Nos encontramos en la era del “todos somos iguales y tenemos los mismos derechos”, que a más de un abogado (de los que gozan del sentido común) le ha traído dolores de cabeza, debido a que de varias maneras se ha tratado de forzar a las leyes para que regulen situaciones que de por sí en su esencia, son irregulares. Sin embargo, este tipo de situaciones han llegado a ser muy comunes en el mundo actual, desde la situación del mal llamado “matrimonio homosexual” hasta la eutanasia infantil y la legalización de las drogas.
Algo que le cuesta mucho a la gente comprender, es que la Iglesia Católica maneja criterios y medidas sumamente diferentes, y en muchos de los casos hasta contrarias, a las que maneja el mundo actual. Por esta postura, se ha tratado a la Iglesia de retrógrada, anacrónica e intransigente, sin embargo, esto no borra en absoluto el hecho de que es la única institución humana – y divina para quienes la conformamos – que ha sobrevivido incólume por dos milenios enseñando exactamente la misma doctrina y fundamentándose en los mismos dogmas, con la ingeniosa habilidad de transmitirlo de formas diversas de acuerdo a cada tiempo.
¿Qué es el sacerdocio?
Después de haber hecho este pequeño preámbulo, paso al tema en cuestión. Hay que tener en cuenta que el sacerdocio ministerial es un Sacramento instituido por Jesucristo un 1 de abril del año 33
[1]en la Ultima Cena. Sin embargo esta institución alcanza su plenitud en tres momentos importantes, a saber:
- En la Ultima Cena, les concede el poder de transubstanciar[2]el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre, al decirles: “Hagan esto en memoria mía”[3].
- Tres días después, una vez Resucitado, les confiere la altísima misión de perdonar los pecados: “Como el Padre me envió, así también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"[4]
- Finalmente, les confiere el poder y la misión de enseñar, bautizar y gobernar al pueblo cristiano de manera explícita: "A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"[5]
Pues bien, les “concedió”, les “confirió” y les “mandó”, pero ¿a quiénes?...
a los apóstoles, y, ¿qué tienen en común todos ellos?: ¡Eran hombres!
Es muy probable que frente a esta afirmación, ya a estas alturas hayan saltado de su asiento las feministas radicales y los defensores de “todos tenemos el mismo derecho” de los que hablé al principio, pero para que sepan,
quien así lo decidió NO fue la Iglesia, ni el Papa ni mucho menos yo. Fue Cristo, y nos lo dice el Evangelio de la siguiente manera:
“Llamó a los que El quiso y vinieron donde El. Instituyó doce para que estuvieran con Él para enviarlos a predicar”[6].
“Pero eso fue antes, ahora las cosas han cambiado”
Quisiera recordarles que no estamos tratando con un partido político ni con un gremio social, sino con la Iglesia que Cristo instituyó, y a la cual le dejó lineamientos claros sobre los cuales debe caminar, tanto así, que la Ceremonia de Ordenación Sacerdotal se da de acuerdo a los lineamientos específicos de la Liturgia y del Derecho Canónico, el cual claramente estipula que:
“sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación”[7]. Estos lineamientos implícita o explícitamente mandados por Jesucristo, no tienen fecha de caducidad ni manera de ser cambiados (como es el caso de los divorciados en nueva unión, que por más que la Iglesia trate de hacer más llevadero el asunto,
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