Viernes 17 de Mayo del 2013
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (25,13-21):
En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días.
Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 10,4-7
R/. El Señor puso en el cielo su trono
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,15-19):
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Viernes 17 de Mayo del 2013
Queridos amigos:
Nos saltamos los capítulos 18-20 del evangelio (historia de la Pasión y primeros encuentros pascuales) y nos situamos en el epílogo de la obra de Juan.
Como la duración postresurreccional de Jesús (perdonad la palabra) está tan imbricada con la duración prepascual, no nos debe extrañar que él vuelva sobre sus palabras de antes, que son las palabras de siempre: amor y misión. Comienza sacándole a Pedro por primera, segunda y tercera vez una confesión de amor. Y acto seguido va haciendo, por primera, segunda y tercera vez, el encargo. Porque Jesús sabe que el que lo ama guarda sus mandamientos, que el que lo quiere cumple su encargo. El amor es la raíz en que se alimenta toda verdadera y buena obediencia y la obediencia es el sello de todo verdadero amor.
Después del amor y de la obediencia sólo queda el destino: "cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras". Eso sucederá a su tiempo. Y sucede siempre. Al atardecer de la vida pasó Pedro por el definitivo examen del amor, pero antes había pasado por exámenes parciales día a día, en el ejercicio de la misión encomendada, y no en deliquios especiales ni en fórmulas fanfarronas. Y jornada a jornada tendría que verse expuesto a pasividades parciales. Como todos nosotros, que con mejor o peor gana nos aplicamos a nuestro hacer (las responsabilidades comunitarias, las horas de despacho, la preparación de la celebración, de la catequesis o de la clase, el trabajo en la oficina, los quehaceres de la casa) y sobrellevamos nuestro padecer (el trabajo precario o el paro, la enfermedad breve o crónica, ese achaque que es bastante más que una molestia, un decaimiento general, el quiero y no puedo, las barreras en la comunicación no superadas, la dureza de un trato agresivo y humillante, punzadas de pesimismo...)
En resumen: desde el impulso de un amor y tras el ejercicio de una tarea a veces dura y fatigosa, no exenta de golpes y sufrimientos, desde esa forma de "actividad sufrida", se prepara el discípulo para vivir la pasividad última.
Vuestro amigo.
Pablo Largo
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