Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa que por ventura te conviene esto mejor para probar tu paciencia, sin la cual no son de mucha estimación nuestros merecimientos. Mas debes rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de socorrerte para que los toleres.
Si alguno, amonestado una vez o dos no se enmendare, no porfíes con él; mas encomiéndalo todo a Dios, para que se haga su voluntad, y él sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los males bienes. Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquier defectos y flaquezas ajenas, pues que tú también tienes mucho en que te sufran los demás. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los defectos propios.
Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa alguna se nos niegue. Queremos que los otros sean oprimidos con estrechos estatutos, y en ninguna manera sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos ¿qué tendrías que sufrir por Dios a tus hermanos?
Pero así lo ordenó Dios, para que aprendamos a llevar las cargas ajenas; porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí; importa llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y amonestarnos. Nada descubre mejor la sólida virtud del hombre, que la adversidad; porque las ocasiones no hacen al hombre débil, mas declaran que lo es.
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