De los mensajes que recibo, muchos hablan sobre la Santa Misa, en general, como un evento repetitivo y monótono. En primer lugar, es necesario dejar bien claro que la Missa no es un momento de entretenimiento. No es una atracción cultural o la celebración de una fiesta. Muy al contrario, durante la Santa Misa se entablan grandes batallas espirituales que van mucho más allá de rituales repetidos y rutinarios.
Otro punto que quiero aclarar, antes de entrar en el tema, es que la mayoría de las personas que hablan de la monotonía de la Misa son católicos por cultura, es decir, muchos católicos aún no tienen una dimensión real de lo que es la Santa Misa, se pasan la vida solo viendo la superficie, en vez de profundizar en sus misterios.
En este punto es bueno observar la negligencia de algunos sacerdotes al no explicar el real valor de la Eucaristía y de la Liturgia. Confieso que una vez participé en una Misa que duró en torno a media hora, y me quedé sorprendido, pues el sacerdote parecía más un locutor de radio que un sacerdote en el Altar.
La Misa es la representación terrena del banquete de las bodas del Cordero de Dios. De todas las cosas católicas, no hay nada tan familiar como la misa. Con sus oraciones, himnos y gestos sempiternos, la misa es como un hogar para el cristiano. Pocas personas perciben el drama sobrenatural inserto en la vivencia de una liturgia dominical.
El Papa Juan Pablo II llamó a la Misa "... el cielo en la tierra...", y explicó que "... la liturgia que celebramos en la tierra es misteriosa participación en el cielo...". Nosotros vamos al cielo cuando vamos a misa, y eso vale para cualquier misa, independientemente de la calidad de la música o del fervor de la homilía. La misa es el cielo en la tierra.
Desde los escritos de los primeros cristianos, existen referencias a la Liturgia, a la Eucaristía y al Sacrificio. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, declara:
" En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El".
Esto es “la verdad que se esconde” en la Santa Misa.
Artículo publicado originalmente en portugués en el blog Compartilhando a Graça. Traducción y adaptación de Aleteia
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