Quizás en la vida hemos sido como Pedro, que en un momento de debilidad negó al Señor. Pero quizás también como Pedro, por gracia de Dios, hemos vuelto al redil, a Dios. Entonces es el momento de no guardarnos la fe para nosotros solos, sino compartir la fe con los demás, que tal vez, han sido menos favorecidos que nosotros, por los inescrutables designios de Dios.
El Señor nos ha elegido especialmente para que confirmemos en la fe a muchos hermanos nuestros que viven desconociendo a Dios y la Verdad. Y algunas personas la única enseñanza que tendrán de Dios, será la que le demos nosotros, con las palabras, pero sobre todo, con nuestra forma de actuar y de vivir. Como dice un dicho popular, la única Biblia que lean algunos será nuestra vida.
No seamos como Caín, que al ser preguntado por Dios dónde estaba su hermano Abel, se desentendió, diciendo que él no tenía obligación de cuidar a su hermano.
También nosotros a veces nos queremos excusar ante Dios, de nuestra poca solidaridad con quienes menos tienen, no tanto en lo material, sino en lo espiritual. Y siendo que nosotros nadamos en la abundancia de la fe, y también algunas veces somos ricos materialmente, sin embargo nos desentendemos de los prójimos.
Pero sobre todo tenemos que compartir la fe. Tratar de aumentarla en nosotros, mediante buenas lecturas, con la recepción frecuente de los sacramentos, con la oración y, luego volcar esa fe, de la manera que cada uno pueda y haya sido elegido por Dios, para iluminar este mundo que cada vez va cayendo más en tinieblas.
A veces pensamos que nos gustaría ir a misionar al África, pero hay hermanos nuestros que no saben lo esencial de la fe, y que viven a metros de nuestro hogar, o quizás en nuestro propio hogar. Pensemos en esto.
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