Queridos hermanos:
Retornamos al tiempo ordinario.
El evangelio nos sorprende diciendo que las cosas de Dios han sido escondidas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la gente sencilla. ¿Pero no es al contrario?: Podemos buscar muchas justificaciones. Los doctos, los que sabemos de teología, los sacerdotes, algunos osados dirán que el conocimiento de Dios que tienen los hombres sencillos es sólo el primer momento, pero que después las cosas se complican más. Estamos siempre enmendando la plana al mismo Jesús.
Vayamos al texto. En una primera impresión parece referirse a la gente humilde, pobre, marginada, poco religiosa, despreciada por su escasa cultura… y es que en el evangelio estas situaciones parecen predisponer a una captación fresca para entender el mensaje del Reino. Tengamos en cuenta que la expresión “conocer a Dios” no se refiere al conocimiento intelectual, sino al existencial, experiencial, que abarca al hombre todo entero. Hacerse con una experiencia de Dios, encontrarse con Jesús, es de hecho el fundamento de la vida del creyente.
El hombre sencillo vive su fe y la expresa con los ojos, las manos, el canto, la danza, la música, los colores, trabajando diariamente, amando, casándose, cuando le nace un hijo, divirtiéndose, la encuentra en la historia, en su historia, en los acontecimientos…para quienes sólo se atienen a una búsqueda racional, intelectual o abstracta de Dios, este se convierte en un problema, lo dividen en categorías, establecen dogmas, hacen formulaciones y discuten minucias. No se trata de oponer fe a conocimiento; pero un conocimiento que no parte de una experiencia de vida, es prácticamente nulo. Desde aquí deberíamos revisar muchos de nuestros sistemas catequéticos con los niños y con los jóvenes. Lo importante es que adquieran una experiencia de Dios ,bueno, eso es para todos. El que no la tenga que se ponga a tiro, y para eso parece necesaria una actitud de sencillez.
Pero hay más: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Para nosotros, llegar a Dios por Cristo significa llegar pasando por el hombre, pero no el hombre abstracto, aino por el hombre de la historia, de la vida, el hombre sencillo que a veces está bajo el “yugo” pesado de tantas cosas incluso de la institución religiosa. Jesús es radical en las exigencias del seguimiento por el mismo hecho de que la vida es exigente. Sin embargo el yugo es “llevadero y la carga ligera”, precisamente porque no es otro que el yugo normal de todo hombre. Consiste en ser fieles a nosotros mismos, el no cargar a los suyos con penitencias, sacrificios, ayunos, estilos de vida monacales…, eso lo desarrolló después la Iglesia.
Hay un camino para llegar a Dios, es el camino del hombre sencillo que está “cansado”, “agobiado”, feliz, alegre, con una vida compleja de la que hace una ofrenda a Dios. Muchas veces en vez de sencilla hemos hecho de nuestra fe algo complicado lleno de ritos, cosas, palabras, premisas que poco tienen que ver con la realidad del hombre y dificultan la experiencia de Dios.
En resumen: Sólo Dios conoce al hombre y lo ama tal cual es; y en consecuencia, sólo el hombre sencillo puede descubrir a Dios en su vida. Ahora sólo nos queda ver en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la humildad del orgullo, la sencillez de lo complicado y así sucesivamente. Los que se quedan en lo segundo son los “doctos y entendidos” de los que habla el evangelio de hoy. ¿Dónde estás?, y es que al Padre, “así le ha parecido mejor”.
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