De la 3 a las 4 de la mañana
Jesús en casa de Caifás
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo:
“Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quien te defienda.” Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar? Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y me dice: “Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta.” Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara. Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti.
Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el pecado! Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu amor! Y quien te acusa de una cosa y quien de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el dolor. Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora. Dime, ¿dime qué pasa?
Hazme partícipe de todo, oh Jesús. “¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la ocasión!” Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados.
Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice: “Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes: “¡Tú lo dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!”
Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a todos: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!” Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quien te da puñetazos en la cabeza, quien te tira por los cabellos, quien te da bofetadas, quien te escupe en la cara, quien te pisotea con los pies. Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos.
Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.
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