Conviene sobre todo que estemos persuadidos que nadie podrá vencer las tentaciones impuras de la carne si no se encomienda al Señor en el momento de la tentación. Tan poderoso y terrible es este enemigo que cuando nos combate se apagan todas las luces de nuestro espíritu y nos olvidamos de las meditaciones y santos propósitos que hemos hecho, y no parece sino que en esos momentos despreciamos las grandes verdades de la fe y perdemos el miedo de los castigos divinos. Y es que esa tentación se siente apoyada por la natural inclinación que nos empuja a los placeres sensuales. Quien en esos momentos no acude al Señor está perdido. Ya lo dijo San Gregorio Nacianceno: La oración es la defensa de la pureza. Y antes lo había afirmado Salomón: Y como supe que no podía ser puro, si Dios no me daba esa gracia, a Dios acudí y se la pedí. Es en efecto la castidad una virtud que con nuestras propias fuerzas no podemos practicar, necesitamos la ayuda de Dios, mas Dios no la concede sino a aquel que se la pide. El que la pide, ciertamente la obtendrá.
"El gran medio de la oración" - San Alfonso María de Ligorio.
Comentario:
Hoy, como en el mundo ya ni se habla de la pureza y la castidad, sino para burlarse de ellas, entonces ¿quién rezará para obtener el don de conservarlas en sí mismo?
Pero aunque el mundo se burle de estas virtudes, las palabras de Dios no cambian, y los Diez Mandamientos son aquellos de siempre. Por tanto quien quiere salvarse debe guardar la pureza y castidad, y éstas no se pueden guardar sin rezar pidiéndoselo a Dios.
No basta con huir de las ocasiones peligrosas, porque a veces no podremos huir, ya que en cualquier parte se presenta la tentación impura, ya sea por agentes externos, o en nuestro propio interior. Ya San Pablo decía esto cuando afirmaba que en sus miembros había una ley opuesta a la ley del espíritu, y que ese mismo cuerpo lo llevaba a la muerte.
El demonio sabe muy bien que el pecado de impureza desmantela el alma, y es principio de otros muchos pecados. Por ejemplo el hombre que apetece la carne de la mujer, pronto se hará ladrón y hasta homicida, con tal de tener esa mujer.
El mundo se quiebra en ruinas por la lujuria, que siempre está en la combinación de pecados y escándalos que destruyen a la familia, y a la humanidad.
Tenemos que rezar, y rezar mucho, si queremos guardar la castidad según nuestro estado, y la pureza, porque quien no reza, muy pronto será lujurioso. Y como ha dicho la Virgen de Fátima a Jacinta: "Los pecados que más almas llevan al infierno, son los pecados de la carne".
Siendo las cosas así, sería una gravísima imprudencia no rezar para obtener de Dios la gracia de ser puros de cuerpo y alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario