Parábola de los hijos lejanos
Escuchad. Un padre tenía muchos hijos. Algunos habían vivido siempre en estrecho contacto con él; otros, por distintas razones, habían estado relativamente más lejos del padre. No obstante, conociendo los deseos paternos a pesar de estar lejos del padre, podían actuar como si éste estuviera presente. Otros, por estar aún más lejos, y haber sido educados, desde el primer día después de nacer, por servidores que hablaban otras lenguas y tenían otras costumbres, se esforzaban en servir a su padre según eso poco que, más por instinto que por conocimiento, sabían que a él le agradaba. Un día, el padre que no ignoraba que, contrariamente a sus órdenes, sus servidores se habían abstenido de dar a conocer sus pensamientos a esos hijos lejanos, porque en su orgullo consideraban a éstos inferiores, desestimados por el solo hecho de no vivir con su padre quiso reunir a toda su prole. Y la llamó a su presencia. Pues bien, ¿creéis que juzgó según la línea del derecho humano, y que dio la posesión de los bienes sólo a los que habían estado siempre en su casa, o, cuanto menos, no tan lejanos como para impedirles conocer sus órdenes y deseos? No, él siguió un concepto completamente distinto: observando las obras de los que habían sido justos por amor al padre, al que habían conocido sólo de nombre y habían honrado con todas sus obras, los llamó junto a sí y dijo: "Doble vuestro mérito de haber sido justos, porque lo fuisteis sólo por vuestra voluntad y sin ayudas. Venid en torno a mí. ¡Bien tenéis derecho a ello! Los primeros me han tenido siempre, y cada obra suya estaba reglada por mi consejo y era premiada con mi sonrisa. Vosotros habéis tenido que actuar sólo por fe y amor. Venid. Porque en mi casa está preparado vuestro lugar, está preparado desde hace tiempo, y ante mis ojos no constituye una diferencia el haber estado siempre en casa o el haber estado lejos; lo que tienen diferencia son las acciones, que, cerca o lejos de mí, mis hijos han llevado a cabo".
Ésta es la parábola. Y su explicación es ésta: que escribas o fariseos, que viven en torno al Templo, pueden no estar en el Día eterno en la Casa de Dios, y que muchos que han estado muy lejos de saber siquiera sucintamente las cosas de Dios, podrán estar entonces en su seno. Porque lo que da el Reino es la voluntad del hombre tendida a la obediencia a Dios, y no el cúmulo de prácticas y ciencia.
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