Oh Señor, por las 5 llagas, por la corona de espinas y la pasión dolorosa de tu amadísimo hijo nuestro Señor Jesucristo y en tu divina voluntad te suplicamos tengas piedad y libres del purgatorio a las almas de los sacerdotes que alejándose de ti, de tu amor, cometieron pederastia ocasionando un daño terrible a los niños y a la iglesia. En especial por las de mis antepasados . Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén
Padre Eterno, te ofrezco la Preciosísima Sangre de tu Divino hijo Jesucristo, junto con todas las Misas celebradas a través del mundo en este día, por todas las benditas ánimas del purgatorio.
Te ofrezco todos los sufrimientos, sacrificios, obras de misericordia que haga, tristezas, humillaciones que reciba, trabajos, esfuerzos, buenas obras, mis actividades de este día en reparación de mis pecados personales, los pecados de las ánimas del purgatorio y los pecados de mis familiares, antepasados y conocidos que están en el purgatorio. Amén.
*¡JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS !*
Dales Señor el descanso eterno y luzca para ellas la luz perpetua. Que por la misericordia de Dios las ánimas del purgatorio descansen en paz. Así sea.
📌NOTA
*LIBRO EL PURGATORIO P. DIOLINDO R.*
*El condenado y el alma purgante* :
El condenado, al pasar a la vida eterna, se encuentra en un estado de extrema miseria, y por la pérdida de la gracia de Dios, no sólo no tiene ímpetu de amor hacia Él, como lo tiene el alma salvada, sino que le odia, y le rehuye.
Es terrible, sin duda, pero es un estado que el alma condenada no quiere cambiar, aunque pudiera, aunque la misericordia divina lo quiera. El alma condenada está en estado de condenación, tiene también una libertad en aquel estado, y es la libertad de odiar y hacer el mal, pena espantosa del abuso de la libertad hecho en vida, y no de la inexorabilidad de la justicia de Dios.
Por aquel fenómeno físico que se llama inercia, así las culpas y las degradaciones de la vida del condenado, continúan por inercia en el Infierno, sin esperanza de cambio, porque llega a ser el estado del pecador.
El alma que purga fuera del cuerpo no está fijada en un estado, sino es todavía peregrina, porque está en gracia, tiende a Dios con inmenso amor, y no puede todavía reunírsele. Por esto, de todas las revelaciones de las almas que purgan, se sabe que sus purificaciones son contabilizadas sobre nuestro tiempo: diez, veinte, cien años.
El condenado es como un cuerpo pesado que cae en el eterno abismo y allí está.
El alma que purga es como un cohete que tiende todavía a subir, pero que permanece en la atmósfera subiendo a lo alto. Ella está capacitada sólo para el dolor, porque sólo él puede reparar sus culpas, y sus abrazos de amor se vuelven fuego ardiente, pena y remordimiento de amor, que le hace mirar como favor el poderse purificar.
El muerto está muerto, y no aspira por así decirlo, a la vida sino a la putrefacción: esto es el condenado.
El enfermo aspira a la salud, se somete a penosas curas, y las sufre voluntariamente, aunque lamentándose, y pide ayuda para aliviarse.
Esta es el alma que purga, es una enferma. Sus medicinas atormentadoras son la purificación en el fuego, en la angustia de la lejanía de Dios, y en los tormentos particulares por cada culpa particular. Para un enfermo del cuerpo, son de ayuda las anestesias, los calmantes, y las amorosas curas de quién lo asiste; para el alma que purga, los sufragios, plegarias y
sacrificios que por ella se ofrecen, son su alivio.
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