Queridos amigos,
Uno de los signos de la presencia de Dios entre los hombres es el amor mutuo y la concordia fraterna entre los que seguimos su senda tras haberle conocido.
No puede ser de otra forma. La comunión o unidad entre los hermanos es la consecuencia lógica de seguir a Jesús. Cuando uno descubre el amor que Dios le tiene, y el horizonte de bienaventuranza al que está llamado, se da cuenta de que el otro no es un enemigo o un competidor sino un hermano. Se da cuenta de que no estamos hechos para vivir solos, alejados de los demás, como si fueran nuestros contrincantes. Es el gran descubrimiento: cuando uno conoce que Dios es como un Padre, se da cuenta de que tiene hermanos. La filiación (ser hijos) nos lleva a la fraternidad (ser hermanos).
Es un desafío y, a la vez, una oportunidad; un verdadero proyecto de vida para los creyentes. Se trata de comenzar un doble camino que durará toda la vida: ser cada día un poco más hijos y un poco más hermanos. Cuando buscamos esto en la vida, nuestras relaciones cambian, nuestra perspectiva cambia… y así, poco a poco, como en círculos concéntricos, vamos cambiando el rostro de este mundo, haciendo que, cada día más, se parezca un poco más al sueño de Dios: formar un solo pueblo, una gran fraternidad universal.
Otro mundo es posible, ciertamente, cuando tomamos conciencia de la filiación y de la consecuente fraternidad. La fraternidad es seductora y atractiva hoy para tantos hombres y mujeres que anhelan un hogar, un mundo más cálido y humano en el que sentirse familia. Que el Señor nos conceda hoy la gracia de avanzar un poquito más en ese camino de hacernos un poco más hijos y más hermanos.
Te deseo lo mejor en esta jornada,
Fernando Prado, cmf.
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