Los cristianos lograron una milagrosa victoria en Lepanto en 1571 que cambió el curso de la historia salvando al cristianismo. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario.
En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pío V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario, para el primer domingo de Octubre. A la letanía de Nuestra Señora añadió “Auxilio de los cristianos”.
La Iglesia Católica celebra el 7 de octubre como Día de la Bienaventurada Virgen María del Santísimo Rosario o Nuestra Señora del Rosario.
En la Edad Media la Orden fundada por Santo Domingo de Guzmán difundió y practicó esta devoción a la Santísima Virgen tomando la advocación por protectora y titular. Esta celebración fue instituida dentro de la liturgia cristiana, por el Papa dominico San Pío V en el año 1572.
Su sucesor Gregorio XIII, el 1 de abril de 1593, extiende la Fiesta del Rosario a todas las Iglesias y Capillas en que estuviera eregida la Cofradía. Clemente XI, en 1716, extendió la Solemnidad a la Iglesia Universal, unida al primer domingo de Octubre. Más tarde, quedó fijada en el Calendario de la Iglesia Universal esta fiesta en el día 7 de Octubre, que conmemora la Batalla de Lepanto, también conocida por Ntra. Sra. de la Victoria del Rosario.
LA SITUACIÓN CON LOS TURCOS OTOMANOS
En 1566 ascendió a la Cátedra de San Pedro San Pío V. La Cristiandad enfrentaba entonces un enorme peligro. Hacía un siglo que Constantinopla (ver mapa), la puerta de Europa, había caído en poder de los otomanos [nombre del imperio turco], y desde entonces la amenaza mora se había vuelto más patente que nunca.
La flota otomana era casi la dueña del Mediterráneo, asolando constantemente las costas de los países cristianos. Solimán II, llamado El Magnífico, había jurado que no descansaría hasta conquistar Roma y entrar a caballo en la basílica de San Pedro.
Apenas un año antes, la isla de Malta (ver mapa) se pudo defender heroicamente de los moros, gracias al generoso arrojo de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, llamados por los infieles de “escorpiones del mediterráneo”. Actualmente dicha Orden es conocida como la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta.
Ese mismo año de 1566, Alí Pachá, el mismo general que comandara la ofensiva otomana en Malta, capturó la isla de Chios (ver mapa), la última posesión genovesa al este del Mediterráneo y por medio de una traición hizo asesinar a la familia Giustiniani que la gobernaba en ese tiempo.
Algunos meses después, Solimán lideró un enorme ejército, adentrándose en los Balcanes (ver mapa). Afortunadamente, la tenaz resistencia del Conde Zriny detuvo al sultán, quien halló la muerte en las montañas húngaras, sin poder llegar a Viena (ver mapa), que era su meta inmediata.
Selim II, conocido como el borracho por su vicio a la bebida, ascendió al trono en Constantinopla, habiendo antes eliminado a todos los rivales de su familia y planeado el próximo ataque al continente cristiano.
Los musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de Africa, en el medio oriente y otras regiones. España y Portugal se había librado después 8 siglos de lucha. La amenaza se cernía una vez mas sobre toda Europa. Los turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.
La situación para los cristianos era desesperada. Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia estaba devastado por un incendio y el cristianismo estaba pagando el duro precio de la Reforma.
LA INTERVENCION DEL PAPA SAN PIO V
En toda Europa sólo el Papa San Pío V percibía el grave peligro que se cernía sobre la Cristiandad y fue él quien ideó la única salida posible para el continente amenazado.
San Pío V mandó redoblar las oraciones en todos los conventos y monasterios y él mismo trató de llevar su porción de la carga duplicando sus acostumbrados ejercicios de piedad y mortificación, en particular el rezo del Santo Rosario.
A fines de 1569 llegó a Constantinopla la noticia de que el arsenal veneciano había sido destruido por un incendio y, debido a una mala cosecha, la península estaba amenazada por el hambre. Selim II rompe entonces la paz y envía un ultimátum: o Venecia entregaba una de sus posesiones más queridas, Chipre (ver mapa), al este del Mediterráneo, o era la guerra.
Esto fue lo que al fin movió a España y Venecia (esta última era evidentemente la que más tenía que perder con el avance turco) a atender los llamados del Papa, pero las desavenencias y rivalidades entre estas potencias hacían muy difícil cualquier negociación.
Bajo el amparo y mediación del Pontífice Romano, comenzaron las negociaciones. Con un discurso inflamado, el Papa convocaba a todos para una nueva cruzada.
A pesar de su temperamento fogoso, S. Pío V intervenía con una paciencia y cordura heroicas. Durante estos largos y angustiosos meses, la poderosa personalidad del Papa barrió con todos los obstáculos y forzó una decisión. Aunque estaba enfermo y sufría constantemente de dolores insoportables, el indómito Pontífice finalmente llegó a un acuerdo con estos gobiernos.
Según el tratado, la elección del comandante general estaba reservada al Papa. San Pío V entró un día a su capilla para celebrar el Santo Sacrifico de la Misa; cuando llegó al evangelio de San Juan, empezó a leer, “Fuit homo missus a Deos, cui nomen erat Joannes” (“Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”). Volvió su rostro hacia la Virgen, hizo una pausa y se dio cuenta, por inspiración divina, de que el comandante de la Cruzada debía ser Don Juan de Austria.
Por fin se ratificó la alianza en mayo del 1571. La responsabilidad de defender el cristianismo cayó principalmente en Felipe II, rey de España, los venecianos y genoveses. Para evitar rencillas, se declaró al Papa como jefe de la liga, Marco Antonio Colonna como general de los galeones y Don Juan de Austria, generalísimo. El ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros. La flota tenía 101 galeones y otros barcos más pequeños. El Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria. Ordenó además que sacara a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al Señor.
San Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.
LA PARTIDA Y LA BUSQUEDA
El Papa envió a España
el estandarte de la Liga: era un damasco de seda azul con la imagen del Crucificado, teniendo a los pies las armas del Papa, de España, de Venecia y de Don Juan.
El Papa envió además, con el Nuncio, una astilla de la Santa y Verdadera Cruz para cada una de las naves capitanas. Y concedió a todos los miembros de la expedición las mismas indulgencias propias de las cruzadas.
Don Juan de Austria prohibió la presencia de mujeres a bordo y decretó pena de muerte para los blasfemadores. Algunos días antes de la partida, los 81 mil soldados y marineros ayunaron durante tres jornadas, se confesaron y recibieron la Sagrada Comunión, haciendo lo mismo los condenados que remaban en las galeras.
Un ambiente de Cruzada se vivía nuevamente en Europa y un renovado celo por la gloria de Dios brillaba en los que iban para el combate.
El 15 de setiembre, la mayor flota católica jamás reunida zarpó de Messina, en Sicilia, para ir en busca de la flota musulmana liderada por el cuñado del Sultán, Alí Pasha.
Diez días más tarde llegaron a Corfu (ver mapa), cerca de la costa noroeste de Grecia. Los turcos habían arrasado el lugar el mes anterior y dejaron sus usuales cartas de presentación: iglesias reducidas a cenizas, crucifijos rotos, cuerpos destrozados de sacerdotes, mujeres y niños.
El 6 de Octubre llegaron las exasperantes noticias de que la Cristiandad había sufrido otra cruel humillación de los otomanos. Chipre, la joya de las posesiones insulares remotas de Venecia, había sido atacada el año anterior. La capital cercada, Nicosia, había caído rápidamente, y sus 20 mil sobrevivientes habían sido liquidados.
Los ánimos estaban bastante caldeados, cuando al fin llegó la noticia esperada: “¡Alí Pashá está en Lepanto!”; un largo y transparente cuerpo de agua, conocido también como el golfo de Corinto, que separa Grecia central de la península del Peloponeso (ver mapa).
LA BATALLA DE LEPANTO
Poco antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca anclada en el puerto de Lepanto. Al ver los turcos a los cristianos, fortalecieron sus tropas y salieron en orden de batalla. Los turcos poseían la flota más poderosa del mundo, contaban con 300 galeras, además tenían miles de cristianos esclavos de remeros. Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho mas pequeña, pero poseían un arma insuperable: el Santo Rosario. En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.
La línea de combate era de 2 kilómetros y medio. A la armada cristiana se le dificultaban los movimientos por las rocas y escollos, y un viento fuerte que le era contrario. La más numerosa escuadra turca, tenía facilidad de movimiento en el ancho golfo y el viento la favorecía grandemente.
Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva.
Don Juan mantuvo el centro y tuvo por segundos a Colonna y al general Veneciano, Venieri. Andrés Doria dirigía el ala derecha y Austin Barbarigo la izquierda. Pedro Justiniani, quien comandaba los galeones de Malta, y Pablo Jourdain estaban en cada extremo de la línea. El Marques de Santa Cruz estaba en reserva con 60 barcos listo para relevar a cualquier parte en peligro. Juan de Córdova con 8 barcos avanzaba para espiar y proveer información y 6 barcos Venecianos formaban la avanzada de la flota.
La flota turca, con 330 barcos de todos tipos, tenía casi el mismo orden de batalla, pero según su costumbre, en forma de creciente. No utilizaban un escuadrón de reserva por lo que su línea era mucho más ancha y así tenían gran ventaja al comenzar la batalla. Alí estaba en el centro, frente a Don Juan de Austria; Petauch era su segundo; Louchali y Siroc capitaneaban las dos alas contra Doria y Barbarigo.
Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron. Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea.
Pero el viento que era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de la artillería se iban sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.
La batalla fue terrible y sangrienta. Después de tres horas de lucha, el ala izquierda cristiana, bajo Barbarigo, logró hundir el galeón de Siroch. Su pérdida desanimó a su escuadrón y, presionado por los venecianos, se retiró hacia la costa. Don Juan, viendo esta ventaja, redobló el fuego, matando a Alí, el general turco, abordó su galeón, bajó su bandera y gritó: ¡victoria!. Los cristianos procedieron a devastar el centro.
Louchali, el turco, con gran ventaja numérica y un frente más ancho, mantenía a Doria y el ala derecha a distancia hasta que el Marqués de Santa Cruz vino en su ayuda. El turco entonces escapó con 30 galeones, el resto habían sido hundidos o capturados.
La batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.
Finalmente, Don Juan, con un gran sable en una mano y un hacha en la otra, lideró una embestida contra la Sultana que terminó con la muerte de Alí Pashá. Los turcos estaban derrotados y el pánico se apoderó rápidamente entre sus huestes a partir del momento en que el estandarte de Cristo comenzó a flamear en la Sultana.
Mientras esto ocurría, un prodigio hacía patente a los musulmanes que el verdadero Dios estaba con los cristianos. Finalizada la batalla, algunos islamitas, prisioneros de los católicos, confesaron que una brillante y majestuosa Señora había aparecido en el cielo, amenazándolos e inspirándoles un gran miedo.
La batalla, que por un momento parecía favorable a los turcos, se revirtió. Estos huían ahora desordenadamente, dejando tras de sí sus propios escombros y a los cristianos victoriosos. Los infieles perdieron el 80 % de su flota (130 navíos capturados y más de 90 hundidos o incendiados), tuvieron 25.000 muertos, y casi 9.000 fueron hechos prisioneros. Las pérdidas católicas fueron mucho menores: 8.000 hombres, y solamente 17 galeras perdidas.
LA RETAGUARDIA
El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés. Durante la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria.
El Papa estaba conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, cerrando el marco de la ventana dijo: “No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas”. Este hecho fue cuidadosamente atestado y auténticamente inscrito en aquel momento y después en el proceso de canonización de Pío V.
Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras del Papa Pío V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa. Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros capturados en la batalla. Ellostestificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de ángeles, espadas en manos, luchando contra Selim y los turcos, cegándolos con humo.
Dios, que en su justicia había permitido que parte de las naciones cristianas cayeran bajo la opresión turca, impuso aquel día un límite y no permitió que el cristianismo desapareciera. El Dios que pone límites a las aguas y conoce cada grano de arena, escuchó la oración y manifestó su poder salvador. Fue la última batalla entre galeones de remos.
EL REFORZAMIENTO DEL REZO DEL ROSARIO
Los cristianos lograron una milagrosa victoria que cambió el curso de la historia. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario.
En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pío V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario, para el primer domingo de Octubre. A la letanía de Nuestra Señora añadió “Auxilio de los cristianos”. El Papa Pío V murió el primero de mayo de 1572, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712. Sus restos mortales están en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.
Capillas con la invocación de Nuestra Señora de las Victorias comienzan a surgir en España e Italia. El senado veneciano coloca debajo del cuadro que representa la batalla la siguiente frase: “Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii Victores nos fecit”; “Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria”. Génova y otras ciudades mandaron pintar en sus puertas la imagen de la Virgen del Rosario.
En 1573, el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la fiesta, por el de Nuestra Señora del Rosario. El Papa Clemente XI extendió la fiesta del Santo Rosario a toda la Iglesia de Occidente, en 1716 (El mismo Papa canonizó al Papa Pío V en 1712). El Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano y San Pío X la fijó en el 7 de Octubre y afirmó: “Dénme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.
Lo acontecido en Lepanto por intercesión de la Virgen y el rezo del rosario se repitió: en Viena, liberada por Juan Sobinski, en Polonia, donde, en agradecimiento a Nuestra Señora por la victoria obtenida, se estableció la fiesta del Dulce Nombre de María, en Rumania.
EL ROSARIO EN LA ACTUALIDAD
La insistencia de pedir el rezo del Santo Rosario se ha acrecentado en las apariciones marianas de los últimos siglos, v.gr. Lourdes, Fátima, etc.
Son innumerables las advocaciones regionales de la Virgen del Rosario y se encuentra un buen número de imágenes con esta devoción en los templos parroquiales.
Hay mas de 500 documentos de Papas sobre la devoción del Santo Rosario. Y en particular Pío Xll (+ 23-9-58) murió rezando la última Avemaría del Rosario del que había dicho: Es “la dulce cadena que nos ata a Dios”. Y San Pío X dijo que el Rosario es “Un lugar preeminente entre las devociones que el hombre tiene”.
Ha aparecido una revista “Rosarium” en Bolonia, que intenta hacer del rosario una oración “que guste a los jóvenes y no desagrade a los mayores”. Un periódico católico con el título “Rosario” fundado en la ciudad japonesa de Kamoya. Muchas personas rezan todos los días el Rosario, a pesar de sus grandes responsabilidades. Aparecen los grupos aglutinados en “Equipos del Rosario”. Aparece el rezo continuo “El rosario perpetuo”. Hay campañas mundiales con un eslogan: “Familia que reza unida, permanece unida”. Mas de 400 emisoras de radio lo rezan a diario en EE.UU. Y muchas otras maravillas más.
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