Art. de opinión del padre Javier Muñoz-Pellín
"Conozco tus obras y que no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; más porque eres tibio y no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca" (Apocalipsis 3, 15). Es un peligro más solapado que el pecado. Santo Tomás habla de "cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo, perezoso o indolente, para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan". La tibieza se opone a la Cruz de Cristo pues en el entorno de la Pasión y muerte de Nuestro Señor, todo es gracia, amor, magnanimidad y grandeza; la tibieza lleva a no percibir la grandeza -del Crucificado, del Resucitado- cuando ésta está presente. Un día acudí a contemplar el Cristo yacente de El Pardo; subía al catafalco un matrimonio; el marido le dijo a su mujer: no subas, sólo es un muerto. Eso es la tibieza , no apreciar la grandeza cuando está ante nosotros. Por eso, el catolicismo no es cuestión de persuasión, sino de grandeza.
El alma "quiere" acercarse a Dios pero con poco esfuerzo: "Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más. Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta. Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras" (Surco, 146).
El alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo, por si acaso: "Chapoteas en las tentaciones, te pones en peligro, juegas con la vista y con la imaginación, charlas de... estupideces. Y luego te asustas de que te asalten dudas, escrúpulos, confusiones, tristeza y desaliento. Has de concederme que eres poco consecuente" (Surco, 132).
Si el pecado mortal mata la vida de la gracia en el alma, la tibieza es una grave enfermedad: "No quieres ni lo uno -el mal- ni lo otro -el bien-... Y así, cojeando con entrambos pies, además de equivocar el camino, tu vida queda llena de vacío" (Camino, 540).
Una persona tibia es la que "está de vuelta", un alma cansada de luchar, que ha perdido a Cristo en el horizonte de su vida. Supone, sobre todo una crisis de esperanza que son las peores pues "tanto alcanzas cuanto esperas" (Santa Teresa). "La tibieza, hijos míos, supone una grave enfermedad de la voluntad. Con una mirada apagada para el bien y otra más penetrante hacia lo que alaga el propio yo, la voluntad tibia acumula en el alma posos y podredumbre de egoísmo y de soberbia que, al sedimentar, producen un progresivo sabor carnal en todo el comportamiento. Si no se ataja ese mal, toman fuerza, cada vez con más cuerpo, los anhelos más desgraciados, teñidos por esos posos de tibieza: y surge el afán de compensaciones; la irritabilidad ante la más pequeña exigencia o sacrificio; las quejas por motivos banales; la conversación insustancial o centrada en uno mismo, ya que un síntoma peculiar de la tibieza se define en aquel non cogitare nisi de se que se exterioriza en non loqui nisi de se. Aparecen las faltas de mortificación y de sobriedad; se despiertan los sentidos con asaltos violentos, se resfría la caridad, y se pierde la vibración apostólica para hablar de Dios con garra" (Beato Álvaro, Carta, 9.1.1980, n. 31).
Cristo, para un alma tibia es sólo una figura desdibujada, in.concreta, de rasgos indefinidos y un poco indiferente: "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... — Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!" (Camino, 212).
Queda en el alma un vacío interior que el tibio intenta llenar con otras cosas, con sustitutivos de Dios. A veces con el propio estudio o trabajo y, algo que es santificable y santificador, se convierte en campo para afirmaciones personales. Otras, con pasarlo bien, moverse de un lado para otro de, tal manera que no pueda quedarme a solas con mi conciencia: lo paso bien pero sé que no estoy bien. El tibio suele llenarse de ideologías, teorías, o de "cultura" que justifiquen su actuación; o con la impureza, con la búsqueda del placer que deja todavía más vacío.
La fe está como adormecida. A una situación así no se llega de pronto, de la noche a la mañana, sino que viene precedida de un conjunto de pequeñas infidelidades, abandonos y dejaciones. Descuido habitual de las cosas pequeñas; pereza para levantarse por la mañana y vivir el hodie, nunc. El tibio nunca acaba nada, todo lo deja inacabado, incompleto: método de inglés, terminar de leer un libro, guitarra, bicicleta, flamenco, jardinería, bricolage, atletismo, nadar, correr, pasear, ir al monte. Tiene falta de contrición y de dolor ante los errores y pecados personales. Hay una ausencia de metas concretas, de ideales, de ilusiones para mejorar en el trato con Dios o en el trato con los demás.
La respuesta del tibio a la pregunta ¿cómo estás? es siempre "pues ya lo ves, aquí, tirando"; se ha dejado de luchar, o esa lucha es ficticia o ineficaz. El lema del tibio es "no hay que excederse", pues se instala en el conformismo y la mediocridad: el tibio es siempre mediocre. Además justifica su poca lucha y su falta de exigencia personal con diversas razones: de naturalidad, todo el mundo hace lo mismo, no se puede ir por la vida dando bofetadas morales; de eficacia, yo pasando inadvertido puedo ayudar más a los otros pues si te significas, te encasillan, te etiquetan y ya pierde eficacia tu apostolado porque te consideran un beato (el apóstol tibio: ése es el gran enemigo de las almas); de salud, ya me gustaría a mí, pero es que tengo la tensión baja. Estas razones hacen que el tibio sea comprensivo e indulgente con sus propios defectos, apegos y comodidades y, al mismo tiempo y en las mismas cosas en las que él falla, absolutamente intransigente con los demás
.¿Quieres saber si eres tibio? Apunta: si aciertas todas, bingo y si no, al menos, línea: "1º Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; 2º si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; 3º si no piensas más que en ti y en tu comodidad; 4º si tus conversaciones son ociosas y vanas; 5º si no aborreces el pecado venial; 6º si obras por motivos humanos.
La vida del tibio es la de un hombre dividido, sin unidad, tal como se refleja en este punto de Surco, 166 "En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento. La inteligencia iluminada por la fe te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos. El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.
Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, ¡pse Christus! el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi gracia!", que es una confirmación de que, si quieres, puedes.
Contra la tibieza, espíritu de examen, valentía y reaccionar acudiendo a la Virgen pues, a veces "Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género" (Surco, 553). "El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza" (Camino, 492).
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