Los hombres podemos tomar la decisión de autocondenarnos.
En la audiencia general del miércoles 11 de diciembre de 2013 el Papa se refirió al Juicio Final. A este juicio no debe tenerse miedo, dijo el Papa, pero al mismo tiempo hay que tener en cuenta, a partir de ahora lo que pensamos y cómo nos comportamos – porque, en cierto sentido, el juicio final ya ha comenzado para nosotros: la posibilidad de encontrarse excluido de la comunión con Dios es tragicamente real.
El Señor quiere salvar a todos. Sin embargo,
“somos nosotros los que podemos llegar a ser, en cierto sentido, los jueces de nosotros mismos, autocondenándonos a la exclusión de la comunión con Dios y con nuestros hermanos”.
Por lo tanto, tenemos que a partir de ahora
“velar por nuestros pensamientos y nuestras actitudes” pensar “en este juicio que comienza ahora, que ya ha comenzado”
El Papa ha dedicado la última de sus catequesis sobre el Credo a su último artículo: “Creo en la vida eterna”, deteniéndose en particular en el Juicio Final.
“Cuando pensamos en el regreso de Cristo y el juicio final que revelan hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho o dejado de hacer durante su vida terrena, percibimos que estamos ante un misterio que es más grande que nosotros y ni siquiera podemos imaginar. Un misterio que despierta casi instintivamente un sentimiento de temor, y quizás incluso de trepidación. Sin embargo, si reflexionamos acerca de esta realidad, el corazón del cristiano se ensancha porque constituye una gran fuente de consuelo y confianza”.
Francisco ha explicado que al respecto, el testimonio de las primeras comunidades cristianas es muy interesante ya que acompañaban las celebraciones y oraciones habituales con la aclamación ‘Maranatha’ que se puede entender sea como una súplica:
“¡Ven, Señor” , o como una certeza alimentada por la fe : “Sí , el Señor viene el Señor está cerca”.
Con esa exclamación culmina toda la Revelación cristiana, al final de la contemplación maravillosa del Apocalipsis de San Juan en que la Iglesia – esposa en nombre de toda la humanidad se dirige a Cristo, su esposo,
“a la espera de ser envuelta en su abrazo, que es la plenitud de vida y amor”. Y “si pensamos en el juicio desde esta perspectiva, el miedo y la duda cesan y dejan lugar a la profunda alegría y la expectación. Será el momento en que se nos juzgará, finalmente dispuestos, a ser revestidos con la gloria de Cristo”.
Una segundo motivo de confianza
“es la consideración de que, en el momento del juicio , no estaremos solos…. Qué bueno saber que en ese momento, podremos contar con Cristo, nuestro Abogado ante el Padre y con la intercesión y la benevolencia de tantos hermanos y hermanas nuestras que nos han precedido el camino de la fe… y que siguen queriéndonos de manera indescriptible. Los santos que ya viven viendo a Dios, en el esplendor de su gloria rezan por nosotros que seguimos viviendo en la tierra”.
El tercer elemento nos lo ofrece el Evangelio de Juan cuando afirma que
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo sea salvo por él”. “Esto significa que el juicio comienza ya en nuestra existencia. Es un juicio que se pronuncia en cada momento de la vida, como reflejo de nuestra fe de la salvación presente y operante en Cristo, o de nuestra falta de fe, con el consiguiente cierre en nosotros mismos… La salvación es abrirse a Jesús. Si somos pecadores el Señor nos perdona, pero tenenos que abrirnos al amor de Jesús que es más grande que todas las cosas; pero abrirse significa arrepentirse”.
“El Señor Jesús – ha finalizado el pontífice- se ha entregado y sigue entregándose a nosotros, para colmarnos de toda la misericordia y la gracia del Padre. Por tanto, de alguna manera podemos ser los jueces de nosotros mismos, condenándonos con nuestras manos a la exclusión de la comunión con Dios y con los demás…No os canséis, por lo tanto, de velar sobre nuestros pensamientos y nuestras actitudes, para saborear ya desde ahora la calidez y la belleza del rostro de Dios , que en la vida eterna contemplaremos en toda su plenitud”.
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