LIBRO CUARTO
Amonestaciones para recibir la sagrada Comunión del cuerpo de Jesucristo nuestro Señor
CAPÍTULO I
Cristo, verdad eterna, éstas son tus palabras, aunque no fueron pronunciadas en un tiempo ni escritas en un mismo lugar. Y pues son palabras tuyas, fielmente y muy de grado las debo yo recibir. Tuyas son, tú las dijiste, y mías son también, pues las dijiste por mi salud. Muy de grado las recibo de tu boca, para que sean más estrechamente injeridas en mi corazón.
Despiértanme palabras de tanta piedad, llenas de dulzura y de amor; mas, por otra parte, mis pecados me espantan, y mi mala conciencia me retrae de recibir tan altos misterios. La dulzura de tus palabras me convida, mas la multitud de mis vicios me desvía.
Me mandas que me llegue a ti con buena confianza si quisiere tener parte contigo, y que reciba el manjar de la inmortalidad si deseo alcanzar vida y gloria. Tú, Señor, dices: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os recrearé. ¡Oh dulce y amigable palabra en la oreja del pecador, que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu sacratísimo cuerpo!
Mas ¿quién soy yo, Señor, que presuma llegar a ti? Veo, Señor, que en los cielos de los cielos no cabes, ¡y tú dices: Venid a mí todos! ¿Qué quiere decir esta tan piadosa misericordia, y este tan amigable convite? ¿Cómo osaré ir, que no me conozco cosa buena? ¿De qué puedo presumir? ¿Cómo te pondré en mi casa, viendo que tantas veces ofendí tu benignísima cara? Los ángeles y arcángeles tiemblan, los santos y justos temen, ¡y tú dices: Venid a mí todos! Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién osaría creerlo? Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?
Veo que Noé, varón justo, trabajó cien años en fabricar un arca para guarecerse con pocos; pues ¿cómo podré yo en una hora aparejarme para recibir con reverencia al que fabricó el mundo?
Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo el arca de madera incorruptible, y la guarneció de oro muy puro para poner en ella las tablas de la ley; y yo, criatura podrida, ¿osaré recibir tan fácilmente a ti, hacedor de la ley y dador de la vida? Salomón, que fue el más sabio de los reyes de Israel, en siete años edificó a loor de tu nombre un magnífico templo y celebró ocho días las fiesta de su dedicación, y ofreció mil sacrificios pacíficos, y asentó con muchas solemnidad el arca del Testamento, con trompas y regocijos, en el lugar que estaba aparejado; y yo, miserable, el más pobre de los hombres, ¿cómo te meteré en mi casa, que dificultosamente gasto con devoción una hora? Y aun pluguiese a ti, Dios mío, que alguna vez fuese media.
¡Oh Dios mío y cuánto estudiaron aquéllos por agradarte! Y ¡ay de mí, cuán poquito es lo que yo hago, cuán poco tiempo gasto en aparejarme para la comunión! Pocas veces estoy del todo recogido, y muy menos de toda distracción alimpiado. Por cierto, en la presencia saludable de tu deidad no me debería ocurrir pensamiento alguno superfluo, ni me habría de ocupar criatura alguna; porque no voy a recibir en mi aposento algún ángel, mas al Señor de los ángeles.
Y aún más, que hay muy grandísima diferencia entre el arca del Testamento, con sus reliquias, y tu preciosísimo y purísimo cuerpo, con sus inefables virtudes; y entre los sacrificios de la vieja ley, que figuraban los venideros, y el verdadero sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos los sacrificios.
Y pues así es, ¿por qué yo no me enciendo más en tu venerable presencia? ¿Por qué no me aparejo con mayor cuidado para recibirte a ti en el sacramento, pues aquellos antiguos santos patriarcas y profetas, y los reyes y príncipes con todo el pueblo mostraron tanta devoción al culto divino? El devotísimo rey David bailó con todas sus fuerzas ante el arca de Dios, y acordándose de los beneficios otorgados a los padres en el tiempo pasado, hizo órganos de diversas maneras, y compuso salmos, y ordenó que se cantasen, y aun él mismo con alegría los cantó muchas veces en su arpa, inspirado de la gracia del Espíritu Santo, y enseñó al pueblo de Israel a loar a Dios de todo corazón, y bendecidlo, y predicarle cada día en consonancia de voces.
Pues si tanta era entonces la devoción, y tanta fue la memoria del divino loor delante del arca del Testamento, ¡cuánta reverencia y devoción debo yo tener y todo el pueblo cristiano en presencia del sacramento, en la comunión del excelentísimo cuerpo de Cristo! Muchos corren a diversos lugares por visitar reliquias de santos, y maravíllanse de oír sus milagros; miran los grandes edificios de los templos, besan los sagrados huesos guardados en oro y seda, ¡y estás tú aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío, Santo de los santos, criador de todas las cosas, Señor de los ángeles, y aún no te miro con devoción!
Muchas veces la curiosidad de los hombres y la novedad de las cosas que van a ver es ocasión de ir a visitar cosas semejantes, y de ello traen poco fruto de enmienda, mayormente cuando con liviandad andan de acá para allá sin contrición verdadera. Mas aquí, en el sacramento del altar, enteramente estás tú presente, Señor mío, Dios hombre, Jesucristo, en el cual sacramento se recibe copioso fruto de eterna salud todas las veces que te recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae alguna liviandad, o curiosidad, ni sensualidad, mas la firme fe, esperanza devota y pura caridad.
¡Oh Dios invisible, Criador del mundo, cuán maravillosamente lo haces con nosotros, cuán suave y graciosamente lo ordenas con tus escogidos, a los cuales te ofreces en este sacramento para que te reciban! Esto en verdad excede todo entendimiento. Esto especialmente atrae los corazones devotos y enciende los afectos. Y los mismos verdaderos fieles tuyos, que toda su vida ordenan para enmendarse, de este sacramento dignísimo reciben continuamente grandísima gracia de devoción y amor de virtud.
¡Oh admirable gracia, escondida en este sacramento, la cual conocen solamente los fieles cristianos, mas los infieles y los que en pecados están no la pueden gustar! En este sacramento se da gracia especial, y se repara en el ánima la virtud perdida, y se torna la hermosura afeada por el pecado. Y tanta es algunas veces esta gracia, que del cumplimiento de la devoción que se da, no sólo el ánima, mas aun el cuerpo flaco siente haber recibido fuerzas mayores.
Por eso es muy mucho de llorar nuestra tibieza y negligencia, que no vamos con vivo fervor a recibir a Cristo, en el cual consiste toda la esperanza y el mérito de los que se han de salvar.
Porque él es nuestra santificación y redención, él es la consolación de los que caminan y eterno gozo de los santos. Así que mucho es de llorar el descuido que muchos tienen en este tan salutífero sacramento, que alegra el cielo y conserva el universo mundo.
¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco mira a tan inefable don, antes de la mucha frecuencia ha venido a mirar menos en él!
Por cierto, si este sacratísimo sacramento se celebrase en un solo lugar, y se consagrase por un solo sacerdote en el mundo, maravilla sería con cuánta afición irían los hombres a aquel lugar y a ver a aquel sacerdote de Dios, para oírlo celebrar los divinos misterios. Mas ahora hay muchos sacerdotes, y ofrécese Cristo en muchos lugares, para que tanto se muestre mayor la gracia y amor de Dios al hombre cuanto la sagrada comunión es más liberalmente extendida por el mundo.
Gracias se hagan a ti, buen Jesús, pastor eterno, que tuviste por bien de recrear a nosotros, pobres y desterrados, con tu precioso cuerpo y sangre, y también convidarnos con palabras de tu propia boca a recibir tus divinos misterios, diciendo:Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os recrearé.
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