Querido amigo/a:
¿Qué pensaría Mateo de aquel hombre que pasaba por allí y le miraba? No lo sabemos. Pero sí sabemos que percibió que le miraba de forma diferente de como le miraban otros. Es verdad que él no era perfecto, que su puesto de trabajo le daba para vivir... y para quedarse con algo más... si algunos lo llamaban “robar”, peor para ellos... que hubieran espabilado, y que se hubieran hecho publicanos, como él... y encima decían que era un pecador y que no vivía según la ley... pues peor para ellos... “Mateo: vale ya de justificaciones” –pensaría, quizá, después de todo lo anterior-, “porque esa mirada no te condena, como otras; y si no hay condena, no hay ataque; y si no hay ataque, no tienes porqué defenderte más... ¿Por qué me mirará así? ¿De dónde sacará esa mirada?...”. Y quedó descolocado.
¿Qué pensaría Jesús de aquel hombre que estaba allí sentado, por donde Él pasaba? No lo sabemos. Pero sí sabemos que le miró de forma diferente. Que, como hiciera más adelante con el joven rico, “le miró con cariño”. Y que no se fijó en las apariencias, sino en el corazón. Porque cuando se mira con cariño, siempre se puede llegar a ver el corazón. Y que quiso ver en aquel que estaba sentado en el telonio el proyecto de hombre que Dios había soñado para todos, y no la caricatura que estaba siendo y que otros constantemente le recordaban.
Y ¿qué pensaría Mateo en aquel preciso momento en que aquel hombre que pasaba y le miraba con cariño le dijo: “Sígueme”? Tampoco lo sabemos. Pero sí sabemos que aquel día le cambió la vida. Y que se fió del amor –porque no hay temor en el amor-. Y que dejando atrás lo pasado, “se levantó y lo siguió”.
El resto del relato es el intento –difícil- de explicar este juego de miradas, palabras y acciones a los que no entienden que Dios puede hacer nuevas todas las cosas y todas las vidas. En cualquier momento y en cualquier situación.
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