A veces cuando pensamos en la santidad se nos vienen a la mente un montón de cosas que cumplir, de virtudes difíciles de practicar y lo vemos poco menos que imposible para nosotros. Pero hay que evitar complicarse la vida, y meditar en realidad qué es la santidad. Porque ser santo quiere decir amar a Dios con todo el corazón, y no es difícil amar.
Así que debemos empezar por lo más fácil, que es amar; y entonces automáticamente llegaremos a ser santos. Pero aunque nunca lleguemos a ser perfectos, igualmente lo que Jesús quiere de nosotros es nuestro corazón, nuestro amor.
Si amamos a Dios, entonces todo se nos irá haciendo fácil, porque el amor da fuerzas para cumplir con los deberes de estado, y nos impulsa a hacer penitencia y apostolado, de manera que amando es como agradaremos a Dios, y nos iremos haciendo cada vez más perfectos.
Este camino del amor fue elegido por Santa Teresita, pero antes lo descubrió Santa María Magdalena, que lloró sus innumerables pecados a los pies de Jesús, y mereció de Él la alabanza de que se le perdonaba mucho, porque amaba mucho.
También nosotros quizás tenemos muchos pecados para que Dios nos perdone. ¿Por qué no hacemos como la Magdalena y vamos a los pies de Jesús?, o mejor todavía, a su Corazón, y lloremos y besemos la llaga del costado abierto del Señor, entonces recibiremos el premio a nuestro amor.
Empecemos por el amor porque todo tiene valor cuando se hace por amor. La mamá hace las cosas del hogar porque ama a sus hijos y a su esposo. Si no tuviera amor, ¡qué pesado se le haría todo!
Así también en la vida espiritual, olvidemos un poco las "prácticas", y no nos atemos demasiado a ellas, sino más bien digámosle al Señor requiebros de amor. Elevemos el corazón muchas veces durante el día para decirle: "Jesús, te amo", y entonces sí que el diario vivir se nos hará como la antesala del Paraíso, porque quien vive amando, es feliz ya en este mundo.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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