. Se ha profanado todo. Se ha diluido todo. La mayoría de mis amigos aprovechan estos días para irse de vacaciones. Abres los periódicos y todo son anuncios invitándote a hacer turismo, a ir a tal o cual playa para tomar los primeros soles del año. Las carteleras de los cines anuncian la misma violencia o la misma pornografía de las otras semanas. En la televisión ya ni se nota la Semana Santa.
Y después de hacerme esta triste enumeración, añaden: A veces se siente uno solo, se pregunta si no seremos nosotros los idiotas que no nos aprovechamos de estas vacaciones. Y si tú no te lo preguntas, te empujan a hacerlo tus hijos, que quieren irse al extranjero, o a la montaña, como todos sus amigos. Uno termina pensando si esto de ser cristiano no será ser un bicho raro.
Yo entiendo muy bien esta queja de muchos cristianos, porque a veces yo he sentido lo mismo. Pero entonces me pregunto si Cristo no sentiría también algo parecido. En estos días de su pasión Él sí que se sintió solo. Él sí que tuvo que sentirse bicho raro, redimiendo a unos hombres que ni se lo merecían ni se lo iban a agradecer.
Si Cristo hubiera sido tan cobarde como nosotros somos, habría tirado la toalla. Habría dicho: Que se rediman ellos. Pero aguantó. Y subió a la cruz en la soledad más absoluta.
Por eso yo quisiera deciros que no os dejéis contagiar por el pesimismo. Que no os preguntéis lo que hacen los demás. Que no os angustiéis por las películas que ponen en los cines. Que os preguntéis más bien por la película que vosotros mismos vais a vivir estos días en vuestro corazón.
Al fin y al cabo, lo que a Cristo le interesa no es la compañía de la bambolla de las calles. Él cuenta con la compañía de los corazones. Y seguro que en su balance de esta Semana Santa, él no va a contar el número de personas que desfilaron en las procesiones, sino el número de creyentes que le acompañaron desde el corazón.
Cada uno de nosotros es responsable de su propia alma. Que la de usted, amigo, no se vaya estos días de vacaciones.
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