La vida del buen religioso debe resplandecer en toda suerte de virtudes, siendo tal en lo interior cual parece en lo de afuera. Y con razón debe ser más en lo interior que lo que se mira exteriormente, porque quien nos mira es Dios, a quien debemos suma reverencia donde quiera que estuviéremos, y ante el cual nos hemos de presentar tan puros como los ángeles. Cada día debemos renovar nuestro propósito y excitarnos a mayor fervor, como si fuese el primero de nuestra conversión, y decir: Señor Dios mío, ayúdame en mi buen propósito y en tu santo servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque es nada cuanto hice hasta aquí.
Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechar, y quien quiere aprovechar bien, ha menester ser muy diligente. Si el que propone firmemente falta muchas veces ¿qué hará el que tarde o nunca propone? Acaece de diversos modos el dejar nuestro propósito, y faltar con facilidad en los ejercicios que se tiene de costumbre pocas veces deja de ser dañoso. El propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio, y en él confían siempre en cualquier cosa que emprenden; porque el hombre propone, mas Dios dispone, y no está en manos del hombre su camino.
Si se deja alguna vez el ejercicio acostumbrado por piedad o por provecho del prójimo, esta omisión se puede reparar fácilmente, mas si, por fastidio o negligencia, ligeramente se deja, muy culpable es, y resultará en nuestro daño. Esforcémonos cuanto pudiéremos, que aun así caeremos en muchas faltas con facilidad; pero algún fin determinado debemos siempre proponernos, y principalmente se han de remediar las cosas que más estorban nuestro aprovechamiento. Debemos examinar y ordenar todos nuestros actos exteriores e interiores, porque unos y otros convienen para el aprovechamiento espiritual.
Si no puedes continuamente estar recogido, siquiera recógete algunos ratos, por lo menos una vez al día. Por la mañana haz tus propósitos, y a la noche examina tus obras, qué tal ha sido este día tu conducta en obras, palabras y pensamientos, porque puede ser que ofendiste a Dios y al prójimo muchas veces en ello. Ármate como varón contra la malicia del demonio. Refrena la gula y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne. Nunca estés del todo ocioso; lee, escribe, reza o medita, o haz algo de provecho para la comunidad. Pero los ejercicios corporales se deben tomar con discreción, porque no son igualmente para todos.
Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente, porque son más seguros para el secreto. Guárdate, no seas más presto para lo particular que para lo común; pero cumplido bien y fielmente lo que te está encomendado, si tienes lugar, entra dentro de ti como desea tu devoción. No podemos todos ejercitar una misma cosa; unas convienen más a unos, y otras a otros. Según el tiempo nos son más a propósitos diversos ejercicios; unos son para los días de fiesta, otros para los días de trabajo; convienen otros para el tiempo de la tentación, y otros para el de la paz y el sosiego. En unas cosas nos agrada pensar cuando estamos tristes, y en otras cuando estamos alegres en el Señor.
En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los Santos. De fiesta en fiesta debemos proponer algo, como si entonces hubiésemos de salir de este mundo y llegar a la eterna festividad. Por eso debemos prepararnos con cuidado en los tiempos de devoción, conversar más devotamente, y guardar toda observancia con más rigor, como quien ha de recibir en breve de Dios el premio de sus trabajos.
Y si se dilatare, creamos que no estamos bastante preparados, y que aun somos indignos de tanta gloria, como si se declarara a nosotros acabado el tiempo de la vida, y estudiemos en prepararnos mejor para la muerte. Bienaventurado el siervo, dice el Evangelista San Lucas, que cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo, que le constituirá sobre todos sus bienes.
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