OBRAS DE MISERICORDIA
Lunes de la primera semana de Cuaresma, en este proclamado Año de la fe. Tiempo para volvernos más intensamente a Jesucristo, para refrescar, renovar, profundizar nuestra fe.
Entre las iniciativas que voy viendo que se toman en distintos ámbitos, para dar respuesta a la propuesta de Benedicto XVI para este año, uno se encuentra con invitaciones a hacer ejercicios, a conocer y repasar el Catecismo de la Iglesia Católica, o su versión JMJ, «Youcat», invitaciones a confesarse y acudir a Misa, cursos y conferencias de renovación teológica... Y uno echa en falta entre todas estas estupendas invitaciones... algo que el Papa ha marcado en los numerosos escritos de su pontificado: la caridad, o la misericordia... inseparables de la fe. San Pablo y las Cartas de Juan invitan a mostrar nuestra fe... en las obras. Cuando para renovar la fe, para reencontrarnos mejor con
Jesús de Nazareth, nos centramos demasiado en los aspectos formativos y litúrgicos, tenemos el riesgo de que nos pase aquello que el propio Jesús denunciaba en una de sus parábolas, la del fariseo y el publicano. Que nuestra relación con Dios (nuestra fe) se quede en un asunto privado, individualista, centrado en la propia perfección, con cumplimientos que nos tranquilizan la conciencia... mientras el hermano queda «ahí atrás», en el último banco, olvidado, o mirado con lástima en el mejor de los casos.
Uno quisiera ver que a la par que todas esas fantásticas y necesarias iniciativas para reencontrar y hacer más fuerte nuestra fe, se multiplicaran también las iniciativas e invitaciones a la «misericordia». Es verdad que en estos tiempos de crisis económica, muchos hermanos están siendo excepcional y generosamente solidarios con las organizaciones que atienden a los que están peor. Afortunadamente. Pero aún debieran multiplicarse más las iniciativas que nos hagan caer en la cuenta que la relación con Dios, el seguimiento de Jesús, es siempre para la atención al que está peor, y no sólo desde la limosna (solidaridad), sino desde la MISERICORDIA, que tiene mucho que ver con el más utilizado concepto de la «empatía»:
Identificarse con la situación, con el mundo de sentimientos, pensamientos y experiencias existenciales de otra persona, ponerse en su lugar, a fin de entender su manera de pensar y actuar, es considerado hoy en general como condición indispensable de las relaciones personales exitosas y demostración de verdadera humanidad. Introducirse en el mundo de sentimientos, pensamientos y experiencias existenciales de otras culturas y otros pueblos es, además, condición fundamental del encuentro intercultural, la convivencia pacífica y la colaboración entre religiones y culturas, así como de la diplomacia y de toda política orientada a la consecución de la paz.
Esto escribía recientemente el Cardenal y Teólogo alemán Walter Kasper. Y añadía:
El término «compasión» (misericordia) no puede ser entendido solo como conducta caritativa, sino que es necesario escuchar cómo resuena en ella la palabra «pasión» y percibir la reacción apasionada ante las clamorosas injusticias existentes en nuestro mundo, así como el grito en demanda de justicia.
Creo que para muchos cristianos es asignatura pendiente relacionar de manera inseparable la fe, la experiencia de Dios con la misericordia, la compasión, el compromiso social, la caridad. Éste es el «test» e incluso el medio de que nuestra fe se renueve y madure. Dios nos llama siempre para ponernos al servicio de los demás, del pueblo sufriente. Lo que importa, según el Evangelio que hoy meditamos, no es cuánta fe, cuánta formación teológica, cuántas prácticas religiosas hagamos o dejemos de hacer... sino acogerle, reconocerle y atenderle en el que está mal.
Me encontraba por internet la imagen que acompaña estas líneas: las obras de misericordia. Cuánto tiempo hacía que no me encontraba una referencia a ellas. Parecen algo del ayer. Pero no lo son. Quizá haya que actualizarlas, renovarlas, completarlas, profundizarlas. Pero hacerlas vida. Quizá sería oportuno dedicarles hoy parte de nuestra oración y meditación... pero sobre todo para ver de qué manera forman parte de nuestra entrega a Dios, de nuestra fe... y cómo tomarlas mucho más en serio.
Que así sea.
Enrique Martínez, cmf
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