Busca tiempo competente para dedicarte a ti mismo, y piensa a menudo en los beneficios de Dios. Deja las cosas meramente curiosas, y lee aquellas materias que te den más compunción que ocupación. Si te apartares de pláticas superfluas, de estar ocioso y de oír novedades y murmuraciones, hallarás tiempo suficiente y a propósito para darte a la meditación de las cosas divinas. Los mayores Santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres y elegían el servir a Dios en su retiro.
Dijo uno: Cuantas veces estuve entre los hombres, volví menos hombre; lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho. Más fácil cosa es callar siempre, que hablar sin errar; más fácil es ocultarse en su casa, que guardarse del todo fuera de ella. Por esto al que aspira a la vida interior y espiritual le conviene apartarse con Jesucristo de la multitud. Ninguno se crea seguro en público, sino el que se esconde voluntariamente. Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana. Ninguno preside dignamente, sino el que se sujeta con gusto. Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin replicar.
Nadie se goza seguramente sino quien tiene en sí el testimonio de la buena conciencia, pues la seguridad de los Santos siempre estuvo llena de temor de Dios. Ni por eso fueron menos solícitos y humildes, aunque resplandecían en grandes virtudes y gracias; pero la seguridad de los malos nace de la soberbia y presunción. Nunca te tengas por seguro en esta vida, aunque parezcas buen religioso o devoto ermitaño.
Los muy estimados por buenos, muchas veces cayeron en graves peligros por su mucha confianza; por lo cual es utilísimo a muchos, el que no le falten del todo tentaciones, y que sean muchas veces combatidos, para que no confíen mucho de sí propios, y para que no se ensoberbezca, ni se entreguen demasiadamente a los consuelos exteriores. ¡Oh quien nunca buscase alegría transitoria, ni jamás se ocupase del mundo! ¡Cuán pura conservaría su conciencia! ¡Oh quien, apartando de sí todo vano cuidado, y pensando solamente en las cosas saludables y divinas, pusiese toda su esperanza en Dios! ¡Cuánta paz y sosiego poseería! Ninguno es digno de la consolación celestial, sino el que se ejercitare con diligencia en la santa contrición. Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retiro y destierra de ti todo bullicio del mundo, según está escrito: Compungíos en vuestros retiramientos. En la celda hallarás lo que fuera pierdes muchas veces. El rincón usado se hace dulce, y el poco usado causa enfado. Si al principio de tu conversión le guardares bien, te será, después tu recogimiento, un dulce amigo y tu más agradable consuelo.
En el silencio y sosiego se aprovecha el alma devota y penetra los secretos de las Escrituras. Allí halla arroyos de lágrimas con que purificarse todas las noches, para que sea tanto más familiar a su Hacedor, cuanto más se desviare del tumulto del siglo; pues el que se aparta de amigos y conocidos, estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles. Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con descuido propio hacer milagros. Muy loable es al hombre religioso salir pocas veces, huir de ser visto y no querer ver a los hombres.
¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? El mundo pasa, y con él sus deleites. Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos, mas pasada aquella hora, ¿qué nos queda sino pesadumbre de conciencia y disipación del corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre tarde hace triste mañana; así todo gozo carnal entra blandamente, mas al cabo muerde y mata. ¡Qué puedes ver en otro lugar que aquí no lo veas! Aquí ves el cielo y la tierra y todos los elementos, y de éstos fueron hechas todas las cosas.
¿Qué puedes ver en ningún lugar que permanezca mucho tiempo debajo del sol? ¿Piensas satisfacer tu apetito? Pues no lo alcanzarás. Si vieses todas las cosas delante de ti, ¿qué sería sino de tu vista vana? Alza tus ojos a Dios en el cielo, y ruega por tus pecados y negligencias. Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que manda Dios. Cierra tu puerta sobre ti, y llama a tu amado Jesús; permanece con él en tu celda, porque no hallarás en otro lugar tanta paz. Si no salieras, ni oyeras nuevas, mejor perseverarás en santa paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, necesario es que sufras después turbaciones del corazón.
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