LA SEÑAL QUE NOS DA JESÚS
En este día la liturgia nos invita a poner nuestra atención en Jesús, en particular en su Palabra y en su llamada a la conversión. En definitiva: en eso consiste nuestra fe.
En mis clases con universitarios, y en mis diálogos con distintos adultos que tienen alguna inquietud religiosa, me encuentro que no pocos de «esta generación» tienen sus dificultades a la hora de dar el salto a la fe. Algunas de esas dificultades provienen de ideas deformadas sobre lo que Dios es y espera del hombre, del rechazo a aspectos de la fe que les han intentado imponer como absolutos, sin opciones ni responsabilidad personal, o por cómo perciben a las jerarquías eclesiásticas, o... Bastantes de estos aspectos son relativamente solucionables, situándolos adecuadamente, retirando obstáculos, aclarando dudas intelectuales.... etc.
Pero llegamos a un punto en que te dicen: «¿cómo sé yo que la fe cristiana es verdadera? ¿Cómo sé que Jesucristo realmente es Dios? ¿Por qué tengo que creerme lo
que me dicen de Jesús en los evangelios o en la comunidad cristiana?». Quisieran algún tipo de demostración contundente, laguna receta eficaz que les allanase el camino de la fe. Si, como ha repetido tantas veces Benedicto XVI, la fe es sobre todo una experiencia personal de encuentro con Cristo.... ¿como se consigue eso? Ellos saben mucho de «experiencia» porque estamos en los tiempos de la Diosa Ciencia, de que todo tiene que ser comprobado y demostrable para ser verdadero...
Uno tiene la impresión de que es como si quisieran aprender a nadar a base de libros, de cursillos, de testimonios, de razonamientos.... pero sin lanzarse nunca al agua. Me parece que algo parecido se encuentra Jesús en la escena del Evangelio de hoy: quieren señales, milagros, signos, evidencias que dejen claro quién es Jesús. Y se lo dicen a él.
La respuesta de Jesús es desconcertante: Hace referencia al profeta Jonás, un profeta israelita que no fue demasiado dócil a las llamadas y misiones de Dios, pero que, por medio de su predicación, del anuncio de la Palabra, consiguió la conversión de un pueblo extranjero, un cambio de vida. A Jesús no le fue también como a Jonás. Él también está en medio del pueblo y predica la misma llamada a la conversión. Especialmente en el Evangelio de Lucas, Jesús es el profeta, el que tiene la palabra de Dios en su boca, es la Palabra encarnada. Y les dice algo así como: «el único modo de que comprobéis quién soy yo, y la verdad de mi mensaje es que os atreváis a ponerlo en práctica, que me creáis, que experimentéis en vosotros que mi Palabra es salvadora». Es decir: que dejéis de mirar la piscina desde el borde y os lancéis al agua, a nadar!
Algunos serán capaces de hacer esfuerzos inmensos por aprender yoga, por dominar habilidades profesionales, por aprender lo que sea viajando al extranjero, o quemando horas y horas en una empresa... Se parecen bastante a la reina de Saba, inquieta buscadora... pero no terminan de atreverse a «probar» a plantearse su vida desde Jesús, a hacer vida su Palabra... y así es casi imposible que surja la fe.
¿Solo a ellos les pasa? Me parece que esto de plantear toda nuestra vida desde la Palabra y el ejemplo de Jesús es tarea pendiente de muchos otros. Ya nos avisaba Santiago en 1, 22-23: «Poned en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Pues el que la oye y no la cumple se parece a un hombre que contempla su rostro en un espejo, y después de mirarse se marcha, olvidándose enseguida de cómo era». Oírla y olvidarla. Pensarla y olvidarla. Sabérsela, pero olvidarla. Mirarse ella y olvidarla. Predicarla, y olvidarla....
En definitiva: una invitación a tomarnos mucho más (totalmente) en serio a Jesús y su Palabra para hacerla vida, de modo que los hombres que hoy buscan «señales» y «pruebas» puedan encontrarlas en nosotros mismos. Que podamos decirles, como Jesús: «el que me ha visto a mí, ha visto al Padre»...
También merecería la pena, al hilo de esta escena evangélica, pararse (pararnos, mejor en plural) a pensar despacio el tipo de «señales evangélicas» que esta generación necesita de nosotros y de nuestra Iglesia para poder creer o tener más accesible el camino de la fe. Pero aquí ya no podemos extendernos más por hoy.
Que Dios te bendiga y su Palabra se grabe en tu corazón.
Enrique Martínez cmf
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