A pesar de la frialdad que se va apoderando del corazón de los hombres, nosotros debemos tratar de perseverar en ser compasivos y misericordiosos, pues Jesús ha prometido en su Evangelio que habrá misericordia de Dios para quien haya sido misericordioso con los hermanos.
Ya está anunciado que en los últimos tiempos el mal sería tan extendido que la caridad se enfriaría en muchos, pero aquél que perseverara hasta el fin, es decir, quien continuara siendo bueno y compasivo a pesar de todo, ése se salvaría.
Por eso tratemos de que no se nos endurezca el corazón, pues todo lo exterior quiere ayudar a este endurecimiento de los corazones, y es por ello que hoy más que nunca debemos enternecer nuestro corazón, en lugar de hacerlo más duro, pues el mundo, el demonio y los hombres malvados colaboran para este enfriamiento y esta dureza.
Aprendamos de Nuestro Señor Jesucristo que, cuando el mundo más se endurecía con Él, el Señor tanto más ofrecía su amor y perdón. E incluso en el momento de mayor crueldad e inhumanidad para con el Verbo, Éste no castigó sino todo lo contrario, nos dio a su Madre desde la cruz, y dejó que le traspasaran el costado y le abrieran el Corazón, para mostrar a la humanidad que el que vence siempre es el amor.
Podrá el odio y la maldad hacer más ruido, hacer más barullo, pero al final quien vence es el amor, es la caridad, es la misericordia, es la compasión.
Seamos, entonces, compasivos con todos, capaces de enternecernos y llorar por las desgracias y miserias ajenas, tomándolas como propias, y así Dios derramará sobre nuestras almas, copiosas gracias y favores celestiales en la tierra, y luego en el Cielo el premio será desmesuradamente grande.
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