.

Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

viernes, 4 de enero de 2013

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO (MARIA VALTORTA) XXIX


557.    Llegan de Siquem los parientes de los tres niños arrebatados a los bandoleros.
18 de enero de 1947.

1Jesús se encuentra solo en la islita que está en medio del torrente. En la orilla, pasado el torrente, juegan los tres niños y bisbisean en voz baja como para no turbar la meditación de Jesús. De vez en cuando, el más pequeño da un gritito de alegría al descubrir una piedrecita de bonito color o una tierna flor; los otros le hacen callar diciendo: «¡Calla! Jesús está rezando...», y prosigue el bisbiseo mientras las manitas moruchas construyen con la arena pequeños cubos y conos que, en la imaginación infantil, serían casas y montañas.
Arriba el Sol resplandece, hinchando cada vez más las yemas en los árboles y abriendo capullos en los prados. El chopo tiembla con sus hojas verdegrises, y los pájaros, engarbados, regatean, con quiebros de amor o de rivalidad que terminan unas veces en canto, otras en chillido de dolor.
Jesús ora. Sentado en la hierba, amparado por una mata de juncos que hay entre Él y el sendero de la orilla, está absorto en su oración mental. En algunas ocasiones alza los ojos para observar a los pequeños que juegan en la hierba, luego los baja de nuevo y se recoge otra vez en sus pensamientos.
2Veloces pasos entre las plantas de la orilla y la irrupción de Juan en la islita ponen en fuga a los pájaros, que alzan velocísimos el vuelo desde la cima del chopo, poniendo fin así a su carrusel con un chirrido producido por el miedo.
Juan no ve inmediatamente a Jesús, tapado por los juncos; un poco desorientado, grita: «¿Dónde estás, Maestro?».
Jesús se pone en pie mientras los tres niños gritan desde la orilla opuesta: «¡Allí está! ¡Detrás de las hierbas altas!».
Pero Juan ha visto ya a Jesús y va donde Él. Dice: «Maestro, han venido los parientes, los parientes de los niños. Y con muchos de Siquem. Han ido donde Malaquías, y Malaquías los ha llevado a la casa. Yo he venido a buscarte».
«¿Judas dónde está?».
«No lo sé, Maestro. Ha salido nada más llegar Tú aquí, y no ha vuelto. Estará por la ciudad. ¿Quieres que le busque?».
«No, no hace falta. Quédate aquí con los niños. Quiero hablar antes con los parientes».
«Como quieras, Maestro».
Jesús se marcha. Juan va donde los niños y se pone a ayudarlos en la gran empresa de hacer un puente sobre un imaginario río hecho con largas hojas de caña puestas en el suelo simulando el agua...
3Jesús entra en la casa de María de Jacob, que está en la puerta esperándole y que le dice: «Han subido a la terraza. Los he llevado allí para ofrecerles descanso. Pero, ahí viene Judas deprisa, viene del pueblo. Voy a esperarle y luego preparo un refrigerio a los peregrinos, que están muy cansados».
También Jesús espera a Judas en la entrada, un poco obscura respecto a la luz exterior. Judas no ve inmediatamente a Jesús y, al entrar, dice altaneramente a la mujer: «¿Dónde están los de Siquem? ¿Es que ya se han marchado? ¿Y el Maestro? ¿Nadie le llama? Juan...». Ve a Jesús y cambia de tono diciendo: «¡Maestro! Cuando lo he sabido de pura casualidad, he venido corriendo... ¿Estabas ya en casa?».
«Estaba Juan, y me ha buscado».
«Yo... yo también habría estado, pero en la fuente me invitaron algunos a explicarles algunas cosas...».
Jesús no responde nada. No abre la boca, si no es para saludar a los que le están esperando, sentados parte en los muretes de la terraza y parte en la habitación que da a ella, los cuales, en cuanto le han visto, se han levantado respetuosos.
Jesús, después del saludo colectivo, saluda a algunos por el nombre, con el estupor contento de éstos, que dicen: «¿Te acuerdas todavía de nuestros nombres?». Deben de ser los habitantes de Siquem.
Y Jesús responde: «De vuestros nombres, de vuestras caras y de vuestras almas. ¿Habéis acompañado a los parientes de los niños? ¿Son ésos?».
«Son ésos. Han venido a recogerlos y nos hemos unido a ellos para agradecerte tu piedad para con esos hijitos de mujer samaritana. ¡Sólo Tú sabes hacer estas cosas!... Tú eres siempre el Santo que hace solamente obras santas. Nosotros también te hemos recordado siempre. Y ahora, sabiendo que estabas aquí, hemos venido. Para verte y decirte que te agradecemos el que nos hayas elegido como refugio tuyo y el que nos hayas amado en los hijos de nuestra sangre. 4Pero escucha a los parientes».
Jesús, seguido por Judas, se dirige a ellos y los saluda nuevamente, invitándolos a hablar.
«Nosotros ‑ no sé si lo sabes ‑ somos los hermanos de la madre de los niños. Y estábamos muy enojados con ella porque, estúpidamente y contra nuestro consejo, quiso esa boda infeliz. Nuestro padre fue débil respecto a la única hija de entre su numerosa prole; tanto que también nos enojamos con él, y, durante años, entre nosotros hubo silencio y separación. Luego, sabiendo que la mano de Dios pesaba sobre la mujer y que en su casa había miseria ‑ porque una unión impura no tiene la defensa de la bendición divina ‑ tomamos con nosotros de nuevo, en nuestra casa, a nuestro anciano padre, para que no tuviera otro dolor aparte de la miseria en que se consumía la mujer. Luego ella murió. Lo supimos. Tú habías pasado hacía poco tiempo y se hablaba de ti entre nosotros... Y nosotros, venciendo el enojo, ofrecimos al hombre, a través de éste y éste (dos de Siquem), tomar con nosotros a los niños. Eran mitad sangre nuestra. Dijo que prefería muertos a todos de mala muerte, antes que que vivieran por nuestro pan. ¡No tuvimos ni a los niños ni, ni siquiera, el cuerpo de nuestra hermana, para que recibiera sepultura según nuestros ritos! Y entonces le juramos odio, a él y a su sangre. Y el odio cayó sobre él como una maldición, tanto que de libre le hizo siervo, y de siervo... un muerto que acabó sus días como un chacal en un maloliente cuchitril. Nunca lo habríamos sabido, porque hacía mucho que todo había muerto entre nosotros. 5Y cuando hace ocho noches vimos aparecer en nuestro patio a esos bandoleros, mucho temimos; sólo eso. Y luego, al saber por qué habían aparecido, el enojo ‑ no el dolor - ­nos mordió como un veneno, y nos apresuramos a despedir a los bandidos ofreciéndoles una buena recompensa para tenerlos como amigos, y nos quedamos asombrados al oírles que ya se habían cobrado y que no querían más».
Judas rompe al improviso el silencio atento de todos con una irónica carcajada, y grita: «¡Su conversión! ¡Verdaderamente total!».
Jesús le mira con severidad; los demás, con asombro. El que estaba hablando prosigue: «¿Y qué más podías pretender de ellos? ¿No es ya mucho haber ido guiando al zagal y desafiando peligros, sin pretender la merced? Desgraciada vida requiere desgraciada costumbre. Seguro que no fue abundante el botín que sacaron de ese necio muerto como un vagabundo. No fue abundante. Y apenas suficiente para quienes deben suspender sus rapiñas durante diez días al menos. Tanto nos asombró su honestidad, tanto, que les preguntamos que qué voz les había hablado inculcando esta piedad. Y así supimos que un rabí les había hablado... ¡Un rabí! Sólo Tú. Porque ningún otro rabí de Israel podría hacer lo que Tú has hecho. Una vez que se marcharon, preguntamos mejor al amedrentado zagal y supimos con más exactitud las cosas. En un principio sabíamos sólo que el marido de nuestra hermana se había muerto y que los niños estaban en Efraím con un justo; y luego, que este justo, que era rabí, había hablado con ellos. Inmediatamente pensamos que eras Tú. Llegados a Siquem al rayar el alba, nos asesoramos con éstos, porque todavía no estábamos decididos respecto a hacernos cargo de los niños o no. Pero éstos nos dijeron: "¿Cómo! ¿Y vais a hacer que el amor del Rabí de Nazaret por esos niños haya sido inútil? Porque seguro que es Él, no lo dudéis. Es más, vamos todos donde Él porque su benignidad para con los hijos de Samaria es grande". Y, dejando arregladas nuestras cosas, hemos venido. 6¿Dónde están los niños?».
«Junto al torrente. Judas, ve a decirles que vengan».
Judas va.
«Maestro, es un duro encuentro para nosotros. Esos niños nos recuerdan todas nuestras angustias. Todavía dudamos si hacernos cargo de ellos. Son hijos del más fiero enemigo que jamás tuvimos en el mundo...».
«Son hijos de Dios. Son inocentes. La muerte anula el pasado y la expiación obtiene perdón, por parte de Dios también. ¿Queréis ser más severos que Dios?, ¿más crueles que los bandidos?, ¿más obstinados que ellos? Los bandidos querían matar al zagal y quedarse con los niños: matar al zagal, por precavida defensa; quedarse con los niños, por compasión humana hacia los indefensos. El Rabí habló y ellos no mataron, y condescendieron incluso en guiar hasta vosotros al zagal. ¿Voy a tener que conocer la derrota con corazones rectos, habiendo derrotado al delito?...».
«Es que... somos cuatro hermanos y ya hay treinta y siete niños en nuestra casa...».
«¿Y donde encuentran alimento treinta y siete gorrioncillos, porque el Padre de los Cielos les procura el grano, no van a encontrarlo cuarenta? ¿O es que el poder del Padre no va a procurar el alimento a otros tres, es más: a cuatro, hijos suyos? ¿Tiene un límite esta divina Providencia? ¿Va a zozobrar el Infinito por hacer más fecundos vuestras semillas, árboles y ovejas, para que sean siempre suficientes el pan, el aceite, el vino, la lana y la carne para vuestros hijos y otros cuatro pobres niños que se han quedado solos?».
«¡Son tres, Maestro!».
«Son cuatro. También es huérfano el zagal. ¿Podríais, si se os apareciera Dios aquí, sostener que vuestro pan está tan justo, que no se podría dar de comer a un huérfano? La piedad hacia el huérfano está prescrita en el Pentateuco...».
«No podríamos sostenerlo, Señor. Es verdad. No vamos a ser inferiores a los bandidos. Daremos pan, ropa y alojamiento también al zagal. Por amor a ti».
«Por amor. Por todo el amor. A Dios, a su Mesías, a vuestra hermana, a vuestro prójimo. ¡Éstos son el obsequio y perdón que habéis de dar a vuestra sangre! No un frío sepulcro para sus cenizas. Perdón y paz. Paz para el espíritu del hombre que pecó. Pero no sería sino un falso perdón, sólo externo; y no significaría en absoluto paz para el espíritu de la difunta que es hermana vuestra y madre de los niños, si a la justa expiación de Dios se uniera, dando penoso tormento, el conocimiento de que sus hijos siendo inocentes, expían su pecado. La misericordia de Dios es infinita. Pero unid a ella la vuestra para dar paz a la difunta».
«¡Lo haremos! ¡Lo haremos! Ante nadie se habría doblegado nuestro corazón, pero ante ti sí, Rabí, que has pasado un día entre nosotros sembrando una semilla que no ha muerto ni morirá».
«¡Amén! 7Ahí están los niños...» Jesús los señala ‑ se dirigen hacia la casa ‑ indicando el ribazo del torrente. Los llama.
Y ellos sueltan las manos de los apóstoles y van corriendo y gritando: «¡Jesús! ¡Jesús!». Entran, suben la escalera, están ya en la terraza... se detienen, atemorizados, ante tantos extraños que los miran.
«Ven, Rubén, y tú, Eliseo, y tú, Isaac. Éstos son los hermanos de vuestra mamá, y han venido por vosotros para uniros a sus hijos. ¿Veis qué bueno es el Señor? Igual que la paloma aquella de María de Jacob que vimos que anteayer daba de comer a una cría no suya sino de su hermano muerto. Él os recoge y os da a éstos para que os cuiden y ya no seáis huérfanos. ¡Ánimo, saludad a vuestros parientes!».
«El Señor esté con vosotros, señores» dice tímidamente el mayor, mirando al suelo. Y los dos más pequeños hacen coro.
«Éste es muy parecido a su madre, y también éste; éste, sin embargo (el mayor), es igual que su padre» observa uno de los parientes.
«Amigo mío, no creo que seas tan injusto, que hagas diferencias de amor por una semejanza de cara» dice Jesús.
«¡No! Eso no. Observaba... y pensaba... No quisiera que tuviera del padre también el corazón».
«Es un niño tierno todavía. En sus palabras sencillas se transparenta un amor por su madre bastante más vivo que cualquier otro amor».
8«Pero los mantenía mejor de lo que creíamos. Están vestidos y calzados con decoro. Quizás había hecho fortuna...».
«Yo y mis hermanos tenemos la ropa nueva porque Jesús nos ha vestido. No teníamos ni sandalias ni manto. En todo estábamos como el pastor» dice el segundo, que es menos tímido que el primero.
«Te compensaremos todo, Maestro» responde uno de los parientes, y añade: «Joaquín de Siquem tenía las dádivas de la ciudad. Pero añadiremos más dinero todavía...».
«No. No quiero dinero. Quiero una promesa. Vuestra promesa de amor a estos que he arrebatado a los bandoleros. Las ofrendas... Malaquías, tómalas para los pobres que tú conoces, y cuenta entre ellos a María de Jacob, porque bien pobre es su casa».
«Como quieras. Si son buenos, los querremos» .
«Lo seremos, señor. Sabemos que hay que serlo para volvernos a encontrar con nuestra mamá y remontar el río hasta el seno de Abraham, y no soltar el hilo de nuestra barca de las manos de Dios para que no nos arrastre la corriente del demonio» dice Rubén todo de corrido.
«Pero, ¿qué dice el niño?».
«Una parábola que me han oído a mí. La dije para consolar su corazón y darles a sus espíritus una guía. Y los niños la han guardado en su memoria y la aplican en todas sus acciones. Familiarizaos con ellos mientras hablo a estos de Siquem...».
9«Maestro, una cosa todavía. Lo que nos asombró en los bandidos fue el ruego de que dijéramos al Rabí que tenía consigo a los niños que los perdonara si se habían tomado mucho tiempo para ir; que se considerara que a ellos no les estaban abiertos todos los caminos y que la presencia de un niño en su grupo había impedido largas marchas por las angosturas escabrosas».
«¿Has oído, Judas?» dice Jesús a Judas Iscariote, que no replica.
Luego Jesús se aísla con los de Siquem, que le arrebatan la promesa de una visita, aunque sea breve, antes del ardor del verano. Y, entretanto, le cuentan a Jesús cosas de la ciudad, y cómo se acuerdan de Él los que fueron curados en el alma o en el cuerpo.
Mientras, Judas y Juan se dedican a estrechar los vínculos entre los niños y sus familiares...


558.    Con la comitiva que regresa a Siquem.   Parábola de la gota que excava  la roca.
21 de enero de 1947.

1Jesús va andando por un camino solitario; delante de Él, los parientes de los niños; a su lado, los de Siquem. Están en una zona desierta. No se ve ningún centro habitado. A los niños los han montado en unos burritos cuyos ramales lleva un pariente, cuidando del niño. Los otros burritos, libres de caballeros porque los de Siquem han preferido ir a pie para estar cerca de Jesús, preceden al grupo de los hombres, en manada y rebuznando de vez en cuando de alegría por volver al establo sin peso alguno, en un espléndido día, entre lindazos orlados de hierba nueva en la que de vez en cuando hunden sus ollares para saborear un bocado y luego, con ambladura juguetona, caracolean y dan alcance a sus compañeros cabalgados, lo cual hace reír a los niños.
Jesús habla con los de Siquem o escucha sus conversaciones. Es patente que los samaritanos se sienten orgullosos de tener con ellos al Maestro, y sueñan más de lo que conviene; tanto, que dicen a Jesús, señalando los montes altos que están a la izquierda de quien camina hacia el Norte: «¿Ves? Mala fama tienen el Ebal y el Garizim. Pero, para ti al menos, son mucho mejores que Sión. Y serían totalmente buenos si Tú quisieras, eligiéndolos como morada tuya. Sión es siempre guarida de los Jebuseos. Y los de ahora son para ti todavía más enemigos que los antiguos para David*. Él, porque hizo uso de la violencia, tomó la ciudadela; pero Tú, que no haces uso de la violencia, no reinarás allí. Nunca. Quédate aquí con nosotros, Señor, que nosotros te honraremos».
Jesús responde: «Decidme: ¿me habríais amado si con violencia os hubiera querido conquistar?».
«Verdaderamente... no. Te queremos precisamente porque eres todo amor».
«¿Por esto, entonces, por el amor, reino en vuestros corazones?».
«Así es, Maestro. Pero es porque hemos acogido tu amor. Ellos, los de Jerusalén, no te aman».
«Es verdad. No me aman. 2Pero, vosotros que sois todos muy expertos en el comercio, decidme: cuando queréis vender, comprar y ganar, ¿acaso os desalentáis porque en ciertos lugares no os estimen?, ¿o, más bien, realizáis igualmente vuestros negocios preocupándoos sólo de hacer buenas compras y ventas, sin tener en cuenta si del dinero que ganáis está ausente la estima de quien con vosotros ha comprado o vendido?».
«Sólo nos preocupamos del negocio. Poco nos importa si al negocio le falta la estima de quien trata con nosotros. Terminado el negocio, terminado el contacto. La ganancia queda. El resto... no tiene valor».
_____________________
* David en la toma de Jerusalén, narrada en 2 Samuel 5, 6‑10; 1 Crónicas 11, 4‑9.


«Bueno, pues, Yo también, Yo, que he venido a actuar los intereses del Padre mío, me debo preocupar sólo de esto. Que luego, en donde actúo estos intereses, encuentre estima o burla o frialdad, eso a mí no me preocupa. En una ciudad comercial, no con todos se gana, no con todos se hacen compras y ventas; sino que, aunque se trate con uno sólo, si se saca una buena ganancia, se dice que ese viaje no ha sido inútil, y se vuelve una y otra vez. Porque lo que la primera vez no se obtiene sino con uno se obtiene con tres la segunda, con siete la cuarta, con muchos las otras. ¿No es así? Yo, respecto a las conquistas para el Cielo, hago como vosotros para vuestros negocios: insisto, persevero, encuentro que es suficiente la pequeña ‑ en cuanto al número ‑ pero grande ‑ una sola alma salvada es ya una cosa grande ‑, grande compensación conseguida con mi esfuerzo. Cada vez que voy allí y supero ‑ por conquistar, como Rey del espíritu, aunque sólo sea a un súbdito ‑ todo lo que puede ser una reacción del Hombre, no digo, no, que haya sido inútil el que haya ido, ni que hayan sido inútiles los dolores o las fatigas; al contrario, digo que las burlas, injurias y acusaciones han sido santas, dulces, deseables. No sería un buen conquistador si me detuviera ante los obstáculos representados por graníticas fortalezas».
«Pero necesitarías siglos para superar estos obstáculos. Tú... eres un hombre y no vivirás siglos. ¿Por qué perder tu tiempo donde no te aceptan?».
«Viviré mucho menos. Es más, pronto ya no estaré con vosotros. Dejaré de ver albas y ocasos, en cuanto hitos de días que surgen y días que concluyen, y los contemplaré únicamente como bellezas de la Creación y alabaré por ellos al Creador que los hizo y que es Padre mío; dejaré de ver el florecimiento de las plantas y la maduración de los cereales, y no tendré necesidad de los frutos de la tierra para mantenerme en vida, porque, una vez que haya vuelto a mi Reino, me nutriré de amor. Pero, a pesar de todo, derribaré esas muchas fortalezas fuertemente cerradas que son los corazones de los hombres.
3Observad esa piedra de ahí, bajo aquel manantial, en la ladera del monte. El manantial es muy sutil. Yo diría que, más que fluir, gotea: una gota que lleva cayendo quizás siglos en aquella roca que sobresale de la ladera del monte. Y la piedra es bien dura. No es caliza friable ni blando alabastro. Es basalto durísimo. Y, sin embargo, fijaos cómo en el centro de la piedra convexa, y a pesar de serlo, se ha formado una minúscula balsa, no mayor que el cáliz de un nenúfar, pero sí suficiente para reflejar el cielo azul y dar de beber a los pájaros. ¿Esa concavidad en la roca convexa, acaso la ha hecho el hombre para engastar una gema azul en la piedra obscura y poner en ella un cuenco refrescante para los pájaros? No. El hombre no se ha ocupado de ello. Quizás, durante el transcurso de los muchos siglos en que los hombres vamos pasando por delante de esta roca excavada por una gota secular con su inexorable y rítmico trabajo, nosotros somos los primeros en observar este basalto negro con su turquesa líquida en el centro, y admiramos su belleza, y alabamos al Eterno por haber querido que existiera para delectación de nuestros ojos y refrigerio de los pájaros que anidan por aquí cerca.
Pero, decidme: ¿acaso la primera gota que brotó por debajo del saliente basáltico situado encima de la roca, y que cayó desde esa altura sobre esta piedra, fue la que excavó el cuenco que refleja el cielo, el Sol, las nubes y las estrellas? No. Millones y millones de gotas, una tras otra, una tras otra, se han ido sucediendo, brotando como una lágrima allá arriba, bajando tornasoladas a golpear contra la piedra, y, con una nota de arpa al morir en ella, han ido rebajando, en medida inmensurable por su pequeñez, la materia dura. Y así siglos y siglos, con el movimiento de los granos en un reloj de arena, marcando el tiempo: tantas gotas por hora, tantas en el curso de una vigilia, tantas entre el alba y el ocaso, tantas de una a otra neomenia, y de Nisán a Nisán, y de siglo a siglo. Resistente la piedra, persistente la gota.
El hombre, que es soberbio y, por tanto, impaciente y ocioso, habría arrojado maceta y uñeta después de los primeros golpes, diciendo: "Esto no se puede excavar". La gota ha excavado. Era lo que debía hacer; aquello para lo que fue creada. Y ha rezumado, una gota tras otra, durante siglos, hasta excavar la piedra. Y no se ha detenido luego diciendo: "Ahora se encargará el cielo de alimentar el cuenco que yo he excavado, con el rocío y las lluvias, la escarcha y las nieves". No, ha seguido cayendo; y ella sola llena el minúsculo cuenco en el tiempo del calor veraniego o del rigor invernal. Mientras que las lluvias, violentas o suaves, fruncen la pileta, pero no pueden embellecerla ni ensancharla ni ahondarla, pues ya está colmada y es ya útil y hermosa. El manantial sabe que sus hijas, las gotas, van a morir en la pequeña cavidad, pero no las retiene; al contrario, las mueve a ir hacia su sacrificio, y para que no estén solas y se pongan tristes les envía nuevas hermanas, de manera que la que muera no esté sola, y se vea perpetuada en otras.
4Yo también, siendo el primero en golpear, en golpear cien, mil veces contra las fortalezas duras de los duros corazones, y perpetuándome en mis sucesores ‑ a los cuales enviaré hasta el final de los siglos ‑ abriré en ellas hendeduras, y mi Ley entrará como un sol a dondequiera que haya criaturas. Y si luego éstas no quieren la Luz y cierran las hendeduras que el inexhausto trabajo haya abierto, Yo y mis sucesores no tendremos culpa de ello ante los ojos del Padre nuestro. Si ese manantial se hubiera abierto otro canal al ver la dureza de la roca y hubiera goteado más allá, donde hay terreno herboso, decidme vosotros si tendríamos esa gema brillante, y los pájaros ese límpido refrigerio».
«Ni siquiera se le hubiera visto, Maestro»; «como mucho... un poco de hierba un poco más tupida incluso en verano habría indicado el sitio donde el hilo de agua goteaba»; «o incluso, habiéndose podrido las raíces por la continua humedad, menos hierba que en otras partes»; «y fanguillo; nada más; por tanto, un goteo inútil».
«Vosotros lo habéis dicho. Un inútil, al menos ocioso, goteo. Yo también, si se diera el caso de que prefiriera únicamente aquellos lugares donde los corazones están dispuestos a acogerme por justicia o simpatía, llevaría a cabo un trabajo imperfecto; porque trabajaría, sí, pero sin fatiga, es más, con mucha satisfacción del yo, con un complaciente compromiso entre el deber y el gusto. Ya no pesa trabajar donde a uno le rodea el amor y donde el amor hace dúctiles a las almas que uno debe labrar. Pero, si no hay fatiga, no hay mérito, y tampoco hay mucho beneficio porque pocas conquistas se hacen si uno se limita a aquellos que ya están en la justicia. No sería Yo, si no tratase de redimir ‑ primero en orden a la Verdad, luego en orden a la Gracia ‑ a todos los hombres».
5«¿Y piensas lograrlo? ¿Qué vas a poder hacer, más de lo que has hecho ya, para convencer a tus adversarios de lo que dices? ¿Qué, si ni siquiera la resurrección del hombre de Betania ha valido para que los judíos digan que eres el Mesías de Dios?».
«Me queda por hacer algo aún mayor, mucho mayor que lo hecho».
«¿Cuándo, Señor?».
«Con la Luna llena de Nisán. Poned atención entonces».
«¿Habrá una señal en el cielo? Se dice que cuando naciste el cielo habló con luces, cantos y estrellas extraños».
«Es verdad. Para decir que la Luz había venido al mundo. En Nisán habrá señales en el cielo y en la tierra. Parecerá el fin del mundo a causa de las tinieblas, el temblor y el bramido de rayos y terremotos, en el firmamento y en las entrañas abiertas de la Tierra. Pero no será el final; antes al contrario, será el principio. Cuando vine, el Cielo dio a luz para los hombres al Salvador, y, por ser acto de Dios, la paz fue compañera del acontecimiento. En Nisán será la Tierra la que, con voluntad propia, dará a luz para sí al Redentor, y, por ser acto de hombres, la paz no será su compañera, sino que lo que habrá será una horrenda convulsión. Y entre el horror del momento de este mundo y del infierno, la Tierra abrirá su seno bajo las saetas encendidas con el fuego de la ira divina, y expresará a gritos su voluntad, demasiado ebria como para conocer su alcance, demasiado endemoniada como para evitarla. Cual desquiciada parturienta, creerá estar destruyendo el fruto considerado maldito, y no comprenderá que, al contrario, lo estará elevando a lugares en que jamás será alcanzado por dolor ni asechanza algunos. El árbol, el nuevo árbol, desde entonces extenderá sus ramas por toda la Tierra, durante todos los siglos, y el que ahora os habla será reconocido, con amor u odio, como verdadero Hijo de Dios y Mesías del Señor. Y ¡ay de aquellos que le reconozcan sin querer confesarle y sin convertirse a Él!».
6«¿Dónde sucederá esto, Señor?».
«En Jerusalén. Ciertamente es la ciudad del Señor».
«Entonces nosotros no estaremos presentes porque en Nisán la Pascua nos retiene aquí. Somos fieles a nuestro Templo» .
«Mejor sería que fuerais fieles al Templo vivo que no está ni en el Moria ni en el Garizim, sino que, siendo divino, es universal. Pero sé esperar vuestra hora, la hora en que amaréis a Dios y a su Mesías en espíritu y verdad».
«Nosotros creemos que Tú eres el Cristo. Por eso te amamos».
«Amar es dejar el pasado para entrar en mi presente. No me amáis todavía con perfección».
Los samaritanos se miran de refilón y callan. Luego uno dice: «Por ti, por ir donde ti, lo haríamos. Pero no podemos, aunque quisiéramos, entrar donde están los judíos. Tú esto lo sabes. Los judíos no nos aceptan...».
«Ni vosotros a ellos. Pero estad tranquilos, que dentro de poco ya no habrá dos regiones, ni dos Templos, ni dos modos de pensar opuestos. Habrá un único pueblo, un único Templo, una única fe para todos los que deseen la Verdad. 7Ahora os dejo. Los niños ya están consolados y distraídos, y para mí es largo el camino de regreso a Efraím para llegar antes de que desciendan las tinieblas. No os intranquilicéis. Vuestros gestos podrían llamar la atención de los pequeños, y no conviene que se den cuenta de que me marcho. Seguid vuestro camino. Yo voy a estar aquí. Que el Señor os guíe por los senderos de la Tierra y por los senderos de su Camino. Idos».
Jesús se acerca al monte y deja que se alejen. Lo último que se percibe, de la caravana que vuelve a Siquem, es la alegre risa de un niño, una risa que se propaga por los silencios del camino montano.

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