559. En Efraím, peregrinos de la Decápolis y misión
secreta de Manahén.
22 de enero de 1947.
1La noticia de
que Jesús está en Efraím, quizás por jactancia de los propios habitantes de la
ciudad, quizás por otros motivos por mí ignorados, debe haberse difundido
porque ya son muchos los que vienen a buscarle: la mayor parte, enfermos;
alguna persona afligida por algo o que tiene deseos de verle. Comprendo esto
porque oigo a Judas Iscariote decir a un grupo de peregrinos venidos de la Decápolis: «El Maestro
no está. Pero estamos yo y Juan y es lo mismo. Decid, pues, qué deseáis y
nosotros lo haremos».
«Pero
jamás podréis enseñar lo que Él enseña» objeta uno.
«¡Piensa
que nosotros somos otro Él! Recuerda esto siempre. Pero si quieres oír al
Maestro en persona vuelve antes del sábado y márchate después del sábado. El
Maestro ahora es un verdadero maestro. Ya no habla en todos los caminos, en los
bosques o encima de las peñas como un errante, y a todas horas como un siervo.
Habla aquí, el sábado, como le corresponde. ¡Y hace bien! ¡Para lo que le ha
servido agotarse de fatigas y amor!».
«Pero
nosotros no tenemos la culpa de que los judíos...».
«¡Todos!
¡Todos! ¡Judíos y no judíos! Todos habéis sido, y seréis, iguales; Él, todo a
vosotros; vosotros, nada a Él. Él, dar; vosotros, no dar: ni siquiera el óbolo
que se da al mendigo».
«Tenemos
dádivas para Él. Míralas, si no nos crees».
2Juan, que ha
estado todo este tiempo callado, pero con visible sufrimiento y mirando a Judas
con ojos de súplica y reproche (o, mejor: de amonestación), ya no sabe
contenerse, y, mientras Judas alarga la mano para tomar las dádivas, él le para
poniéndole una mano en el brazo, y le dice: «No, Judas, esto no. Tú sabes cuál
es la orden del Maestro» y se dirige a los peregrinos; dice: «Judas se ha
explicado mal y vosotros habéis comprendido mal. No es eso lo que quería decir
mi compañero. Lo que nosotros - yo, mis compañeros, vosotros, todos ‑ debemos
dar por lo mucho que el Maestro nos da es sólo una ofrenda de sincera fe, de
amor fiel. Cuando peregrinábamos por Palestina, Él aceptaba vuestras dádivas
porque eran necesarias para nuestro camino y porque encontrábamos a muchos
mendigos en él, o veníamos a enterarnos de situaciones ocultas de miseria.
Ahora, aquí, no tenemos necesidad de nada ‑ alabada sea por ello la Providencia ‑, y
tampoco encontramos mendigos. Quedaos con vuestras dádivas y dádselas en nombre
de Jesús a personas desdichadas. Éstos son los deseos del Señor y Maestro nuestro,
y las órdenes que ha dado a nuestros compañeros que van evangelizando por las
distintas ciudades. Y, si tenéis enfermos entre vosotros, o a alguno que tenga
verdadera necesidad de hablar con el Maestro, pues decidlo, que yo voy y le
busco donde se aisla en oración porque su espíritu tiene grandes deseos de
recogerse en el Señor».
Judas
murmulla entre dientes algo, pero no se opone abiertamente. Se sienta junto a
la lumbre como desinteresándose de la cosa.
«Verdaderamente...
no tenemos grandes necesidades. Pero hemos sabido que estaba aquí y hemos
cruzado el río para venir a verle. De todas formas, si hemos hecho mal...».
«No,
hermanos. No es ningún mal amarle y buscarle, incluso no sin incomodidades y
esfuerzo. Y vuestra buena voluntad recibirá recompensa. Voy a decirle al Señor
que habéis venido. Él seguro que viene. Pero, aun en el caso de que no viniera,
yo os traería su bendición». Y Juan sale al huerto para ir a buscar al Maestro.
«¡Deja!
Voy yo» dice Judas imperiosamente, y se levanta y sale afuera raudo. Juan le ve
marcharse, pero no objeta nada.
Entra
de nuevo en la cocina, donde están, bastante estrechos, los peregrinos. Pero
casi inmediatamente les propone: «¿Qué os parece si vamos al encuentro del
Maestro?».
«Y
si Él no quisiera...».
«¡No
deis a un malentendido más importancia de la que tiene, os lo ruego! 3Vosotros
sabéis cuáles son las razones de nuestra presencia aquí. Son los demás los que
obligan al Maestro a estas medidas de discreción. Ciertamente, no es la
voluntad de su corazón, que siempre guarda los mismos sentimientos de afecto
para todos vosotros».
«Lo
sabemos. Los primeros días que siguieron a la lectura del decreto se dieron a
buscarle afanosamente en la
Transjordania y en los lugares donde pensaban que pudiera
estar. En Betabara, Betania, Pel.la, Ramot Galaad, a incluso más allá. Y
sabemos que lo mismo hicieron en Judea y Galilea. Las casas de sus amigos han
estado muy vigiladas, porque... si bien es cierto que son muchos sus amigos y
discípulos, muchos son también los que no son amigos y creen servir al Altísimo
persiguiendo al Maestro. Luego, en seguida, la búsqueda ha cesado, y ha corrido
la voz de que estaba aquí».
«¿Pero
vosotros por quién lo habéis sabido?».
«A
través de discípulos suyos».
«¿Mis
compañeros? ¿Dónde?» .
«No.
Ninguno de ellos. Otros. Nuevos, porque no los hemos visto nunca ni con el
Maestro ni con discípulos antiguos. Es más, nos extrañó el que Él hubiera
mandado a unos desconocidos con el encargo de decir dónde estaba; pero también
pensamos después que quizás lo hubiera hecho porque los judíos no conocían a
los nuevos como discípulos».
«Yo
no sé lo que os dirá el Maestro, pero por mi parte os digo que de ahora en
adelante no debéis fiaros sino de los discípulos conocidos. Sed prudentes.
Todos los habitantes de esta nación saben lo que le sucedió al Bautista...».
«¿Crees
que...?».
«Si
Juan, odiado sólo por una*, fue capturado y muerto, ¿qué no le sucederá a
Jesús, a quien odian por igual el Palacio y el Templo, fariseos, escribas,
sacerdotes y herodianos? Así que estad muy atentos para no tener luego
remordimientos... Pero, ahí viene. Vamos a su encuentro».
4Es plenamente
de noche. Una noche sin Luna, aunque clara de estrellas. No podría decir la
hora que es, pues no veo la posición de la Luna ni su fase. Veo sólo que es una noche
serena. Todo Efraím ha desaparecido bajo el velo negro de la noche. El torrente
también, y ahora no es sino una voz; sus espumas y reflejos han quedado
totalmente anulados bajo la bóveda verde de los árboles de las orillas, que son
obstáculo incluso para esa luz no luz que viene de las estrellas.
Un
pájaro nocturno se lamenta en algún lugar. Luego se calla a causa de un rumor
de ramajes y crujir de cañas, un rumor proveniente de la parte de la montaña y
que se va acercando a la casa siguiendo el torrente. Luego una forma alta y
robusta surge de la orilla por el sendero que sube hacia la casa. Se detiene un
poco como para orientarse. Pasa al ras de la pared, tanteándola con las manos;
encuentra la puerta. La roza, pero sigue adelante. Dobla, aún tanteando, la
esquina de la casa. Llega a la pequeña puertecita del huerto. La palpa, la
abre, la empuja, entra. Ahora va al ras de las paredes que dan al huerto. En
llegando a la puerta de la cocina, vacila; pero luego continúa hasta la
escalerita externa. Sube ésta a tientas. Se sienta ‑ sombra obscura en la
sombra ‑ en el último escalón. Pero, por el Oriente, el color del cielo
nocturno ‑ un entrecielo obscuro percibido como tal sólo por estar tachonado de
estrellas ‑ empieza a cambiar de tonalidad, a tomar un color que el ojo logra
percibir como tal: un color ceniciento obscuro de pizarra, que parece bruma
densa y humosa y es ‑ no otra cosa ‑ el claror del alba que avanza: se produce
lentamente el cotidiano milagro nuevo de la luz que regresa.
___________________
* sólo por una, es
decir, Herodías, como en 266.3 y en 270.5.
La
persona, acurrucada en el suelo, toda aovillada y cubierta con el manto
obscuro, se mueve, ahora se desovilla, alza la cabeza, echa un poco hacia atrás
el manto. Es Manahén. Está vestido como un hombre cualquiera, con una gruesa
túnica marrón y un manto igual; es una tela basta, de trabajador o peregrino,
sin franjas ni hebillas ni cinturones. Un cordón de lana trenzada sujeta la
túnica a la cintura. Se pone en pie. Se desentorpece. Mira al cielo, donde la
luz avanza y ya permite ver lo que hay alrededor.
5Una puerta,
abajo, se abre chirriando. Manahén se asoma, sin hacer ruido, para ver quién
sale de casa. Es Jesús, que suavemente cierra de nuevo la puerta y se dirige
hacia la escalera. Manahén se retira un poco y carraspea para llamar la
atención de Jesús, que alza la cabeza y se detiene a media escalera.
«Soy
yo, Maestro. Soy Manahén. Ven, ven, que tengo que decirte algo. Te esperaba...»
susurra Manahén, y se inclina saludando.
Jesús
sube los últimos escalones: «Paz a ti. ¿Cuándo has venido? ¿Cómo? ¿Por qué?»
pregunta.
«Creo
que apenas había pasado el galicinio cuando he puesto pie aquí. Pero en los
matorrales, allá al fondo, estaba desde la segunda vigilia de ayer».
«¡Toda
la noche al raso!».
«No
había otra solución. Tenía que hablar contigo a solas. Tenía que conocer el
camino para venir, y la casa, sin ser visto. Por eso vine de día y me metí
entre la espesura allá arriba. Vi aquietarse la actividad en la ciudad. Vi a
Judas y a Juan volver a casa. Es más, Juan pasó casi a mi lado con su carga de
leña. Pero no me vio porque yo estaba bien adentro en la espesura. Vi, mientras
hubo luz para ver, a una anciana entrar y salir, y vi que lucía la lumbre en la
cocina, y que Tú bajabas de aquí arriba ya en pleno crepúsculo. Y vi que
cerrabais la casa. Entonces vine con la luz de la Luna nueva y estudié el
camino. Entré incluso en el huerto. Aquella puertecita es menos útil que si no
estuviera. Oí que hablabais. Pero tenía que hablarte a solas. Me marché para
volver a la tercera vigilia y estar aquí. Sé que normalmente te levantas a orar
antes de que se haga de día. Y esperaba que también hoy lo hicieras. Alabo al
Altísimo porque haya sido así».
6«¿Pero cuál es
el motivo de tener que verme con tanta incomodidad?».
«Maestro,
José y Nicodemo quieren hablar contigo, y han pensado hacerlo eludiendo todo
tipo de vigilancia. Han intentado ya otras veces hacerlo, pero Belcebú debe
ayudar mucho a tus enemigos. Han tenido que renunciar siempre a venir, porque
ni su casa ni la de Nique dejaban de ser vigiladas. Es más, la mujer iba a
haber venido antes que yo. Es una mujer fuerte y se había puesto en camino,
ella sola, a través del Adomín. Pero la siguieron y la pararon en la Cuesta de la Sangre*. Ella, para no
revelar el lugar en que estabas y para justificar las provisiones que llevaba
en su cabalgadura, dijo: "Subo
adonde un hermano
mío
_______________________
* Cuesta de la Sangre: Llamaban
"Cuesta de la Sangre"
‑ observa MV en una copia mecanografiada
‑ a un punto del monte Adomín por los delitos que en ese lugar
llevaban a cabo los bandoleros.
que
está en una gruta arriba en los montes. Si queréis venir, vosotros que enseñáis
sobre Dios, haríais una obra santa porque está enfermo y tiene necesidad de
Dios". Y con esta argucia los convenció de que se marcharan. Pero ya no se
atrevió a venir aquí y fue verdaderamente donde uno que dice que está en una
gruta y que Tú le has confiado a ella».
«Es
verdad. Pero, ¿y cómo ha hecho Nique para decírselo a los otros?».
«Yendo
a Betania. Lázaro no está, pero sí las hermanas. Está María. ¿Y María es acaso
mujer que se encoja por alguna cosa? Se vistió como quizás no lo hizo Judit
para ir donde el rey, y fue a la vista de todos al Templo junto con Sara y
Noemí, y luego a su palacio de Sión. Y desde allí envió a Noemí donde José con
las cosas que había que decir. Y, mientras... taimadamente los judíos iban o
mandaban a alguien donde ella para... honrarla, y así podían verla como señora
en su casa, Noemí, anciana y vestida modestamente, iba a Beceta, donde el
Anciano. Nos pusimos, entonces, de acuerdo en mandarme a mí aquí; a mí, al
nómada que no levanta sospechas si se le ve cabalgar a rienda suelta de una a
otra residencia de Herodes; mandarme aquí, a decirte que la noche del viernes
al sábado José y Nicodemo, yendo uno desde Arimatea y el otro desde Rama, antes
del ocaso, se encontrarán en Gofená y te esperarán allí. Conozco el lugar y el
camino, y vendré aquí al atardecer para guiarte. De mí te puedes fiar. Pero
fíate sólo de mí, Maestro. José advierte que ninguno tenga noticia de este
encuentro nuestro. Por el bien de todos».
«¿También
por el tuyo, Manahén?».
«Señor...
yo soy yo. Pero no tengo bienes e intereses familiares que tutelar, como José».
«Esto
confirma lo que digo, que las riquezas materiales son siempre un peso... Pero
puedes decir a José que ninguno tendrá noticia de nuestro encuentro».
«Entonces
puedo marcharme, Maestro. El Sol ya ha salido y podrían levantarse tus
discípulos» .
«Bien,
márchate, y que Dios esté contigo. Es más, te voy a acompañar para mostrarte el
punto donde nos encontraremos la noche del sábado...».
Bajan
sin hacer ruido y salen del huerto. Y, en seguida, están abajo, en las orillas
del torrente.
560. En las cercanías de Gofená, coloquio durante la
noche con José de Arimatea, Nicodemo y
Manahén.
23 de enero de 1947.
lEs un camino
muy dificultoso el que ha tomado Manahén para guiar a Jesús al lugar donde le
esperan. Es un camino todo él montano, estrecho, pedregoso, entre espesuras y
bosques. La luz de una clarísima Luna en su primera fase a duras penas se abre
paso entre la maraña de las ramas. A veces desaparece por completo y Manahén la
suple con antorchas ya preparadas, que ha llevado consigo en bandolera como
armas bajo el manto. Él delante y Jesús detrás, caminan en silencio en medio
del gran silencio de la noche. Dos o tres veces algún animal salvaje, corriendo
por los bosques, hace un rumor semejante a sonido de pasos, y ello hace que
Manahén se detenga receloso. Pero, aparte de esto, ninguna otra cosa turba el
camino, ya de por sí muy fatigoso.
«Maestro,
aquello de allí es Gofená. Ahora torcemos por aquí. Cuento trescientos pasos y
estaré en las grutas donde esperan desde la puesta del Sol. ¿Te ha parecido
largo el camino? Pues hemos venido por atajos que creo que mantienen la
distancia legal».
Jesús
hace un gesto como queriendo decir: «No se podía hacer de otra manera».
Manahén,
atento a contar sus pasos, se calla. Ahora están en un pasaje rocoso y pelado,
que asemeja a una caverna en subida entre las paredes del monte que casi se
tocan. Se diría que la fractura ‑ tan extraña es ‑ la produjo algún cataclismo,
una enorme cuchillada en la roca del monte que hubiera cortado a éste al menos
un tercio desde la cima. Arriba, por encima de las paredes cortadas a pico, por
encima del rumor agitado de las plantas nacidas en el borde del enorme tajo,
brillan las estrellas; pero la
Luna no baja aquí, a esta sima. La luz humosa de la antorcha
despierta a algunas aves de rapiña, que gañen agitando las alas en los bordes
de sus nidos entre las grietas.
2Manahén dice:
«¿Ahí es!», e introduce en una brecha de la pared rocosa un grito semejante al
quejido de un voluminoso búho.
Del
fondo viene una luz rojiza por otro pasillo rocoso que está cerrado por encima,
como un zaguán. José aparece: «¿El Maestro?» pregunta, al no ver a Jesús, que
está un poco atrás.
«Estoy
aquí, José. Paz a ti».
«A
ti, la paz. ¡Ven! Venid. Hemos encendido fuego para ver sierpes y escorpiones y
combatir el frío. Yo voy delante».
Se
vuelve y, por las ondulaciones del sendero que va entre las entrañas del monte,
los guía hacia un lugar iluminado con lumbre. Allí está Nicodemo, alimentando
el fuego con ramajes y enebros.
«La
paz también a ti, Nicodemo. Aquí estoy, con vosotros. 3Hablad».
«Maestro,
¿nadie se ha percatado de que venías aquí?».
«¿Quién
se hubiera podido dar cuenta, Nicodemo?».
«¿Tus
discípulos no están contigo?».
«Conmigo
están Juan y Judas de Simón. Los otros evangelizan desde el día siguiente del
sábado hasta el ocaso del viernes. Pero he salido de casa antes de la hora
sexta diciendo que no se me esperara antes del alba siguiente al sábado. Ya es
demasiado habitual en mí ausentarme durante varias horas, como para que ello
pueda suscitar sospechas en alguno. Estad, por tanto, tranquilos. Tenemos todo
el tiempo que queramos para hablar sin preocupación alguna de ser sorprendidos.
Este... es lugar propicio».
«Sí.
Madrigueras de serpientes y buitres... y de bandidos cuando viene el tiempo
bueno, cuando estos montes se llenan de rebaños. Pero ahora los bandidos
prefieren otros lugares en que puedan abalanzarse más rápidamente sobre
apriscos y caminos de caravanas. Sentimos haberte traído hasta aquí, pero es
que de aquí nosotros podremos marcharnos por caminos distintos; sin llamar la
atención de nadie. Porque, Maestro, la atención del Sanedrín está apuntada
hacia los lugares donde hay sospecha de que te estiman».
«Bueno,
en esto disiento de José. A mí me parece que ya somos nosotros los que vemos
sombras donde no las hay Y también me parece que, desde hace algunos días, se
ha calmado mucho la cosa...» dice Nicodemo.
«Te engañas
amigo. Te lo digo yo. Se ha calmado en cuanto que ya no existe el estímulo de
buscar al Maestro, porque ya saben dónde está. Por eso le vigilan a Él y no a
nosotros. Por eso le he recomendado que no dijera a nadie que nos íbamos a ver.
No fuera que hubiera alguno dispuesto... a cualquier cosa» dice José.
4«No creo que
los de Efraím...» objeta Manahén.
«No,
los de Efraím no, y ningún otro de Samaria. Sólo por actuar de forma distinta a
como actuamos nosotros, los de la otra parte...».
«No,
José. No es por ese motivo. Es porque ellos no tienen en su corazón esa maligna
serpiente que tenéis vosotros. Ellos no temen ser despojados de ninguna
prerrogativa. No tienen que defender intereses sectarios ni de casta. No tienen
nada, aparte de una instintiva necesidad de sentirse perdonados y amados por
Aquel al que sus antepasados ofendieron y al que ellos siguen ofendiendo al
permanecer fuera de la
Religión perfecta. Y permanecen fuera porque, siendo
orgullosos ellos y siéndolo vosotros, no se sabe, por ambas partes, deponer el
rencor que divide y tender la mano en nombre del único Padre. Claro que, aunque
ellos tuvieran tanta voluntad como para eso, vosotros la demoleríais, porque no
sabéis perdonar, no sabéis decir, hollando toda necedad: "El pasado ha
muerto porque ha surgido el Príncipe del Siglo futuro, que a todos recoge bajo
su Signo". Yo, en efecto, he venido y recojo. Pero vosotros, ¡oh, vosotros
consideráis siempre maldito incluso aquello que Yo he considerado merecedor de
ser recogido!».
«Eres
severo con nosotros, Maestro».
«Soy
justo. 5¿Podéis, acaso, decir que en vuestro corazón no me censuráis
por ciertas acciones mías? ¿Podéis decir que aprobáis mi pareja misericordia
hacia judíos y galileos y hacia samaritanos y gentiles, o incluso más amplia
para con éstos y los grandes pecadores, precisamente porque ellos la necesitan
mayormente? ¿Podéis decir que no pretenderíais de mí gestos de violenta majestad
para manifestar mi origen sobrenatural y, sobre todo, fijaos bien, y, sobre
todo, mi misión de Mesías según vuestro concepto del Mesías? Decid
sinceramente la verdad: aparte de la alegría de vuestro corazón por la
resurrección de vuestro amigo, ¿no habríais preferido, antes que esta
resurrección, que Yo hubiera llegado a Betania apuesto y cruel, como nuestros
antiguos respecto a los amorreos y los de Basán, y como* Josué respecto a los
de Ay y Jericó, o, mejor aún, haciendo caer con mi voz las piedras y los muros
sobre los enemigos, como las trompetas de Josué hicieron respecto a las
murallas de Jericó, o haciendo caer del cielo sobre los enemigos gruesas
piedras, como sucedió en el descenso de Beterón también en tiempos de Josué, o,
como en tiempos más recientes, llamando a celestes jinetes que corrieran por
los aires, vestidos de oro, armados de lanzas, formados en cohortes, y que
hubiera movimiento de escuadrones de caballería, y asaltos por una y otra
parte, y agitación de escudos, y ejércitos con yelmos y espadas desenvainadas,
y lanzamiento de dardos para aterrorizar a mis enemigos? Sí, habríais preferido
esto porque, a pesar de que me améis mucho, vuestro amor es todavía impuro, y
la seducción ‑ en cuanto a desear lo no santo ‑ se la proporciona vuestro
pensamiento de israelitas, vuestro viejo
pensamiento. El que tiene Gamaliel igual que el último de Israel, el que
tiene el Sumo Sacerdote, el Tetrarca, el labriego, el pastor, el nómada, el
hombre de la Diáspora. El
pensamiento fijo del Mesías conquistador. La pesadilla de quien teme ser aniquilado por Él. La esperanza de quien
ama a la Patria
con la violencia de un humano amor. El suspiro de quien está oprimido por otras
potencias en otras tierras. No es culpa vuestra. El pensamiento puro como había
sido dado por Dios acerca de lo que Yo soy se ha ido cubriendo, a lo largo de
los siglos, de estratos de escorias inútiles. Y pocos saben, con sufrimiento,
restituir a la idea mesiánica su pureza inicial. Ahora, además ‑ estando ya
cercano el tiempo en que será dado el signo que Gamaliel espera, y todo Israel
con él, y llegando ya el tiempo de mi perfecta manifestación ‑, Satanás trabaja
para hacer más imperfecto vuestro amor y más torcido vuestro pensamiento. Llega su hora. Yo os lo digo. Y, en esa
hora de tinieblas, incluso los que actualmente ven o están solamente un poco
privados de vista, resultarán ciegos del todo. Pocos, muy pocos, en el Hombre
abatido reconocerán al Mesías. Pocos le reconocerán como verdadero Mesías, precisamente porque será abatido, como le vieron
los profetas. Yo quisiera, por el bien de mis amigos, que supieran verme y conocerme mientras es de día para poder también
reconocerme desfigurado y verme en las tinieblas de la hora del mundo... 6Pero
decidme ahora lo que queríais decirme. La hora avanza rápida y vendrá el alba.
Lo digo por vosotros, porque Yo no temo encuentros peligrosos».
________________________
* como:
siguen comparaciones con las gestas narradas en: Números 21, 21‑35; Deuteronomio 2, 26‑37; Josué 6‑8; 10; 2 Macabeos 5,
1‑4.
«Pues
lo que te queríamos decir era que alguien debe haber dicho dónde estás, y que
este alguien ciertamente no somos ni yo ni Nicodemo ni Manahén ni Lázaro y sus
hermanas ni Nique. ¿Con quién más has hablado del lugar elegido para refugio
tuyo?».
«Con
ninguno, José».
«¿Estás
seguro?».
«Seguro».
«¿Y
has dado orden a tus discípulos de que no hablaran de ello?» .
«Antes
de partir no les hablé del lugar. Llegado a Efraím, di orden de que fueran
evangelizando y de actuar en representación mía. Y estoy seguro de su
obediencia».
«Y...
¿estás Tú solo en Efraím?».
«No.
Estoy con Juan y Judas de Simón. Ya lo he dicho. Él, Judas, porque leo tu
pensamiento, no puede haberme perjudicado con su irreflexión, porque
nunca se ha alejado de la ciudad y en esta época no pasan por ella peregrinos
de otros lugares».
«Entonces...
Ha sido Belcebú en persona el que ha hablado. Porque en el Sanedrín se sabe que
estás allí».
«¿Y
entonces? ¿Cuáles han sido las reacciones del Sanedrín ante este movimiento
mío?».
«Varias,
Maestro. Muy distintas unas de otras. Hay quien dice que es lógico: dado que te
han proscrito en los lugares santos, no te quedaba otra solución que refugiarte
en Samaria. Otros, sin embargo, dicen que esto revela de ti lo que eres: un
samaritano de alma, más que si lo fueras de raza; y que ello es suficiente para
condenarte. Bueno y todos están muy contentos de haberte podido reducir al
silencio y de poder señalarte ante las masas como amante de samaritanos. Dicen:
"Ya hemos ganado la batalla. Lo demás será un juego de niños". Pero,
haz que eso no sea verdad. Te lo rogamos».
«No
será verdad. Dejad que hablen. Los que me aman no se turbarán por las
apariencias. Dejad que el viento cese del todo. Es viento de tierra. Luego
vendrá el viento del Cielo y se abrirá el entrecielo apareciendo la gloria de
Dios. 7¿Tenéis algo más que decirme?».
«Respecto
a ti, no. Vigila, sé cauto, no salgas de donde estás. Y decirte que te
tendremos informado...».
«No.
No hace falta. Permaneced donde estáis. Pronto tendré conmigo a las discípulas
y ‑ esto sí ‑ decid a Elisa y a Nique que se unan a las otras, si quieren.
Decídselo también a las dos hermanas. Siendo ya conocido el lugar donde me
hallo, los que no temen al Sanedrín pueden ya venir y experimentar recíproca
consolación».
«No
pueden venir las dos hermanas hasta que Lázaro no regrese. Salió con gran
pompa. Toda Jerusalén ha sabido que se marchaba a sus propiedades lejanas, y no
se sabe cuándo va a volver. Pero su criado ha vuelto ya de Nazaret y ha dicho ‑
también tenemos que decirte esto ‑ que tu Madre estará aquí con las otras antes
de que concluya esta luna. Ella está bien, y también María de Alfeo. El criado
las ha visto. Pero tardan un poco porque Juana quiere venir con ellas y no
puede hacerlo hasta el final de esta luna. 8Y también... como amigos
fieles, aunque... imperfectos como dices, si nos lo permites, quisiéramos
ofrecerte una ayuda...».
«No.
Los discípulos que están evangelizando traen cada vigilia de sábado cuanto
necesitan ellos y cuanto necesitamos nosotros los que estamos en Efraím. Más no
hace falta. El obrero vive de su salario. Eso es justo. Lo demás sería
superfluo. Dádselo a algún necesitado. Lo mismo he impuesto a los de Efraím y a
mis propios apóstoles. Exijo que a su regreso no tengan ni una moneda de reserva y que toda
dádiva sea repartida por el camino, tomando para nosotros lo mínimo
indispensable para la frugalísima comida de una semana».
«¿Por
qué, Maestro?».
«Para
enseñarles el desapego de las riquezas y el dominio espiritual sobre las
preocupaciones del mañana. Y por esto y por otras buenas razones mías de
Maestro, os ruego que no insistáis».
«Como
quieras. Pero nos apena el no poder servirte».
«Llegará
la hora en que lo haréis... 9¿No es ya aquella la primera luz del
alba?» dice volviéndose hacia Oriente, o sea, hacia el lado opuesto a aquel por
el que ha venido, e indicando un tímido claror que aparece lejano a través de
una abertura.
«Lo
es. Tenemos que dejarnos. Yo vuelvo a Gofená, donde he dejado la cabalgadura, y
Nicodemo, por esta otra parte, bajará hacia Berot, y desde allí a Ramá,
terminado el sábado».
«¿Y
tú, Manahén?».
«Bueno,
yo iré abiertamente por los caminos descubiertos que van hacia Jericó, donde
ahora está Herodes. Tengo el caballo en una casa de gente pobre que por una
limosna no sienten repulsa de nada, ni siquiera de un samaritano como creen que
soy Pero por ahora sigo contigo. En la bolsa tengo comida para dos».
«Entonces
nos despedimos. 10Para la
Pascua nos veremos de nuevo».
«¡No!
¡No querrás ya arriesgarte a esa prueba!» dicen José y Nicodemo. «¡No lo hagas,
Maestro!».
«Verdaderamente
sois malos amigos porque me aconsejáis el pecado y la cobardía. ¿Cómo,
reflexionando sobre el gesto que pongo, podríais amarme? Decidlo. Sed sinceros.
¿A dónde habría que ir para
adorar al Señor en la Pascua
de los Ácimos? ¿Al monte Garizim? ¿O no debería, más bien, presentarme ante el
Señor en el Templo de Jerusalén, como deben hacer todos los varones de Israel
en las tres grandes fiestas anuales? ¿Habéis olvidado que ya se me acusa de no
respetar el sábado, a pesar de que ‑ Manahén lo puede testificar ‑, hoy sin ir más lejos, Yo, secundando vuestro
deseo, de noche haya recorrido un camino que armonizara vuestro deseo y la ley
sabática?».
________________________
* al monte Garizim, donde los
samaritanos tenían su Templo, opuesto al de Jerusalén (Deuteronomio 1l, 26‑32;
27, 11‑13; Josué 8, 30‑35; 2 Macabeos 6, 1‑2).
«Nosotros
también hemos estado en Gofená por este motivo... Y ofreceremos un sacrificio
para expiar una involuntaria transgresión por un motivo ineluctable. ¡Pero Tú,
Maestro!... Te van a ver inmediatamente...».
«Si
no me vieran ellos, Yo me encargaría de que me vieran».
«¡Buscas
tu destrucción! Es como si te mataras...».
«No.
Vuestra mente está muy envuelta en sombras. No es como quererme matar. Es
únicamente obedecer a la voz del Padre mío que me dice: "Ve. Es la
hora". Siempre he buscado conciliar la Ley con las necesidades, incluso el día que tuve
que huir de Betania y refugiarme en Efraím porque todavía no era la hora de ser
capturado. El Cordero de Salvación sólo puede ser inmolado en la Pascua de los Ácimos.
¿Podréis pretender que, si eso he hecho respecto a la Ley, no lo haga respecto a la
orden del Padre mío? Ahora marchaos, y no os aflijáis de esa manera. ¿Para qué
he venido, sino para ser proclamado Rey de todas las gentes? Porque eso quiere
decir "Mesías", ¿no es verdad? Sí, quiere decir eso. Y
"Redentor" también quiere decir eso. Pero la verdad del significado
de estos dos nombres no corresponde con lo que vosotros os imagináis. 11De
todas formas, os bendigo, implorando que un rayo celeste descienda sobre
vosotros junto con mi bendición. Porque os quiero y porque me queréis. Porque
quisiera que vuestra justicia fuera plenamente luminosa. Y es que no sois malos
pero sois, también vosotros, "viejo Israel" y no tenéis la voluntad
heroica de despojaros del pasado y haceros nuevos. Adiós, José. Sé justo. Justo
como aquel que durante muchos años fue para mí tutor y fue capaz de realizar
toda renovación para servir al Señor su Dios. Si él estuviera aquí entre
nosotros, ¡cómo os enseñaría a saber servir a Dios con perfección; a ser
justos, justos, justos! ¡Pero justo es que esté ya en el seno de Abraham!...
Para no ver la injusticia de Israel. ¡Oh, santo siervo de Dios!... Nuevo
Abraham ‑ de corazón traspasado pero de voluntad perfecta ‑, él no me habría
aconsejado la cobardía, sino que me habría dicho las palabras que usaba cuando
alguna realidad penosa pesaba sobre nosotros: "Levantemos el espíritu.
Encontraremos la mirada de Dios y olvidaremos que son los hombres los que
causan el dolor. Y hagamos todas las cosas que nos significan un peso como si
el Altísimo nos las presentase. De esta manera santificaremos hasta las más
pequeñas cosas y Dios nos amará". Eso habría dicho, incluso animándome a
sufrir los más graves dolores... Nos habría
animado... ¡Oh, Madre!...».
Jesús
suelta a José ‑ le tenía abrazado ‑ y, agachando la cabeza, permanece en
silencio, contemplando, sin duda, su ya cercano martirio y el de su pobre
Madre...
Luego
alza la cabeza y abraza a Nicodemo diciendo: «La primera vez que viniste* a mí
como discípulo oculto te dije que para entrar en el Reino de Dios y tener el
Reino de Dios en vosotros era necesario que renacierais en espíritu y vuestro
amor por la Luz
fuera mayor del que por ella tenga el mundo. Hoy, y quizás es la última vez que
nos encontramos en secreto, te repito las mismas palabras. Renace en tu
espíritu, Nicodemo, para poder amar la
Luz que soy Yo, y
________________
* viniste, en
116.4/11.
Yo
more en ti como Rey y Salvador. Ahora marchaos. Que Dios esté con vosotros».
12Los dos
Ancianos se marchan por la parte opuesta a aquella por la que ha venido Jesús.
Cuando
ya el ruido de sus pasos se ha alejado, Manahén, que había ido hasta la entrada
de la gruta para verlos marcharse, vuelve y dice con cara muy expresiva: «¡Al
menos una vez serán ellos los que infrinjan la medida sabática! ¡Y no se
sentirán tranquilos hasta que no regularicen su deuda con el Eterno con el
sacrificio de un animal! ¿No sería mejor para ellos sacrificar su tranquilidad
declarándose abiertamente "tuyos"? ¿No sería eso más grato al
Altísimo?».
«Ciertamente
lo sería. Pero no los juzgues. Son masa que fermenta despacio. Pero, en su
momento, ellos, cuando muchos que se creen mejores caigan, se erguirán contra
todo un mundo» .
«¿Lo
dices por mí, Señor? Quítame la vida, antes que permitir que reniegue de ti».
«Tú
no me renegarás. Pero en ti hay elementos distintos de los suyos para ayudarte
a ser fiel».
13«Sí. Yo soy...
el herodiano. O sea, era el herodiano. Porque, de la misma manera que me he
apartado del Consejo, me he apartado del partido desde que lo veo ruin e
injusto ‑ como los otros ‑ respecto a ti. ¡Ser herodiano!... Para las otras
castas es poco más que pagano. No digo que seamos unos santos. Es verdad que no
lo somos. Hemos incurrido en impureza por una finalidad impura. Hablo como si
fuera todavía el herodiano de antes de ser tuyo. Somos, por tanto, doblemente
impuros, según el juicio humano: porque nos hemos aliado con los romanos y
porque lo hemos hecho buscando nuestro propio beneficio. Pero, dime, Maestro,
Tú que siempre dices la verdad y no te abstienes de decirla por temor a perder
un amigo. Entre nosotros, que nos hemos aliado con Roma para... gozar todavía
de efímeros triunfos personales, y los fariseos, jefes de los sacerdotes,
escribas, saduceos, que se alían con Satanás para destruirte a ti, ¿quién es
más impuro? Yo, ya ves que, ahora que he visto que el partido de los herodianos
se pone contra ti, los he dejado. No digo esto para que me alabes, sino para
manifestarte cómo pienso. ¡Y ellos ‑ hablo de los fariseos y sacerdotes,
escribas y saduceos ‑ creen que sacan un beneficio de esta inesperada alianza
de los herodianos con ellos! ¡Desdichados! No saben que los herodianos lo hacen
para ganar méritos ante los romanos y, por tanto, mayor protección de éstos, y,
después... definidos y terminados la causa y el motivo que los une ahora,
abatir a los que ahora toman como aliados. Éste es el juego recíproco de los
unos y los otros. Todo está basado en el engaño. Y esto me repugna de tal
manera, que me he independizado del todo. Tú... Tú apareces como un gran
fantasma amedrentador. ¡Para todos! Y eres también el
pretexto para el sucio juego de los intereses de los distintos partidos. ¿El
motivo religioso? ¿El sagrado desdén hacia "el blasfemo", como te
llaman? ¡Todo engaños! El único motivo es, no la defensa de la Religión, no el sagrado
celo por el Altísimo, sino sus intereses, ávidos, insaciables. Me dan asco como cosa inmunda. Y quisiera...
quisiera que fueran más valerosos los pocos que no son inmundicia. ¡Ya me es
gravoso llevar una vida doble! Quisiera seguirte sólo a ti, pero te sirvo así
más que si te siguiera. Siento este peso... Pero dices que será pronto...
Como... 14¿Pero realmente serás inmolado como el Cordero? ¿No es
lenguaje figurado? La vida de Israel está tejida con símbolos y figuras...».
«Y
quisieras que conmigo fuera así... No, mi caso no es una figura».
«¿No
lo es? ¿Estás completamente seguro? Yo podría... Muchos podríamos repetir
antiguos gestos haciendo que te ungieran. como Mesías, y podríamos defenderte.
Bastaría una palabra para que surgieran a millares los defensores del verdadero
Pontífice santo y sabio. Ya no hablo de un rey terreno, porque ya sé que tu
Reino es enteramente espiritual. Pero, dado que humanamente fuertes y libres no
lo seremos ya nunca, pues, al menos, que sea tu santidad la que gobierne y dé
nueva salud al corrompido Israel. Nadie ‑ Tú lo sabes ‑ aprecia al actual
sacerdocio o a quienes te sostienen. ¿Quieres esto, Señor? Ordena y yo
actuaré».
«Ya has
avanzado mucho en tu pensamiento, Manahén. Pero todavía estás tan lejos de la
meta como la Tierra
del Sol. Yo seré Sacerdote, y lo seré eternamente, Pontífice inmortal, en un
organismo que vivificaré hasta el final de los siglos. Pero no seré ungido con
el óleo de la alegría, ni proclamado y defendido con actos violentos ‑
expresión de la voluntad de un puñado de fieles ‑ que llevarían a la Patria a una escisión más
feroz aún y a hacerla más esclava que nunca. ¿Y crees que una mano de hombre
puede ungir al Cristo? En verdad te digo que no. La verdadera Autoridad que me
ungirá Pontífice y Mesías es la de Aquel que me ha enviado. Nadie, aparte de
Dios, podría ungir a Dios como Rey de reyes y Señor de señores para toda la
eternidad».
«¡¿Entonces
nada?! ¡¿Nada que hacer?! ¡Oh, mi dolor!».
«Todo.
Amarme. En eso se resume todo. Amar no a la criatura que lleva por nombre
Jesús, sino a lo que Jesús es. Amarme
con la humanidad y con el espíritu, de la misma forma que Yo os amo con el
Espíritu y la Humanidad
para estar conmigo más allá de la
Humanidad. 15Mira qué hermosa aurora. La luz
tímida de las estrellas no llegaba hasta aquí dentro; pero la luz segura del
Sol, sí. Lo mismo sucederá en los corazones de aquellos que lleguen a amarme
con justicia. Vamos afuera, al silencio del monte, exento de voces humanas
enronquecidas de intereses. Mira aquellas águilas. Mira cómo se alejan con
amplios vuelos en busca de presa. ¿Vemos las presas? Nosotros, no; pero las
águilas sí, porque el ojo del águila es más poderoso que el nuestro y, desde
arriba, donde se cierne en vuelo, ve un amplio horizonte y sabe elegir. Yo
también. Lo que vosotros no veis Yo lo veo. Y, desde arriba, donde aletea mi
espíritu, sé elegir a mis dulces presas. No para despedazarlas, como hacen los
buitres y las águilas, sino para llevarlas conmigo. ¿Seremos así felices allí,
en el Reino del Padre mío, nosotros, que nos hemos querido!...».
Y
Jesús, que, hablando, ha salido a sentarse al sol a la entrada de la caverna,
teniendo a su lado a Manahén, le arrima ahora hacia sí y calla y sonríe
contemplando quién sabe qué visión...
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