La devoción se refiere directamente a Dios y sólo indirectamente a los santos, por lo que ellos tienen de Dios. Nuestra Señora ocupa un lugar intermediario entre Dios y los santos, lo que da origen a un culto propio, por tanto único, y especial: muy inferior al de Dios, pero muy superior al de los santos.
El culto de hiperdulía es reservado a Nuestra Señora por su singular dignidad de Madre de Dios. Es muy inferior al de Dios porque difiere específicamente al culto de latría (debido solo a Dios).
Nosotros veneramos a Nuestra Señora pero no la adoramos; hay por tanto, un abismo infinito entre las dos especies de culto.
Es muy superior al culto de dulía (debido a los santos) porque difiere de este específicamente por el motivo de la dignidad de la maternidad divina, esta dignidad coloca a Nuestra Señora en un orden aparte, que está mil veces por encima, y es también específicamente distinto de la orden de la gracia y de la gloria en que se encuentran todos los Santos.
La verdadera devoción a María tiene que ser interior, tierna, santa, constante y desinteresada:
Devoción interior: Esto es, nace del espíritu y del corazón y proviene de la estima que se tiene de la Santísima Virgen, de la alta idea que se forma respecto a la grandeza de ella y del amor que se le profesa.
Devoción tierna: Esto quiere decir que es llena de confianza en Nuestra Señora, como un niño tiene en su cariñosa madre.
La devoción tierna hace que el alma recurra a María en todas sus necesidades de cuerpo y de espíritu, con mucha simplicidad, confianza y ternura.
Devoción santa: Es santa porque hace que el alma evite el pecado e imite las virtudes de la Santísima Virgen; sobre todo de un modo más particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación total, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina, que son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.
Devoción constante: Quiere decir que consolida el alma en el bien y hace que no abandone fácilmente sus prácticas de devoción, le da ánimo para que se oponga al mundo en sus modas y en sus máximas; a la carne, en sus tedios y embates de sus pasiones, y al demonio en sus tentaciones.
Esto no quiere decir que no caiga ni experimente algún cambio en lo que se refiere a la sensibilidad de su devoción; sino que, si cae, se vuelve a levantar estirando la mano a su bondadosa Madre, y, si carece de gusto y de devoción sensible, no se desanima por eso; porque el justo y devoto fiel de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos del cuerpo.
Devoción desinteresada: Finalmente, es desinteresada porque inspira al alma que no se busque a sí misma, sino solamente a Dios en su Santísima Madre.
El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o de interés, ni por su bien, aunque temporal o eterno, de cuerpo o de alma, sino únicamente porque Ella merece ser servida, y Dios en Ella.
Si ama a María, no es por los favores que esta le concede o por los que de Ella espera recibir, sino únicamente porque Ella merece ser amada. He aquí el porqué la ama y la sirve con la misma fidelidad en sus contratiempos y arideces que en sus dulzuras y fervores sensibles; e igual amor le profesa en el Calvario y en las bodas de Caná.
¡Ah, cuán agradable y precioso a los ojos de Dios y de su Santísima Madre es el devoto de María que no se busca a sí mismo en ninguno de los servicios que le presta! ¡Pero, cuán raro es hoy en día encontrar un devoto así!
Por el P. Hernán Luis Cosp Bareiro, EPFragmento de un artículo publicado por Gaudium Press
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