Los católicos, a veces, por querer servir a Dios, descuidamos la misericordia y la compasión. Nos suele pasar como al sacerdote y al levita de la parábola del Buen Samaritano, que por tener prisa para ir a servir a Dios, descuidaron la compasión y la misericordia, puesto que pasaron de largo por aquel camino sin socorrer al herido.
También nosotros podemos caer en este error, y agitados por tantas cosas que tenemos que hacer, incluso las obligaciones del culto a Dios y las oraciones y obras, etc., quizás muchas veces podemos también “pasar de largo” ante las necesidades de los hermanos.
Sigamos sirviendo a Dios, pero también tengamos un ojo atento a las necesidades de quienes tenemos al lado.
Hagamos oración, y mucha; pero si nos necesitan los hermanos, interrumpamos la oración, que a caridad hecha, caridad premiada, y luego volveremos a la oración y seremos más agradables en la presencia de Dios.
Pero aunque seamos molestados en la oración por atender al hermano necesitado, y no podamos terminarla, igualmente Dios tomará esa obra de misericordia y condescendencia, como la mejor oración.
Nos pasa a todos, que a veces tenemos prisa por las “cosas de Dios” y nos olvidamos de servir realmente a Dios según las circunstancias. Queremos servir a Dios a nuestra manera, en lugar de estar siempre atentos a las sugerencias de su Voluntad.
No nos vayamos a los extremos, porque la virtud siempre está en el medio. Sirvamos a Dios en lo pequeño y en lo grande, en la oración y en la acción, teniendo un corazón capaz de compadecerse del prójimo.
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