CAPÍTULO XLII
No se ha de poner la paz
en los hombres
Hijo, si pones tu
paz en alguno por tu parecer, y por conversar con él, estarás sin quietud y sin
sosiego. Mas si vas a buscar, la verdad, que siempre vive y permanece, no te
entristecerás por el amigo que se retirare o se muriere. En mí ha de estar el
amor del amigo, y por mí se ha de amar a cualquiera que en esta vida te
pareciere bueno y amable. Sin mí no vale nada ni durará la amistad, ni es
verdadero ni puro el amor que yo no compongo. Tan muerto debes estar a las
aficiones de los amigos, que, por lo que a ti toca, debes carecer de todo trato
humano. Tanto se acerca el hombre a Dios, cuanto se desvía de todo consuelo
terreno; y tanto más alto sube a Dios, cuanto más bajo desciende en sí y se
tiene por más vil.
El que se
atribuye a sí mismo algo bueno, impide a la gracia de Dios venga a él; porque
la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde. Si te supieses
anonadar perfectamente y limpiar de todo amor criado, yo entonces manaría en ti
con abundantes gracias. Cuando miras a las criaturas, se aparta de ti la vista
del Creador. Aprende a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás
llegar al conocimiento divino. Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama y
se mira desordenadamente, nos retarda gozar del sumo Bien, y nos daña.
CAPÍTULO XLIII
Contra la ciencia vana del
siglo
Hijo, no te
muevan los dichos agudos y limados de los hombres, porque no está el reino de
Dios en palabras, sino en virtud. Atiende a mis palabras, que encienden los
corazones e iluminan las almas, excitan a contrición y traen muchas
consolaciones. Nunca leas para mostrarte
más letrado o sabio. Estudia en mortificar los vicios, porque más te
aprovechará esto que el saber muchas cuestiones difíciles.
Cuando hubieres
acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene volver a un mismo principio.
Yo soy el que enseño al hombre la ciencia, y doy a los pequeños más claro entendimiento
que ningún hombre puede enseñar. Al que yo hablo luego será sabio, y
aprovechará mucho en el espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los
hombres curiosidades, y cuidan muy poco del camino de servirme a mí! Tiempo
vendrá, cuando aparecerá el Maestro de los maestros Cristo, Señor de los
ángeles, para oír las lecciones de todos, esto es, para examinar las
conciencias de cada uno; y entonces
escudriñará a Jerusalén con candelas, y serán descubiertos los secretos de las
tinieblas, y callarán los argumentos de las lenguas.
Yo soy el que en
un punto levanto al entendimiento humilde, para que entienda más razones de la
verdad eterna que si hubiese estudiado diez años, Yo enseño sin ruido de
palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honra y sin combate de
argumentos. Yo soy el que enseña a despreciar lo terreno y aborrecer lo
presente, buscar y saber lo eterno, huir las honras, sufrir los escándalos,
poner toda esperanza en mí, fuera de mí no desear nada, y amarme ardientemente
sobre todas las cosas.
Y así uno,
amándome entrañablemente, aprendió cosas divinas y hablaba maravillas. Más
aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas. Mas a unos
hablo cosas comunes, a otros cosas especiales. A unos me muestro dulcemente por
señales y figuras, a otros revelo misterios con mucha luz. Una sola cosa dicen
los libros, mas no enseñan igualmente a todos; porque yo soy en lo interior
doctor de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos,
movedor de las obras, y reparto a cada uno según juzgo ser digno.
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