Para despejar las dudas que sobre el Bendito Purgatorio muchos hermanos nos plantean, quiero exponerte de forma sencilla, la Doctrina Católica Tradicional sobre la cuestión, además de animarte a ser muy devoto de las Almas que allí se purifican de sus pecados y que, gracias a tu ayuda, pueden verse libres de sus penas.
¿Quién va al Purgatorio?
Va al Purgatorio el que muere en gracia de Dios y tiene alguna deuda de pena. Esta deuda de pena puede ser:
1º- Por pecados veniales; y
2º- Por no haber hecho la debida penitencia de los pecados mortales, perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna.
Con la confesión bien hecha se perdonan siempre las culpas graves y la pena eterna, pero no siempre queda perdonada toda la pena temporal. Dios, al perdonar el pecado mortal, ordinariamente conmuta la pena eterna en una pena temporal. Esta pena temporal debe pagarse en esta vida o en el Purgatorio.
En esta vida se paga haciendo obras buenas, especialmente cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor.

El Purgatorio es un lugar de expiación temporal
Las Almas del Purgatorio, cuando han satisfecho del todo por sus pecados, van al Cielo. Dios, infinitamente Justo, ninguna obra buena o mala deja sin premio o castigo, aunque se trate de cosas pequeñas.
Los que mueren con solos pecados veniales no merecen el infierno, ni pueden ir al Cielo, porque nada manchado puede entrar en él. Debe, pues, existir un lugar para que las almas se purifiquen antes de entrar en el Cielo.
En el Bendito Purgatorio se padece la privación de la vista de Dios, el tormento del fuego y otras penas. El mayor dolor de las benditas Ánimas es no poder ver a Dios y pensar que, siendo Él infinitamente Bueno, le han ofendido.
Las Almas, al verse manchados con el pecado, con gusto se sumergen en aquellas llamas, y aun quisieran fueran más ardientes para purificarse más pronto.
Aprendamos de las benditas Ánimas a aborrecer el pecado, aún leve, sobre todo mal.
Los sufragios
Se llaman Sufragios las obras buenas que se hacen a favor de las benditas Ánimas del purgatorio.Podemos socorrer a las Almas retenidas en el Purgatorio, y aún librarlas de esta Cárcel con oraciones, indulgencias, limosnas y otras buenas obras, y, sobre todo, con la Santa Misa.
Los sufragios son sólo a manera de súplicas, que la divina justicia acepta en la medida que cree conveniente. Por esto un alma no siempre obtiene infaliblemente todos lo efectos de los sufragios aplicados a ella especialmente.
La Santa Iglesia aprueba que se repitan los sufragios para un mismo difunto. Hacen muy mal los que no se acuerdan de aliviar con sufragios a las Almas de sus difuntos. Algunos sólo procuran que el entierro sea muy suntuoso, y nada o muy poco hacen para el alivio del alma.
La devoción por las Almas del Purgatorio es utilísima, porque hace practicar muchas obras buenas, causa gran alegría en el Cielo y ayuda en gran manera a conseguir la salvación de quien practica esta devoción.
Seamos, pues, muy devotos de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Procuremos socorrerlas, oyendo Misa y comulgando muy a menudo, aun diariamente, si nos es posible; recemos por su liberación el Santo Rosario, el Vía Crucis, etc.
Para no desaprovechar ninguna de las muchas indulgencias que la Iglesia nos regala, podemos hacer el Voto de Ánimas, que consiste en ceder para siempre a favor de las Almas del Purgatorio, toda la parte satisfactoria de nuestras buenas obras, y todos los sufragios que otros hicieren por nosotros. Esta es devoción buena y práctica, con la cual libraremos a muchas Almas de sus tormentos purificadores y las haremos entrar para siempre en el Cielo.

Limbo de los niños
Va al Limbo de los niños el que muere con el solo pecado original. El que muere antes del uso de razón sin el bautismo, muere con el sólo pecado original.
En el Limbo no se sufre nada; se goza la felicidad natural. Dios hizo, pues, un gran beneficio a los que están en el Limbo, dándoles la existencia; podría haberles dejado en la nada de donde los sacó.
Los que mueren después del uso de razón van al Cielo o la infierno, según que hayan o no cumplido la Santa Ley de Dios.
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