Hijo, guárdate de disputar de cosas altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado. Estas cosas exceden a toda humana capacidad y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino. Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del Profeta: Justo eres, Señor, y recto tu juicio; y aquello que dice:Los juicios del Señor, verdaderos son y justificados en sí mismos. Mis juicios han de ser temidos, no examinados, porque no se comprenden con entendimiento humano.
Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino del cielo. Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho; alimentan también la soberbia y la vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando quiere uno imprudentemente preferir a un santo, y otro a otro. Querer saber e inquirir tales cosas, ningún fruto produce, antes desagrada mucho a los santos; porque yo no soy Dios de discordias, sino de paz, la cual consiste más en la verdadera humildad, que en la propia exaltación.
Algunos con celo de amor se aficionan a unos santos más que a otros; pero esto, más nace de afecto humano que divino. Yo soy el que crié a todos los santos, yo les di la gracia, yo les he dado la gloria, yo sé los méritos de cada uno, yo les previne con bendiciones de mi dulzura, yo conocí mis amados antes de los siglos, yo los escogí del mundo y no ellos a mí, yo los llamé por gracia, los traje por misericordia, yo los llevé por diversas tentaciones, yo les envié grandísimas consolaciones, yo les di perseverancia, yo coroné su paciencia.
Yo conozco al primero y al último, yo los abrazo a todos con amor inestimable, yo he de ser alabado en todos mis santos, yo he de ser bendecido sobre todas las cosas, y debo ser honrado en cada uno de cuantos he engrandecido gloriosamente y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo. Por eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos no honra al grande, porque yo hice al grande y al pequeño. Y el que quisiere deprimir a alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los demás en el reino de los cielos. Todos son una misma cosa por el vínculo de la caridad, todos son de un voto, todos de un querer, todos se aman en uno.
Y lo que es sobre todo, que me aman a mí más que a sí y a sus merecimientos; porque levantados sobre sí, y libres de su amor propio, se pasan del todo al mío, en el cual descansan con mucho gozo. No hay cosa que los pueda apartar ni desviar, porque llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad. Callen, pues los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos, pues no saben amar sino sus deleites privados. Quitan y ponen a su parecer, y no como agrada a la eterna Verdad.
Muchos hay llenos de ignorancia, mayormente los poco iluminados, que rara vez saben amar a alguno con amor espiritual perfecto. Y aun los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, a que se inclinen más a unos que a otros; y así como juzgan de las cosas terrenas, así juzgan de las celestiales. Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos, y lo que saben los varones iluminados por la revelación de lo alto.
Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de estas cosas que exceden tu saber; trabaja más en esto, y mira que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios. Y aunque uno supiese cuál es más santo que otro, o el mayor en el reino de los cielos ¿qué le aprovecharía saberlo, si no se humillase delante de mí por este conocimiento, y se levantase a alabar más mi nombre? Mucho más agradable es a Dios el que piensa la gravedad de sus propios pecados, y la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los santos, que el que porfía cuál sea mayor o menor. Mejor es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su intercesión, que con vana pesquisa escudriñar sus secretos.
Ellos están bien y muy contentos, si los hombres supiesen contentarse, sosegar y refrenar sus vanas lenguas. No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos, sino a todo a mí, porque yo les di todo cuanto tienen por mi infinita bondad. Llenos están de todo amor de la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna gloria les falta, ni les puede faltar felicidad alguna. Todos los santos cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a mí, y son de mí más amados. Por lo cual dice la Escritura, que abatían sus coronas delante de Dios, y se postraron, y cayeron sobre sus rostros delante del Cordero, y adoraron al que vive sin fin.
Muchos preguntan quién es mayor en el reino de Dios, que no saben si serán dignos de ser contados con los menores. Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque todos se llamarán hijos de Dios, y lo serán. El menor valdrá por mil, y el pecador de cien años morirá. Pues cuando preguntaron los discípulos, quién fuese mayor en el reino de los cielos, oyeron esta respuesta: Si no os volvieseis y os hicieseis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por eso, cualquiera que se humillare como este niño, aquél es el mayor en el reino de los cielos.
¡Ay de aquéllos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los niños; porque la humilde puerta del reino celestial no les dejará entrar! ¡Ay también de los ricos que tienen aquí sus consuelos, porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios quedarán ellos fuera llorando! Gozaos, humildes, y alegraos, pobres, que vuestro es el reino de Dios, si andáis en verdad.
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