La noche siguiente vino a mí la madre de mi padre; era la fiesta de San Juan de la Cruz, justo el día en que ella había muerto diecisiete años antes. Jamás habría imaginado que aún se encontrara en el Purgatorio, por el contrario, pensaba que ya hace mucho había llegado al Cielo. Cada vez con más frecuencia, y especialmente en el día de los difuntos, escuchábamos extraños ruidos en la casa, pero nunca creímos que se tratara de las almas del Purgatorio. Yo siempre atribuía aquellos ruidos al miedo. Esta vez, sin embargo, la forma en que se manifestaron en mi habitación fue tan estruendosa que incluso mis hermanos escucharon, quienes espantados fueron a preguntarme si había oído algo, siendo que nuestras habitaciones estaban una encima de la otra.
No dije nada al respecto, aunque bien sabía la causa de aquel ruido. Ella vino a medianoche, como las otras almas; la escuché jadear como cuando alguien está muriendo, y la vi en el mismo estado en que había fallecido. De inmediato sentí mucha compasión por ella, pues en vida la había amado como a mi propia madre. Yo estuve a su lado al momento de expirar. *Vivió en nuestra casa diecisiete años, y como amaba la paz, jamás había habido peleas entre ella y mi madre, la cual apreciaba mucho esta cualidad suya y por eso le tenía un gran cariño. Mi abuela había sido muy piadosa en vida, fue un ejemplo de virtud para todos y oró y veló hasta el momento de su muerte (tenía 84 años). Es por esto que todos pensábamos que ya no se encontraría en el Purgatorio*. Sin embargo, *la mano de Dios en su justicia la seguía reteniendo allí*. Me pidió que la ayudara, pero yo estaba aún en cama y no podía moverme por el terrible dolor de las quemaduras en los pies (estas quemaduras habían sido provocadas por un alma que le había tocado el pie). Además tampoco quise levantarme por miedo a que me volviera a suceder algo, aunque sí había querido recibir la Santa Comunión en el día de San Juan de la Cruz. Decidí quedarme en casa para no agravar mi estado. De hecho, como la hinchazón y el ardor eran tan fuertes, mi madre mandó llamar un cirujano y por eso debí permanecer en cama.
De repente, se me apareció el alma de mi difunto padre, que me animó y me dijo que tenía que levantarme y ayudar a su querida madre a salir del Purgatorio. Añadió que no tenía nada que temer, sino que debía tener confianza en Dios y así no me sucedería nada. Se me mostró muy cariñoso y me hizo recordar el gran amor por el prójimo que él había demostrado en vida, como cuando a veces se levantaba de noche para ayudar a los demás. *Me mostró también las enormes penas que padecen las almas del Purgatorio* y me dijo que no pusiera dificultades en ayudar a su madre y que le regalara en ese mismo día la completa redención. Impulsada por esta afectuosa pero fuerte amonestación, me levanté de inmediato, fui a la Iglesia de los Carmelitas y me quedé allí mucho tiempo, sin siquiera pensar en mi dolor. Al regresar a casa no me sucedió nada; el alma de mi abuela me dio sólo una pequeña señal de su liberación.
Las heridas de los pies desaparecieron pronto, y con ellas el temor de que me sucediera algo a causa de las almas del Purgatorio. Todo lo guardé en silencio y nunca se lo conté a mi madre. Puse al tanto de lo ocurrido a mi Confesor, quien ya había notado algo. Obtuve de él que esto se mantenga en secreto.
NOTA: *San Luis Beltrán refiere que su padre, a pesar de haber llevado una vida piadosa y disciplinada, tuvo que permanecer ocho años en el Purgatorio, si bien él mismo se había esmerado en hacer todo lo posible por la liberación del alma de su padre. Según la opinión común de los teólogos, las penas del Purgatorio pueden llegar a durar mucho tiempo. Belarmino considera que pueden llegar a durar hasta 100 o 1000 años, o incluso hasta el fin del mundo.*
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(Del libro “Il mio Rapporto con le Anime del Pugatorio” — Anna María Lyndmair)
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