Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la salud del hombre. ¡Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había, y cuántas veces la hallé donde menos lo pensaba! Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti, mi Dios. Bendito seas Señor Dios mío, en todas las cosas que nos suceden. Flacos somos e inconstantes, presto somos engañados y nos mudamos.
¿Qué hombre hay que se pueda guardar tan cauta y discretamente en todo, que alguna vez no caiga en algún engaño o perplejidad? Mas el que confía en ti, Señor, y te busca con corazón sencillo, no resbala tan de presto. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por ti, o consolado, porque no desamparas tú al que en ti espera hasta el fin. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro tal.
¡Oh cuán bien supo aquel alma santa que dijo: Mi alma está fija y fundada en Cristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan fácilmente el temor humano, ni me moverían palabras injuriosas. ¿Quién puede prevenirlo todo? ¿Quién basta para guardarse de los males venideros? Si lo muy previsto con tiempo daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido, sino herir gravemente? ¿Pues por qué miserable de mí, no me previene mejor? ¿Por qué creí tan de ligero a los otros? Pero hombres somos, y hombres flacos y quebradizos, aunque de muchos seamos estimados y llamados ángeles. ¿A quién creeré, Señor, a quién sino a ti? Verdad eres, que no engañas ni puedes ser engañado. Mas todo hombre es mentiroso, enfermo, mudable y resbaladizo, especialmente en las palabras; de modo que apenas se debe creer luego lo que parece verdadero a primera vista.
¡Con cuánta prudencia nos avisaste que nos guardásemos de los hombres, que son enemigos del hombre los propios de su casa, y que no debíamos dar crédito a los que dijeren: Está aquí o allí lo que deseamos! El mismo daño me ha enseñado. Quiera Dios que sea para guardarme más y no para hacerme más necio. Díceme uno: Mira que seas cauto; guarda en secreto esto que te digo. Y mientras yo callo, y creo que está secreto, el mismo que me lo encomendó no pudo callar; sino que luego se descubrió a sí y a mí y se fue. Defiéndeme, Señor, de estos hombres habladores e indiscretos, para que no caiga en sus manos, ni yo cometa semejantes cosas. Pon en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí la lengua cavilosa. De lo que no quiero sufrir me debo guardar mucho.
¡Oh cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creer fácilmente todas las cosas, ni hablarlas de ligero después; descubrirse a pocos, buscarte siempre a ti, Señor, que miras al corazón, y no dejarse llevar por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se cumplan según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial, huir la humana apariencia y no codiciar las cosas visibles que causan admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que conducen a la enmienda de la vida y al fervor! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada con el callar en esta frágil vida, que toda es tentación y pelea!
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