Señor, no soy digno de tu consolación, ni de visita alguna espiritual, y por eso obras justamente conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado; porque aunque yo pudiese derramar tantas lágrimas como el mar no merecería aun tu consolación. Por eso no soy digno sino de ser azotado y castigado; porque yo te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho y de muchas maneras. Así que, bien mirado, no soy digno de bien alguno por pequeño que sea. Mas tú, Dios piadoso y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan, por mostrar las riquezas de tu bondad sobre los vasos de misericordia, aun sobre todo merecimiento tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo sobrehumano, porque tus consolaciones no son como las conversaciones humanas.
¡Oh Señor! ¿qué he hecho yo para que tú me dieses alguna consolación celestial? Yo no me acuerdo haber hecho algún bien; sino que he sido siempre inclinado a vicios y muy perezoso para enmendarme. Esto es verdad, y no puedo negarlo; si yo dijese otra cosa, estarías contra mí, y no habría quien me defendiese. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno y el fuego eterno? Conozco en verdad que soy digno de todo escarnio y menosprecio, y que no me corresponde contarme entre tus devotos. Y aunque yo diga esto con tristeza, sin embargo, reprenderé mis pecados contra mí por la verdad, porque más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.
¿Qué diré yo, pecador y lleno de toda confusión? No tengo boca para hablar sino solo esta palabra: Pequé, Señor, pequé, ten misericordia de mí, perdóname. Déjame, pues, que llore un poquito mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de oscuridad de muerte. ¿Qué es lo que pides principalmente al culpable y miserable pecador, sino que se convierta y se humille por sus pecados? De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza del perdón, se reconcilia la conciencia turbada, repárase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera, y se juntan en santa paz Dios y el alma contrita.
Señor, el humilde arrepentimiento de los pecados es para ti sacrificio aceptable, que huele más suavemente en tu presencia que el incienso. Éste es también el ungüento agradable que tú quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies, porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye de la ira del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se desmejoró y manchó.
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