Aunque tuvieses la pureza de los ángeles y la santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni tratar este santísimo sacramento, porque no cabe en humano merecimiento que el hombre consagre y trate el sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles.
Grande es este misterio, y grande la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles: que sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia derechamente tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo, y el sacerdote es ministro de Dios, y usa de palabras de Dios por el mandamiento y ordenación de Dios; mas Dios es allí el principal autor y obrador invisible, al cual está sujeta cualquier cosa que quisiere, y le obedece a todo lo que mandare.
Y así, más debes creer a Dios todopoderoso en este excelentísimo sacramento que a tu propio sentido o alguna señal visible. Y por eso, con temor y gran reverencia debe el hombre llegar a este sacramento.
Mira, pues, sacerdote, qué oficio te han encomendado por mano del obispo; mira cómo eres ordenado y consagrado para celebrar. Mira ahora que muy fielmente y con devoción ofrezcas a Dios el sacrificio en su tiempo y te conserves sin reprensión. Mira que no has aliviado tu carga, mas con mayor y más estrecha caridad estás atado y a mayor perfección estás obligado.
El sacerdote debe ser adornado de todas virtudes y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida; su conversación no ha de ser con los comunes ejercicios de los hombres, mas con los ángeles en el cielo y con los perfectos en la tierra. El sacerdote vestido de las sagradas vestiduras tiene lugar de Cristo para rogar humilde y devotamente a Dios por sí y por todo el pueblo.
Él tiene la señal de la cruz de Cristo ante sí y detrás de sí, para que de continuo tenga memoria de su pasión. Ante sí, en la casulla, trae la cruz, porque mire con cuidado las pisadas de Cristo y estudie de seguirlo con fervor. Detrás también está señalado de la cruz, porque sufra con paciencia por amor de Dios cualquier adversidad o daño que otros le hicieren. La cruz lleva delante porque llore sus pecados, y detrás la lleva porque llore por compasión los ajenos y sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar y de ofrecer el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar gracia y misericordia.
Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios y alegra a los ángeles, edifica a la Iglesia, ayuda a los vivos y da reposo a los difuntos y hácese particioneo de todos los bienes.
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