El silencio de san José no es solo contemplativo sino que, precisamente por ser contemplativo, es un silencio doloroso. Dice santa Teresa que Dios a los contemplativos, a los que más ama les manda mayores trabajos y sufrimientos. “Son intolerables los trabajos que Dios da a los contemplativos” (C 18,1) y ellos desean padecerlos. “Pocos veo verdaderos contemplativos que no los vea animosos y determinados a padecer” (C 18,2).”He tratado muchos contemplativos y… como otros precian oro y joyas, precian ellos los trabajos y los desean” (C 36,9)
San José es el contemplativo por excelencia y por eso su silencio es el más sublime. Esto le vemos particularmente en su actitud y postura ante el misterio del embarazo de su esposa María, sin saber de donde viene “No sabía cómo comportarse ante la sorprendente maternidad de María. Ciertamente que buscaba una respuesta a la importante pregunta, pero sobre todo buscaba una solución aquella situación para él tan difícil” (RC 3).
Rumia el problema en silencio y en su interior trata de encontrar una solución, siempre con la seguridad de que Dios lo solucionará a su tiempo, porque el sabe que solo Dios puede solucionar nuestros problemas arduos y difíciles. San José calla, guarda un profundo y absoluto silencio; en dolor, en calma, en paz, en serenidad silenciosa y profunda busca en su interior solucionar el asunto que improvisamente se le ha presentado. Para nada piensa en hablar. Ama entrañablemente a su esposa que le pone en una situación embarazosa por el embarazo inesperado. El silencio constituye la mejor comunicación cuando el corazón rebosa de amor. Cuando el amor es sincero y rebosa en el corazón, el silencio en el dolor une; las palabras tantas veces estropean la comunicación en profundidad entre dos seres que se aman entrañablemente.
Alguno se pregunta por qué san José no hablo de lo que veía en María que le hubiese explicado el misterio. Pues no le habló precisamente porque era justo y santo y no quería hacerla sufrir ni en lo más mínimo: “no quiso que a la Virgen se le molestara ni en las cosas más mínimas”, escribe san Juan Crisóstomo. El silencio doloroso de san José es la expresión de su grandeza de alma y de la hondura de su amor y de la esperanza ciertísima de que Dios habla en la soledad y en el silencio. En el amor el silencio vale más que un largo discurso. San José sabe que en el silencio y en la esperanza está la fortaleza del hombre (Is 30,15).
El descubrimiento de este misterio le mete en una prueba muy dolorosa. ¿Qué hacer? A José no le pasó por el pensamiento delatarla como una adúltera, que hubiera silo lo inmediato de otro que no fuera José. No pierde la calma, reflexiona consigo mismo, es justo. Le vienen mil pensamientos y entre ellos, recoge el evangelista san Mateo, el de abandonarla secretamente, pero no pasa del pensamiento. Es un momento, o unos momentos, muy duros. No lo comenta con nadie. Permanece en un silencio, pero un silencio doloroso, causado por el silencio de Dios, silencio de Dios que encontró su momento supremo, su cenit, su clímax en la muerte de su hijo Jesucristo en silencio y soledad. El tiempo que pasó esta noche oscura, que no sabemos cuánto fue, lo pasó en silencio doloroso. San José afrontó en el silencio más absoluto, a solas con su Dios, el tormento y la tormenta de no explicarse lo que pasaba. Y seguro que no dudó lo más mínimo de la fidelidad de su esposa, María, pues la conocía y sabía que era integra, justa, santísima. Su duda es sobre la actitud que debe adoptar ante el misterio que tiene delante. “No sabía cómo comportase ante la sorprendente maternidad de María”.
San José por ser justo, honrado, misericordioso y santo no ha encontrado una actitud mejor que la del silencio doloroso. Porqué el silencio es la expresión más noble del más profundo dolor de un hombre justo que sufre desde su santidad, cuando se presenta una desgracia, una desventura o una tragedia. Cuando se pierde un ser querido, el dolor se acoge a un silencio profundo y serio. Dos enamorados ante una situación comprometida guardan silencio o se miran a los ojos.
Así quiero figurarme a José y María cuando se encontraron por primera vez después del embarazo de ella. José no expresó nada por no disgustarla o molestarla y únicamente comenzó a pensar para sus adentros a ver qué es lo que convenía hacer ante un hecho tan sorprendente e inesperado, abandonándose en los brazos de su Dios que no nunca abandona al que confía en él. De él le vendrá la solución.
P. Román Llamas. ocd
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