Jesucristo:
Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, y yo os aliviaré,
dice el Señor. El pan que yo os daré, es mi carne, por la vida del mundo. Tomad
y comed: este es mi cuerpo; que será entregado por vosotros. Haced esto en
memoria de Mí. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí, y yo en él.
Las palabras que os he dicho, espíritu y vida son.
CAPÍTULO
1: CON CUÁNTA REVERENCIA SE HA DE RECIBIR A JESUCRISTO.
El Alma:
1. Estas son tus palabras, ¡oh buen
Jesús, Verdad eterna! Aunque no fueron dichas en un tiempo, ni escritas en un
mismo lugar. Y pues son tuyas, y verdaderas, debo yo recibirlas todas con
gratitud y con fe. Tuyas son, pues, Tú las dijiste; y también son mías, pues
las dijiste por mi bien. Muy de grado las recibo de tu boca, para que sean más
profundamente grabadas en mi corazón. Despiértanme palabras de tanta piedad,
llenas de dulzura y de amor; mas por otra parte mis propios pecados me
espantan, y mi mala conciencia me retrae de recibir tan altos misterios. La
dulzura de tus palabras me convida; mas la multitud de mis vicios me oprime.
2. Me mandas que me llegue a Ti con
gran confianza, si quiero tener parte contigo, y que reciba el manjar de la
inmortalidad, si deseo alcanzar vida y gloria para siempre. Dices: Venid a Mí
todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé. ¡Cuán
dulces y amables son a los oídos del pecador estas palabras, por las cuales Tú,
Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu Santísimo
Cuerpo! Mas ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegarme a Ti? Veo que no
cabes en los cielos de los cielos; y Tú dices: ¡Venid a Mí todos!
3. ¿Qué quiere decir esta tan piadosa
dignación, y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no
reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi
habitación yo que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y
arcángeles tiemblan: los Santos y justos temen. Y Tú dices: !Venid a Mí todos!
Si Tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si Tú no lo mandases,
¿quién osaría llegarse a Ti?
4. Noé, varón justo, trabajó cien
años en fabricar una arca para guarecerse en ella con pocas personas: ¿pues
cómo podré yo en una hora prepararme para recibir con reverencia al que fabricó
el mundo? Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo una arca de madera
incorruptible, y la guarneció de oro purísimo para poner en ella las tablas de
la Ley; ¿y yo, criatura podrida, osaré recibirte tan fácilmente a Ti, hacedor
de la ley y dador de la vida? Salomón, el más sabio de los reyes de Israel,
edificó en siete años, en honor de tu nombre, un magnífico templo. Celebró ocho
días la fiesta de su dedicación, ofreció mil hostias pacíficas, y colocó
solemnemente el Arca del Testamento, con músicas y regocijos, en el lugar que
le estaba preparado. Y yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te
introduciré en mi casa, que difícilmente estoy con devoción media hora? Y
¡ojalá que alguna vez gastase bien media hora!
5. ¡Oh Dios mío! ¿Qué no hicieron
aquellos por agradarte? Mas ¡ay de mí! ¡Cuán poco es lo que yo hago! ¡Qué corto
tiempo gasto en prepararme para la Comunión! Rara vez estoy del todo recogido,
y rarísima me veo libre de toda distracción. Y en verdad, que en tu saludable y
divina presencia no debiera ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni
ocuparme criatura alguna; porque no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor
de los ángeles.
6. Además, hay grandísima diferencia
entre el Arca del Testamento con cuanto contenía, y tu purísimo Cuerpo con sus
inefables virtudes; entre aquellos sacrificios de la ley antigua que figuraban
los venideros, y el sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos
los sacrificios antiguos.
7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más
en tu venerable presencia? ¿Por qué no me dispongo con mayor cuidado para
recibirte en el Sacramento, al ver que aquellos antiguos santos patriarcas y
profetas, reyes y príncipes, con todo su pueblo, mostraron tanta devoción al
culto divino?
8. El devotísimo rey David bailó con
toda su fuerza delante del arca de Dios, acordándose de los beneficios hechos
en otro tiempo a los padres. Hizo diversos instrumentos músicos; compuso
salmos, y ordenó que se cantasen con alegría; y aun él mismo los cantó
frecuentemente el arpa, inspirado de la gracia del Espíritu Santo; enseñó al
pueblo de Israel a alabar a Dios de todo corazón, y bendecirle y celebrarle
cada día con voces acordes. Pues si tanta era entonces la devoción, y tanto se
pensó en alabar a Dios delante del Arca del Testamento, ¿cuánta reverencia y
devoción debo yo tener, y todo el pueblo cristiano, a presencia del Sacramento
y al recibir el Santísimo cuerpo de Cristo?
9. Muchos corren a diversos lugares
para visitar las reliquias de los Santos, y se maravillan de oír sus hechos,
miran los grandes edificios de los templos, y besan los sagrados huesos
guardados en oro y seda. Y Tú estás aquí presente delante de mí en el altar,
Dios mío, Santo de los Santos, Criador de los hombres y Señor de los ángeles.
Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la novedad y por la
curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que sacan muy poco fruto de
enmienda, mayormente cuando andan con liviandad, de una parte a otra, sin
contrición verdadera. Más aquí, en el Sacramento del Altar, estás todo
presente, Jesús mío, Dios y hombre; en él se coge copioso fruto de eterna salud
todas las veces que te recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae
ninguna liviandad ni curiosidad o sensualidad; sino la fe firme, la esperanza
devora, y la pura caridad.
10. ¡Oh Dios invisible, Criador del
mundo, cuán maravillosamente lo haces con nosotros! ¡Cuán suave y graciosamente
te portas con tus escogidos, a quienes te ofreces a Ti mismo en este Sacramento
para que te reciban! Esto, en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto
especialmente cautiva los corazones de los devotos y enciende su afecto. Porque
los verdaderos fieles tuyos, que se disponen para enmendar toda su vida, de
este Sacramento dignísimo reciben continuamente grandísima gracia de devoción y
amor de la virtud.
11. ¡Oh admirable y escondida gracia
de ese Sacramento, la cual conocen solamente los fieles de Cristo! Pero los
infieles y los que sirven al pecado, no la pueden gustar. En este Sacramento se
da gracia espiritual, se repara en el alma la virtud perdida, y reflorece la
hermosura afeada por el pecado. Tanta es algunas veces esta gracia, que de la
abundante devoción que causa, no sólo el alma, sino aun el cuerpo flaco siente
haber recibido fuerzas mayores.
12. Pero es muy mucho de sentir y de
llorar nuestra tibieza y negligencia, porque no nos movemos con mayor afecto a
recibir a Cristo, en quien consiste toda la esperanza y el mérito de los que se
han de salvar. Porque El es nuestra santificación y redención, El nuestro
consuelo en esta peregrinación y el gozo eterno de los Santos. Y así es muy
digno de llorarse el poco caso que muchos hacen de este saludable Sacramento,
el cual alegra al cielo, y conserva al universo mundo. ¡Oh ceguedad y dureza
del corazón humano, que tan poco atiende a tan inefable don, y por la mucha
frecuencia ha venido a reparar menos en él!
13. Porque si este sacratísimo
Sacramento se celebrase en un solo lugar y se consagrase por un solo sacerdote
en todo el mundo, ¿con cuánto deseo y afecto acudirían los hombres a aquel
sacerdote de Dios para verle celebrar los divinos misterios? Mas ahora hay
muchos sacerdotes, y se ofrece Cristo en muchos lugares, para que se muestre
tanto mayor la gracia y amor de Dios al hombre, cuanto la sagrada Comunión es
más liberalmente difundida por el mundo. Gracias a Ti, buen Jesús, pastor
eterno que te dignaste recrearnos a nosotros pobres y desterrados, con tu
precioso cuerpo y sangre; y también convidarnos con palabras de tu propia boca
a recibir estos misterios, diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y
estáis cargados, que yo os aliviaré.
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