Queridos hermanos:
El pan de la palabra es de muchas clases, formas y sabores. A veces tiene el sabor de la controversia. Y, además, es un pan duro. El presente texto evangélico representa el final del capítulo 12 de San Juan. Constituye una suerte de resumen de la proclamación de Jesús. Desde el comienzo nos hace saber que Jesús “grita”. En los versículos anteriores constata el evangelista la incredulidad de los judíos, a pesar de haber realizado Jesús “tan grandes señales delante de ellos”.
Jesús “grita” su identidad y su misión: es el enviado del Padre, es la luz, es el salvador del mundo, habla palabras del Padre, su mandato es vida eterna. Por eso los que le rechazan a él y no reciben su palabra serán juzgados por la Palabra en el último día.
La controversia de Jesús es, en realidad, con el “desconfiado y miedoso” que cada uno llevamos dentro. La palabra quiere convencernos, agarrarnos, cautivarnos. Polemiza con nuestra razón y, sobre todo, con nuestro corazón. Es como espada de doble filo… es como martillo que golpea…es palabra que juzga y hará prevalecer la justicia… Se dirige directamente a desarmar al corazón cerrado y desconfiado que llevamos en nosotros; trata de trasformarlo en un corazón dócil, abierto, escuchador; en un corazón que se rinde ante la iniciativa amorosa del Mesías.
La palabra leída, meditada, contemplada, nos descubre hoy nuestras propias resistencias y la dureza de nuestro corazón. ¡Es sorprendente la capacidad que tenemos para “domesticar” la fuerza de la Palabra! Escuchar hoy la Palabra a través de las palabras del texto implica dejarnos desvelar las cadenas invisibles que nos esclavizan y no nos dejan recibir al Enviado. ¿Cómo resisto yo a la palabra? ¿Cómo neutralizo su vigor?
Bonifacio Fernández,cmf
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