20 de Febrero de 1977
LUZ EN LAS TINIEBLAS
Escribe, hijo mío,
Dios refleja en el universo Su omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia. Los hombres, aturdidos por el Maligno, o mejor aún, la
naturaleza humana, herida por el pecado original como por un gigantesco peñasco, es como el que se despierta de un colapso
cardiocirculatorio, poco a poco toma conciencia confusamente de las cosas, de las voces y de las caras que están en torno a él.
La tragedia provocada por la primera culpa ha sido una gravedad tal como para aturdir por milenios la humanidad entera,
privándola de la luz divina, volviéndola incapaz de percibir las grandes realidades espirituales, razón y causa de su misma
existencia. Por sí sola, la humanidad jamás habría llegado a un conocimiento preciso y seguro de Dios, si Dios mismo no se
hubiera manifestado.
El pecado original ha proyectado la humanidad a las más densas tinieblas.
A disipar estas tinieblas, en la plenitud de los tiempos vino el Hijo de Dios, Luz del mundo, hecho Carne en el Seno de la Virgen
Santísima, criatura divina más que humana, en el sentido en que emerge de la Omnipotencia, Omnisciencia y Amor Divino, como
la flor más bella del universo, florecida en el tiempo pero querida y concebida en la Mente divina en la eternidad.
María Santísima es Madre, Hija y Esposa de Dios
María, se coloca en el justo puesto junto a Dios, porque es verdadera Madre del Unigénito, Hijo de Dios, verdadero Dios por tanto
y verdadero Hombre; por eso Ella es verdadera Madre de Dios.
Por esto se alza por encima de la naturaleza angélica, segunda sólo después de Dios del que es Madre, Hija y Esposa.
Ella
participa en un modo único e irrepetible, por eso es grande y potente, por la misma grandeza y potencia divinas.
¿Por qué, hijo mío, aun habiéndote ya dicho lo anterior en precedentes coloquios, he querido repetírtelo hoy?
Dios no hace nada inútilmente; Yo, Dios, he querido reclamar a tu atención la ilimitada dignidad de Mi Madre para que tú sepas
que Ella, por la perfecta correspondencia a las gracias de la Trinidad Divina, fue y es una excepción sin comparación en el pasado
y en el futuro, y una excepción en la eternidad; ninguna comunión con Dios ha sido tan grande y perfecta como la de Mi Madre.
Ella no tuvo la sola misión de ser Conmigo Corredentora, contribuyendo a llevar al universo el equilibrio tan terriblemente
turbado por la rebelión de Satanás y sus secuaces, sino que su calidad de Corredentora la hizo también Madre de la Iglesia a la que
Conmigo engendró Conmigo, en el dolor y en el amor y la hizo también partícipe en sobreabundante medida en mi eterno y real Sacerdocio; por esto ante Ella se postran los Angeles del Cielo y los hombres de la tierra, y tiemblan aterrorizados y huyen los
demonios del infierno.
Madre de la Iglesia y vencedora de los demonios
Recordadlo vosotros, sacerdotes de la Iglesia regenerada, que en nombre Mío y de Ella, deberéis arrojar a los espíritus malditos a
su infierno, y haréis esto sin preocuparos de la necia incredulidad humana y sin tomaros cuidado de la no menos necia inmovilidad
de aquellos que debían, deben y deberán guiar a la Iglesia caminante hacia la meta de la salvación.
La Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, Reina los Apóstoles y Reina de la Victoria, será Ella la que va a vencer, reparando así la
inercia de mis ministros y Pastores, aplastando por segunda vez la cabeza de la venenosa Serpiente.
Con la Cruz y sobre el Calvario, Yo y Mi Madre hemos triunfado sobre las fuerzas oscuras del mal, dando inicio a la liberación de
las almas de buena voluntad.
Con la Cruz y en su Calvario la Iglesia subirá nuevamente el sendero de la salvación, saliendo del humo que la ha oscurecido y la
envenena.
Te bendigo, ámame.
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