Ahora resulta que un Comité de Expertos, con un mensaje convenientemente amplificado por la tele pública, ha decidido que la mezquita-catedral de Córdoba es propiedad del Estado, aunque la propiedad de hecho de la Iglesia consta de forma oficial desde el siglo XIII. Por cierto, ¿saben quiénes figuran, o figuraban, en ese "Comité de Expertos"? La vicepresidenta del Gobierno, doña Carmen Calvo, de profesión ultrafeminista, y uno de los masoncetes más conocidos de España: el exdirector de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza: todo muy objetivo.
Hablamos de la tomadura de pelo de las inmatriculaciones. Vamos, de cómo el Gobierno de Pedro Sánchez quiere robarle sus catedrales y centros de culto a la Iglesia y, sobre todo, de cómo pretende injuriar a Cristo y a los cristianos. Nada original: lo mismo hicieron los ancestros de Sánchez, los progresistas del siglo XX. Vamos con ello:
Purita es una buena mujer y muy trabajadora, pero de pocas letras. Permanece en el aquel hogar desde muy jovencita. Ella se siente orgullosa de servir a la familia del señor, un ensayista muy reconocido de principios del siglo XX. Y se ha hecho costumbre que siempre que el escritor envía con un propio su artículo al periódico, se repita siempre la misma escena:
Purita ¿Ha entendido usted lo que he escrito hoy…, está claro?
Sí señor, —responde ella.
Pues, entonces, voy a oscurecerlo un poco para que parezca más intelectual.
Pues eso es lo que está haciendo Pedro Sánchez y su gobierno, oscurecer sus aviesas intenciones, porque a los progres se les han puesto los ojos golositos al mirar los bienes de la Iglesia y andan mareando la perdiz con lo de las inmatriculaciones de las catedrales, las iglesucas de los pueblos y hasta las ermitas en descampado de San Roque o del santo que se tercie, para quedarse con ellas.
Y desde que Soros visitó la Moncloa con descaro, Pedro Sánchez todo lo hace en nombre del progreso y de una sociedad laica, madura y emancipada de cualquier credo religioso, porque como proclamó a los cuatro vientos en un programa de televisión, él es ateo. Ya ven lo que son las cosas, al presidente del Gobierno lo de concurrir a unas elecciones le va menos que hacer méritos ante su amo para ser el más progre y el más moderno del corral.
Al igual que en el siglo XIX, desde Moncloa se pretende justificar el latrocinio a los curas con una cuestion de justicia social e interés público
Dicen algunos que en materia de colores, a Pedro Sánchez lo que le gusta es lo del negro, y a lo mejor por eso oscurece su comportamiento con lo de las inmatriculaciones —que la palabreja se las trae— para no emplear un término que todos entenderíamos mejor, como es el de la desamortización. Y como el líder de los socialistas ha tenido que dedicar tanto tiempo para escribir su tesis doctoral de Economía, no le han quedado horas para estudiar Historia, lo que es muy grave por aquello de que el que no la conoce, está condenado a repetirla. Por eso le voy a ayudar en lo que puedo a Pedro Sánchez y le voy a explicar lo de la desamortización, no sea que volvamos a las andadas.
Allá por los años setenta el siglo pasado, cuando servidor estudiaba en la Universidad Autónoma de Madrid, la desamortización de los bienes de la Iglesia que llevaron a efecto los gobiernos liberales del siglo XIX tenía muy buena fama. Se nos repetía en clase los cuatro topicazos de los promotores de las leyes desamortizadoras, los Mendizábal y los Madoz, con los que habían justificado su actuación otros 100 años atrás.
Nos decían que la desamortización se había hecho para impulsar el progreso y la riqueza de España, que estaban frenando las manos muertas de la Iglesia. Y en ese toreo de salón practicado en las aulas del 68, alguno de mis profesores culminaba su serie de muletazos con un pase de adorno, citando a un señor como Marcelino Menéndez y Pelayo, del que comentaban que, por ser muy de derechas, había escrito la tontería de que la desamortización había sido un inmenso latrocinio.
Y fue por aquellos años cuando el tristemente desaparecido Francisco Tomás y Valiente, asesinado por la ETA en 1996, publicó un libro que se titulaba El marco político de la desamortización española que influyó de tal manera en los estudiantes de Historia, que se extendió la mentalidad entre quienes nos dedicábamos al siglo XIX: si no investigabas la desamortización no eras nadie.
En uno de mis veranos juveniles, hasta nos reunimos en un congreso, en el Palacio de la Magdalena de Santander, estudiantes y profesores de toda España y parte del extranjero, que aliviamos el tedio y el cansancio de aquellas jornadas desamortizadoras una de las noches, porque en nuestra misma sede actuaban Alaska y los Pegamoides. Fue todo un espectáculo ver mover el esqueleto a venerables profesores de pelo cano, como Richard Herr.
Pascual Madoz perteneció al partido progresista y estaba en contra de la redención de quintas
Fue allí donde descubrí la verdad de la desamortización. Ahíto me había quedado yo de la historia cuantitativa, por haber tenido que contar y fichar los libros publicados durante el reinado Fernando VII (1814-1833) para hacer mi tesina, que me ocupó un año entero, como para seguir en mi tesis doctoral contando hectáreas de alfalfa y fanegas de cereales. Porque para mi desgracia y aburrimiento, la Historia que yo mamé era materialista y cuantitativa, ya que entonces Marx era dios y Tuñón de Lara su profeta.
Todo aquello de las estructuras y las superestructuras no tenía ningún interés cultural para mí, y decidí que, en lugar de andarme por las superficies de los cultivos desamortizados, debía introducirme en las raíces de la desamortización. Mi tesis doctoral la dediqué a la biografía de uno de los políticos, que ha pasado a la historia por ser el autor de la mal llamada desamortización civil, como fue Pascual Madoz(1805-1870), que la emprendió contra los bienes de los ayuntamientos y también con los de la Iglesia, que no habían sido pasto de las leyes desamortizadoras anteriores.
Y por aquello de que Menéndez y Pelayo era tan de Santander como el Palacio de la Magdalena, donde celebrábamos el Congreso sobre Desamortización y Hacienda Pública, volvía una y otra vez a mi cabeza lo que había escrito aquel señor, del que nos decían que por ser tan de derechas no podía tener razón.
Y claro que se equivocó Menéndez y Pelayo. La desamortización española no fue un inmenso latrocinio, la realidad es que la desamortización española fue una colección inmensa de latrocinios en la que se enriquecieron aún más una serie de familias, empezando por las de los propios autores de la desamortización, como fue el mismísimo Pascual Madoz.
Pascual Madoz perteneció al partido progresista y estaba en contra de la redención de quintas, porque ese sistema beneficiaba a los ricos que pagando una determina cantidad de dinero, solo al alcance de muy pocos, se libraban de servir en el ejército, que en el siglo XIX era tanto como ir a la guerra. Y había que oír a los progresistas del siglo XIX en el Congreso de los diputados clamar contra el sistema de la redención de quintas.
Por eso, mientras desaparecía tan injusta situación y como Pascual Madoz eran tan progresista no tuvo otra que acudir en ayuda de los menesterosos, para lo que fundó una compañía de seguros contra quintas, que se denominó La Peninsular. El negociete de Madoz tenía como disimulo redimir de las quintas a los pobres, cuando les tocase ingresar en el ejército.
Para que se llevara a efecto la tan ansiada redención de La Peninsular de Madoz y demás compañeros de partido que se integraron en esta sociedad, había que cumplir un trámite necesario. Cuando nacía un niño, la mamá le inscribía en la compañía de Madoz, que cada mes le pasaba un recibito. De manera que con la alta mortalidad infantil que se gastaba por entonces, muy pocos infantes llegaban a la edad de mozos sorteables, y así el negocio del progresista Madoz era redondo.
Para tranquilidad de todas aquellas madres, que mes tras mes se lo quitaban de la boca, para pagar los recibos de La Peninsular con el fin de que sus hijos se libraran de ir a la guerra, Madoz anunciaba en los prospectos de esta empresa que podían estar tranquilas, que la Peninsular respondería cuando llegase el caso, porque las cuotas mensuales que le entregaban estaban a buen recaudo y produciendo, porque se invertían en bienes inmuebles.
Los terrenos que compraba La Peninsular de Pascual Madoz procedían de las subastas de los bienes desamortizados de la Iglesia, que salieron a la venta gracias a las leyes que el mismo Madoz había promovido
Y como en dichos prospectos de La Peninsular se indicaban dónde estaban esos inmuebles, se me ocurrió ir a los archivos notariales, donde pude confirmar mis sospechas. Los terrenos que compraba La Peninsular de Madoz procedían de las subastas de los bienes desamortizados de la Iglesia, que salieron a la venta gracias a las leyes que el mismo Madoz había promovido, como ministro de Hacienda en 1855.
Así que recuerde ahora, entre otras hazañas, La Peninsular de Madoz les limpió medio huerto a las Descalzas Reales de Madrid, con todo lo que habían sido y eran entonces estas monjas en la sociedad madrileña. Además, la empresa de Madoz se llevó a precio de ganga en las subastas de la desamortización todos los terrenos de las entonces llamadas Ventas del Espíritu Santo, que hoy se conoce como el barrio de Ventas, donde construyó viviendas y lo mismo hizo en muchos lugares de España, hasta que se murió en un tren italiano, cuando fue comisionado por el Congreso en 1870 para traer a España a Amadeo de Saboya.
Queda señalar el carácter sectario y antirreligioso de las leyes desamortizadoras. A aquellos masones decimonónicos, como les gustaba la pasta tanto como a los promotores del Nuevo Orden Mundial de nuestros días, no se conformaron con montar un entramado con el que se enriquecieron los que tenían posibles para poder acudir a las subastas. En este tipo de sujetos de moral tan amplia, la avaricia deja cabida al sectarismo, por eso a la vez que se enriquecen robando los bienes de la Iglesia, le quitan sus recursos con el fin de que no pueda hacerse presente en la sociedad.
Había que hacer desaparecer todo recuerdo del sentimiento religioso. De manera que las disposiciones desamortizadoras de antaño establecían que si el comprador de un edifico religioso lo adquiría y no lo derribaba para construir otro nuevo, estaba obligado a eliminar todo signo que indicara el uso que había tenido anteriormente como las cruces. Y por supuesto había que echar al suelo todas las campanas y fundirlas, no fuera que el toque imprevisto de una de ellas recordara la transcendencia.
Desamortización de Mendizábal y de Madoz e inmatriculaciones de Pedro Sánchez, en el fondo vienen a ser lo mismo. Odio a Dios y a quienes le adoramos como cristianos es lo que se esconde en el programa sectario y antirreligioso de Pedro Sánchez, que mientras nos distrae con su estrategia trolera y trata de embaucar a la sociedad para que averigüe donde está la bolita, embobada como está ante el engaño, más de uno de los visitantes de las Moncloa, como Soros, se va forrar sin que nadie diga nada.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá
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