Conviénete buscar con diligencia la gracia de la devoción, pedirla sin cesar, esperarla con paciencia y buena confianza, recibirla con alegría, guardarla humildemente, obrar diligentemente con ella y encomendar a Dios el tiempo y la manera de la soberana visitación hasta que venga. Débeste humillar, especialmente cuando poca o ninguna devoción sientes de dentro; mas no te caigas del todo, ni te entristezcas demasiadamente.
Dios da muchas veces en un momento lo que negó en largo tiempo. También da algunas veces en el fin de la oración lo que al comienzo dilató de dar.
Si la gracia de continuo nos fuese otorgada y dada siempre a nuestro querer, no la podría bien sufrir el hombre flaco. Por eso en buena esperanza y humilde paciencia se debe esperar la gracia de la devoción. Y cuando no te es otorgada, o te fuere quitada secretamente, echa la culpa a ti y a tus pecados.
Algunas veces pequeña cosa es la que impide a la gracia y la esconde, si poco se debe decir y no mucho lo que tanto bien estorba. Mas si perfectamente vencieres lo que estorba, sea poco o sea mucho, tendrás lo que pediste.
Luego que te dieres a Dios de todo tu corazón, y no buscares esto ni aquello por tu querer, mas del todo te pusieres en Él, hallarte has unido y sosegado; porque no habrá cosa que tan bien te sepa como el buen contentamiento de la divina bondad.
Pues cualquiera que levantare su intención a Dios con sencillo corazón y se despojare de todo amor o desamor desordenado de cualquiera cosa criada, estará muy dispuesto y digno a recibir la divina gracia y el don de la devoción. Porque nuestro Señor da su bendición donde halla vasos vacíos. Y cuanto más perfectamente alguno renunciare las cosas bajas y fuere más muerto a sí mismo por el propio desprecio, tanto más presto viene la gracia, y más copiosamente entra, y más alto levanta al corazón libre.
Y entonces verá, y abundará, y maravillarse ha, y ensancharse ha su corazón en sí mismo, porque la mano del Señor es con él, y él se puso del todo en su mano para siempre. De esta manera será bendito el hombre que busca a Dios en todo su corazón y no ha recibido su ánima en vano. Éste, cuando recibe la sagrada comunión, merece la singular gracia de la divina unión, porque no mira a su propia devoción y consolación, mas a la gloria y honra de Dios.
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