«“Querido Jesús, sabes que mañana es un día de ayuno. Sabes también que he decidido ayunar como tu Madre nos invita encarecidamente a hacerlo. Sin embargo, Jesús, te necesito porque para mí el ayuno es una renuncia que me cuesta muchísimo. Oh Jesús, quédate conmigo mañana durante todo el día, te lo ruego; no dejes que la tentación me robe las gracias que Tú, Jesús, has preparado para mí. Me gustaría mucho ayudarte a acceder a todos esos corazones que hoy están cerrados a tus llamados. Sé que con mi ayuno, podrás inundarlos con tu luz y con tu amor. Pero ya conoces mi debilidad. Por eso, querido Jesús, por favor concédeme la gracia de ayunar con todo el corazón, con la mirada puesta en los bellos frutos escondidos de conversión para mis seres queridos y para muchos otros más, y sin pensar en los alimentos que no podré consumir.
Jesús, no quiero decidir esto yo solo, sino hacerlo contigo. ¡Sé mi fortaleza, Dios mío! Contigo todo es posible y ya no temo. Y además, me regocijo pensando en los millones de hijos tuyos que mañana, siguiendo la escuela de la Santísima Virgen, estarán espiritualmente conmigo, ayunando a pan y agua. No estaré solo, y esto me reconforta. Tu Madre nos llama “los apóstoles de su amor” y cuenta con nosotros para llevar a cabo sus planes para el mundo. ¡Qué gran honor es integrar esta familia! ¡Querido Jesús, el hecho mismo de hablar contigo me ha dado valor! Me abandono a ti con gran confianza y te agradezco porque estás conmigo en todo momento. Uno mi ayuno a tu ayuno en el desierto, por lo que tendrá un valor infinito y eso me causa una inmensa alegría. ¡Gracias, Jesús!»