Queridos hermanos:
Muchos suelen ser los esfuerzos que hacemos para encontrar lo que nos falta, lo que suponemos que nos dará felicidad: un buen trabajo, dinero, cultura, placer, vacaciones, coche, casa… Las parábolas de hoy, nos preguntan sobre si hacemos el mismo esfuerzo para encontrar el Reino, la visión verdadera de la vida, el tesoro de una relación con Dios.
El Reino no es una cosa, es algo valioso, un valor fundamental, más importante que los demás, por el que el hombre debe arriesgar todo por conseguirlo. Como insinúa la primera lectura de hoy, pertenece más bien al nivel de la sabiduría, al saber vivir con dignidad, con sentido, al saber por qué se vive y para qué se vive. El Reino es lo esencial, se encuentra, está escondido, cuando lo has descubierto es cuando te haces sabio y sabes distinguir entre lo que vale y no vale. Todo se relativiza cuando uno encuentra un tesoro, lo demás queda en segundo plano, (lo mismo pasa con el amor, o cuando tenemos a una persona querida enferma…), por eso: “va a vender todo lo que tiene y compra el campo”.
La búsqueda del Reino, supone una actitud de cambio en cada uno de nosotros, esta relación con Dios modifica nuestro estilo de vida. Si no lo modificara, no sería el Reino de Dios, sino solamente fruto de nuestra imaginación, una autojustificación de nuestras propias conductas. Este es el cambio de valores que trae consigo el seguimiento de Jesús, es peligroso, puede explotarte en las manos y cambiarte la cara, de modo que ya no te reconozcan ni los más cercanos, plantearte conflictos allí donde la gente de nuestro mundo no se preocupa. “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos” (Gandhi), el Reino no te dejará indiferente, te hará no ser neutral, tomar partido, (por ejemplo ante la guerra en Palestina y otras causas), puede que te manches, pero con la alegría de “no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento” (primera lectura, Reyes 3,5).
¿Pero dónde hay que buscarlo, fuera de la vida ordinaria, en una forma de vida especial? El evangelio habla de discernimiento, de la red en que se mezclan peces comestibles con otros que no, de un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo viejo, según necesidad. La sinceridad nos debe llevar a encontrarlo allí donde está: en lo cotidiano. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde menos lo imaginamos, lo cual nos exige mirar hacia donde nunca miramos. El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de nuestra vida, por un amigo, por un trabajo, el prójimo, los pobres, los excluidos… Este cambio de corazón y de mirada nos deberían enseñar a encontrarlo en los acontecimientos de cada día, pequeños y grandes, aunque él se manifiesta allí donde menos lo esperamos. Sigamos arriesgando, no en vano dice el mismo Mateo: “Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt. 6,21).
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