9 de Diciembre de 1976
MEMENTO HOMO
Hijo mío, escribe,
Yo, Jesús, Hijo de Dios viviente, debo intervenir una vez más para recordar a los cristianos, a mis sacerdotes y a los sucesores de
mis Apóstoles, que no son otra cosa que un puñado de ceniza, amasijo de putrefacción.
Por lo que parece esta verdad saludable ya no es motivo ni de meditación ni de predicación; sin embargo el Espíritu Santo la ha
recomendado, conteniendo ella tanta fuerza de convicción y persuasión, porque no es una verdad abstracta, sino bien concreta, de
la que el hombre, si lo quiere, puede sacar una saludable experiencia.
Hijo, la disimulada e insidiosa obra del Maligno parece haber atrofiado las almas haciéndolas incapaces de abrevar en los
cristalinos y puros manantiales de la Revelación. ¿No saben los cristianos, tantísimos sacerdotes míos y no pocos Pastores aquello
que en realidad son?
¿Están cegados hasta tal punto que no comprenden la tremenda realidad que sin Dios son la pura nada, nada valen y nada pueden?
¿No saben que no pueden prolongar su vida ni un solo minuto más de lo que eternamente ha sido decretado?
¿No saben que la muerte les puede arrebatar en cualquier instante?
Vanidad de vanidades
La Sabiduría, hijo, es un don grande y maravilloso que jamás envejece y quien la posee permanece eternamente joven en su
espíritu y su alma.
Pastores, ministros y fieles deberían pedirla a quien puede darla, al Espíritu Santo.
La Sabiduría es luz capaz de hacer huir a la oscuridad que brota de la soberbia y de la vanidad del hombre que ni de esto se da
cuenta. La fiebre contagiosa que anima a esta generación extraviada e inicua por su incredulidad ha hecho olvidar las exigencias
de la vida sobrenatural, de la Vida de la Gracia, las exigencias del Espíritu como las de la sabiduría.
¡Pobres cristianos, pobres sacerdotes, pobres Obispos
Escucha, hijo mío, si te hiciera ver las habitaciones de trabajo y de descanso de tantos ministros míos, te encontrarías con
montañas de libros, periódicos y revistas de toda clase y género; aquí sería el caso de recordar, de decir lo que se ha dicho de los
sacerdotes hebreos: haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, pero libros de piedad sólida encontrarías bien pocos.
La
sabiduría, don estupendo del Espíritu Santo se ha esfumado, porque no puede estar ni albergar en las almas en crisis de fe.
Hijo, hay que rehacer todo desde sus fundamentos esto es lo que ha dicho un gran Papa:
Pío XII; si un gran Papa, un santo
Pontífice ha dicho que todo hay que rehacerlo, quiere decir que lo corrompido se ha generalizado, ya sea en la base como en el
vértice.
No lo quieren admitir muchos porque admitirlo querría decir en parte aceptar ser corresponsables de esta situación
desastrosa, y porque para admitirlo se necesitaría una tal dosis de humildad que no la hay, porque si hubiera esta virtud con la que
Yo he vencido a Satanás y a sus legiones, ellos también habrían vencido a las fuerzas del mal.
No se quiere creer
No hijo, Dios es longánime, es bueno, paciente y misericordioso, mientras los hombres ingratos no hacen otra cosa que abusar de
esta infinita bondad, pero los hombres, hoy a merced de Satanás, están caminando hacia el abismo que los engullirá.
Han rechazado y rechazan la verdad y la luz y quien camina en las tinieblas no se da cuenta de la fosa que se lo tragará.
Hay un aspecto pavorosamente trágico en toda esta perversión, un aspecto cuya iniquidad es sin limites cuya perfidia es mantenida
diabólicamente escondida a la mayoría, a las víctimas del demonio, del odio ilimitado con el cual las fuerzas del infierno tiranizan
a esta pobre humanidad, no excluida Mi Iglesia; no se quiere ver este lado trágico, no se quiere creer, aunque estén sufriendo sus
malvadas consecuencias.
Pregunto:
¿Entonces, Jesús mío, el odio toma la supremacía sobre el amor? ¿Entonces la luz no tendría la supremacía sobre las
tinieblas? ¿El error tendría la supremacía sobre la verdad?
Respuesta:
No hijo mío, serán los hombres mismos quienes provocarán el inminente conflicto y seré Yo quien someteré las
fuerzas del mal al bien. y será La Madre, María Santísima, quien aplastará la cabeza a la Serpiente dando inicio así a una nueva era
de paz.
Será el adviento del reino mío sobre la tierra, será el regreso del Espíritu Santo para un nuevo Pentecostés, será mi Amor
misericordioso el que va a derrotar el odio de Satanás. Serán la verdad y la justicia las que prevalecerán sobre las herejías y sobre
la injusticias. Será la luz que hará huir a las tinieblas del infierno.
Te bendigo, hijo mío ámame.
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