Queridos amigos:
¿Quién no ha tenido miedo alguna vez? Cuando aparece ante nosotros algo que nos evoca peligros, amenazas o incertidumbres, es normal sentir miedo.
El miedo es un “fantasma” con muchos rostros: miedo a la oscuridad, a la soledad, al qué dirán, a hablar, al ridículo, a definirse, al compromiso, al fracaso, a los demás, a uno mismo, a encarar la realidad, al presente, a lo que está por venir, a la vida, a la muerte... Sus efectos son también variados: puede producir indecisión, impedir avanzar, echar para atrás, hacer tomar otro camino, paralizar, atrapar...
El miedo puede ser un sentimiento adaptativo cuando nos previene de peligros reales y nos hace tomar las precauciones necesarias. Pero el problema es cuando atrapa la vida y uno vive huyendo de todo y de todos.
“No tengáis miedo”, “no temáis” es la palabra que Dios nos dirige hoy, repetida siete veces por Mateo en su evangelio, cuando los seguidores de Jesús parecen echarse atrás ante la dificultad, el riesgo, lo nuevo.
Los creyentes tenemos derecho a sentir miedo. Pero a la vez se nos da la oportunidad de dar el paso de la confianza. Porque, en el fondo, sabemos que el mundo y la vida están en manos de Dios. Y que Él tendrá la última palabra. A pesar de las apariencias contrarias.
En el partido de nuestra vida juegan Miedo y Confianza. Ambos quieren ganar. Cuando uno avanza, hace que el otro retroceda. Ojalá que, apoyados en Aquél de quien nos hemos fiado, llegue la Confianza a ganar... por goleada.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, cmf
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