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Tras mucho silenciamiento acumulado por décadas.
El Papa Francisco ha incorporado, desde el inicio de su
pontificado, la sobre-comunicación de que el diablo o demonio está
detrás del mal de este mundo, pero no como una categoría abstracta sino
como una entidad o persona real. Sin embargo, es tanta la presión de
décadas de silenciamiento de su prédica, que ha tenido poco impacto y se
ha tomado casi como una anécdota del folclórico Bergoglio.
En una de sus homilías matutinas en
la capilla de la Domus Sanctae Marthae dijo que no sólo hay odio en el
mundo hacia Jesús y la Iglesia, sino que detrás de este espíritu del
mundo está “el príncipe de este mundo”:
“Con su muerte y resurrección Jesús
nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder
del príncipe de este mundo. El origen del odio es éste: estamos salvados
y ese príncipe del mundo, que no quiere que seamos salvados, nos odia y
hace nacer la persecución que desde los primeros tiempos de Jesús
continua hasta hoy”.
Hay que reaccionar ante el diablo – dice el Papa – como hizo Jesús, que:
“respondió con la palabra de Dios. Con
el príncipe de este mundo no se puede dialogar. El diálogo entre
nosotros es necesario; es necesario para la paz, es una actitud que
debemos tener entre nosotros para escucharnos, para entendernos. Y debe
mantenerse siempre. El diálogo nace de la caridad, del amor. Pero con
ese príncipe no se puede dialogar; se puede solamente responder con la
palabra de Dios que nos defiende”.
A CONTRAMANO DE LA OPINIÓN GENERALIZADA
Esto va a contramano de la predicación actual de la Iglesia, que sobre él calla o lo reduce a metáfora. Y a pesar de que sus alusiones han sido profusamente difundidas, décadas de
minimización del diablo proyectan sombra sobre las mismas palabras del Papa,
al punto que la opinión pública, tanto católica como laica, ha mostrado
despreocupación ante su insistencia sobre el diablo o, como máximo,
indulgente curiosidad.
Francisco habla del diablo demostrando que tiene muy claro en su mente sus fundamentos bíblicos y teológicos
Precisamente para refrescar la mente sobre dichos fundamentos ha
intervenido en “L’Osservatore Romano” del 4 de mayo el teólogo Inos
Biffi, con un artículo que recorre la presencia y el papel del diablo en
el Antiguo y el Nuevo Testamento.
CÓMO HABLAN DEL DEMONIO LAS ESCRITURAS POR INOS BIFFI
Tras la aparición del hombre, obra del sexto día de la creación,
se advierte la presencia de algo misterioso e inquietante, la serpiente.
Asombra y desconcierta lo que ésta inicia con los progenitores, y lo
que quiere obtener de estos: insinuar en ellos la sospecha hacia Dios,
es decir, persuadirles de que las prohibiciones por él planteadas
provienen de sus celos, de su temor de que ellos quieran equipararse a
él. La serpiente
encarna, precisamente al principio del mundo y de su historia, la presencia de un ser envidioso:
“Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sabiduría 2, 24).
EN EL NUEVO TESTAMENTO SE MENCIONA A MENUDO ESTA SERPIENTE
Jesús declara que el diablo es:
“homicida desde el principio”; en él “no hay verdad”; “cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8, 44). Y de nuevo Jesús lo define “Príncipe de este mundo” (Juan 12, 31; 16, 11).
Pablo afirma que:
“la serpiente engañó a Eva con su astucia” (2 Corintios 11, 3) y menciona a quien se pierde “yendo en pos de Satanás” (1 Timoteo 5, 15).
El mismo apóstol habla del vivir mundano con el que se sigue:
al “Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes” (Efesios 2, 2); menciona las “acechanzas del diablo” y nuestra batalla “contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal” (Efesios 6, 12).
La primera carta de Pablo nombra
al “enemigo”, “el diablo” o el “acusador”, que “ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (5, 8).
Y en las cartas de Juan se recuerda:
al “anticristo” que debe venir (1 Juan 2, 18); el “mentiroso” que niega que Jesús es el Cristo; el “anticristo” que “niega al Padre y al Hijo” (2, 22).
En el Apocalipsis está escrito:
“Entonces se entabló una batalla en el
cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el
Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en
el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente
antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue
arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él” (12, 7-9).
UN SER MALIGNO HOSTIL A DIOS
Entre estos textos y la exégesis de Jesús sobre el diablo, homicida y mentiroso desde el principio, el acuerdo es perfecto:
se
trata de un ser hostil a Dios, que quiere destruir su Palabra y, al
mismo tiempo, hostil al hombre, al cual quiere seducir, induciéndolo a
rebelarse contra el diseño divino. Es el maligno. En especial, el
acuerdo exegético se refiere a aquel a quien el diablo reserva su
aversión, a saber: Jesucristo.
Se sitúan así, en antítesis,
dos realezas: la de Jesús y la del príncipe de este mundo.
El demonio no tolera a Jesucristo e intenta obstaculizar de todas las
maneras posibles el eterno plan divino concebido para él. Así sucede en
el desierto.
AL QUE JESÚS VENCIÓ
Pero
Jesús se proclama vencedor de este príncipe:
“Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder” (Juan 14, 30).
Es precisamente cuando llega la hora de Jesús, la de su elevación en
la cruz y a la derecha del Padre, cuando ese príncipe es derrotado:
“en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado”.
Con la efusión del Espíritu del Señor glorificado ese príncipe
encuentra su condena (Juan 16, 11). Sobre todo Pablo resalta el dominio
del Resucitado:
en él el Padre “nos libró del poder de las tinieblas” (Colosenses 1, 13) y “una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal” (2, 15).
El cristiano ha pasado a ser partícipe del dominio de Jesús sobre el demonio:
“estando muertos a causa de nuestros
delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (…) y con él nos resucitó y
nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Efesios 2, 5-6).
PERO SIGUE CON SU INSIDIA EN LA TIERRA
Si bien ha sido derrotado definitivamente por el Señor, el demonio sigue poniendo insidia para hacer caer al hombre redimido. Por este motivo hay que estar alerta.
Pedro hablaba de su rugido y de su aún no aplacada voluntad de dañar; Pablo exhorta a aferrar el escudo de la fe:
con el cual apagar los
“encendidos dardos del Maligno” (Efesios 6, 16).
Y el mismo Jesús había enseñado a rezar pidiendo al Padre que nos liberase del maligno (Mateo 5, 13).
LA GUERRA DEL CIELO, LOS ÁNGELES BUENOS Y LOS MALOS
Las múltiples exegesis sobre la serpiente que aparece en los orígenes nos inducen a hacer algunas consideraciones.
La primera es sobre la “historia” consumada y decidida antes de la creación del hombre, y que consiste en el estallido de una
“gran guerra en el cielo”
(Apocalipsis 12, 7), es decir, en un consenso o en una rebelión
acaecidos en el mundo angelical: un consenso o una rebelión no
genéricos, pero cuyo objetivo es el concreto y eterno proyecto divino,
que es personalmente Jesucristo.
La orgullosa intolerancia de los ángeles rebeldes tiene como objeto Jesús, el que
“prevalece sobre todas las cosas” y que, por tanto, prevalece también sobre ellos.
Se entiende, entonces, como
la vida de Jesús haya estado obstaculizada por la presencia y las maquinaciones del diablo; y, por otra parte,
desde el anuncio de su nacimiento hasta la ascensión, ha estado acompañada, servida y consolada por la presencia de los ángeles,
que se alegran con él, y con él son vencedores del gran dragón y de sus
satélites, expulsados del cielo y precipitados, como afirmaba el
Apocalipsis.
El mismo Jesús afirmaba:
haber visto “a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10, 18) y hablaba del “fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles” (Mateo 25, 41).
Hemos hablado de historia que precede a la historia visible del
hombre: lo que conocemos es lo que aflora como si de un panorama
escondido se tratara, que nos sobrepasa y se nos escapa, y que ahora
sólo podemos presumir e intuir.
EL PODER DEL DIABLO SÓLO VENCIDO POR EL SEÑOR
La segunda consideración se refiere al poder impresionante de
Satanás, tan fuerte y tenaz que sólo la fuerza del Hijo de Dios lo puede
doblegar y desbaratar; es más, la fuerza del Hijo de Dios derrotado en
la cruz y, por tanto, en una condición de extrema debilidad humana se
convierte, paradójicamente y sin esfuerzo, en potencia absoluta.
El diablo consigue arrastrar todo y a todos, pero frente a Jesús
sucumbe totalmente. El Crucificado resucitado recrea una humanidad
vencedora, apartada de la influencia perversa del maligno.
El atractivo del dominio es reemplazado por el atractivo de Cristo, que declara:
“Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 32).
Sólo compartiendo el vigor de Jesús muerto y glorioso conseguimos oponernos a la tentación de la serpiente de los orígenes.
Sin embargo, podría quedar una pregunta: sin duda, la caída del ángel
y del hombre dependen únicamente de la libre voluntad de la criatura.
No sólo: el perdón del hombre estaba incluido en el amor misericordioso
del Padre, que predestinaba al Hijo Jesús redentor.
Entonces, ¿por qué el orden concreto elegido por Dios incluye esa
caída y, por tanto, la realidad del pecado? No somos capaces de
responder a esto: pertenece al
“pensamiento del Señor”, a sus
“insondables designios” y a sus
“inescrutables caminos” (Romanos 11, 32-34).
PERO NO SE PREDICA
Una tercera consideración es para manifestar sorpresa ante la
ausencia en la predicación y en la catequesis de la verdad relativa al demonio.
Por no hablar de esos
teólogos que, por un lado, aplauden que por fin el Vaticano II haya declarado la Escritura “alma de la Sagrada Teología” (Dei Verbum, 24) y, por otro, no
dudan tanto en decidir su inexistencia
– como hacen con los ángeles -, como en considerar marginal una dato
muy claro y ampliamente dado por cierto en la Escritura misma, como es
el que hace referencia al demonio, considerándolo la personificación de
una oscura y primordial idea del mal, ahora ya desmitificado e
inaceptable.
Un concepto como éste es una obra maestra de la ideología y equivale,
sobre todo, a banalizar la obra misma de Cristo y su redención.
Es por esto por lo que no nos parecen secundarias las referencias al demonio que observamos en los discursos del Papa Francisco.
Fuentes: Sandro Magister, Tempi, Signos de estos Tiempos
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