AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
"Si pudiéramos leer
en el corazón de nuestros enemigos,
encontraríamos, en cada uno,
tristeza y sufrimiento suficientes,
como para desarmar todo nuestro odio"
(Longfellow)
Dicen que el culmen del mensaje evangélico está recogido en estas palabras: «amad a vuestros enemigos...para que seamos hijos de nuestro Padre celestial».
Quizá lo primero que nos resulte útil para nuestra reflexión de hoy sea poner nombre a esos «enemigos». Ciertamente un enemigo es alguien que no nos quiere, que busca hacernos daño, que nos tiene declarada la guerra, que está en contra de nosotros. La palabra «enemigo» es una palabra fuerte, y seguramente la usemos de manera restrictiva y hasta podamos decir: «Yo no tengo enemigos». Pero para comprender el reto que nos plantea Jesús en estos versículos del Sermón de la Montaña, sea bueno ampliar la lista y no ser tan restrictivos... para que nos demos cuenta con quiénes se tiene que notar que somos hijos de nuestro padre celestial.
Sin entrar en descripciones, y de manera breve, podríamos enumerar a los que nos hacen sentir incómodos, mal: El otro, el que tiene distinto carácter, criterios, ideas, intenciones...; el adversario, que siempre me lleva la contraria, intenta ponerse por encima, salirse con la suya;el pesado que me quita tiempo, que me dice las cosas mil veces, que es inoportuno, que me cansa, me aburre, me agota; el chismoso que va haciendo comentarios a mis espaldas, que me desprestigia, critica, pone verde; el hipócrita que tiene varias caras y ocultas intenciones;el antipático, el que me cae mal y el que procura serlo conmigo; el arrogante, el aprovechado, el celoso, el que me la ha jugado...
A todos estos, en distintos grados, nos resulta muy difícil amarlos. Preferimos que no anden por medio, cuanto más lejos mejor. Pero cuando los tenemos cerca, nos sale muy espontáneamente el tratarlos, como poco, de forma desagradable. Nos salen de dentro palabras, actitudes, gestos violentos. El caso es que, inconscientemente, les damos «poder» sobre nosotros, les «permitimos» que nos hagan sentir mal, que decidan cuál debe ser nuestro estado de ánimo... Y entramos en una espiral de violencia, reproches... que no termina nunca, o hasta hace que todo vaya a peor.
Jesús nos dice que tenemos que amarlos y rezar por ellos. Y nos presenta su propio ejemplo: Al apóstol que lo ha vendido, cuando le besa en el Huerto, todavía le llama
«
amigo». Todavía más «fuerte»: Desde la cruz, a los soldados que le clavan, insultan, que se burlan... los perdona y ¡los disculpa!: «
No saben que lo que hacen». Esta manera de reaccionar de Jesús, tiene difícil justificación desde razonamientos y esfuerzos humanos. Sólo si anda Dios por medio se puede entender que un ser humano sea capaz de amar y disculpar a quien le traiciona y le mata.
Me venía a la mente el testimonio de los Claretianos Mártires del Seminario de Barbastro. Precisamente en pocos días tendremos en nuestras pantallas una película sobre ellos. Se titula «Un Dios prohibido» (http://www.undiosprohibido.com/).
Pues recojo aquí uno de los múltiples testimonios que nos dejaron sobre el perdón de los enemigos:
Esteban Casadevall: «Muero contento. Me tengo por feliz como los Apóstoles, porque el Señor ha permitido que pueda sufrir algo por su amor antes de morir. Espero confiadamente que Jesús y el Corazón de María me llevarán pronto al cielo. Perdono de todo corazón a los que nos injurian, persiguen y quieren matarnos, y puedo decir con Jesucristo, moribundo en la cruz, al Eterno Padre: Padre, perdónalos, porque realmente no saben lo que hacen; los ciegan sus dirigentes y el odio que nos tienen. Si supieran lo que hacen, ciertamente no lo harían. Ya hemos rogado todos por su conversión todos los días, al menos nosotros dos. Yo les tengo verdadera compasión y desde el cielo espero conseguir que Dios Nuestro Señor les abra los ojos para que vean la verdad de las cosas y se conviertan. Francamente, no tengo ninguna dificultad en perdonarles ¡Si supieran que me están haciendo el mayor bien, a pesar del odio que me tienen!» (Un fragmento de la relación jurada de Pablo Hall, Mártires de Barbastro)
Si ellos han podido... nosotros podemos. Porque somos «hijos». Y lo mejor que podemos hacer hoy es, como nos pide Jesús, que oremos por toda esa colección de «hermanos» que nos ponen las cosas difíciles, que nos hacen sentir mal. Y también, claro, por nosotros mismos, para que el Espíritu de nuestro Padre nos haga capaces de vivir reconciliados con ellos... aunque, seguramente, ellos no pongan mucho (o nada) de su parte. Que el Espíritu nos ayude a quitarles el «poder» de generar en nosotros violencia y malestar.
Es un buen modo de concluir esta primera semana de Cuaresma. Nos vendrá bien subir con Jesús al Tabor a restaurar fuerzas. A partir de mañana.
Enrique Martínez cmf
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