LA MEDIDA ESTÁ COLMADA,
EL VASO SE DERRAMA
Parte 5ª
1 de Diciembre de 1977
MI IGLESIA
Supremacía sobre todas las autoridades de la tierra
Escribe, hijo mío,
soy Yo, Jesús, que quiero retomar el discurso hace poco interrumpido; de los males de mi Iglesia y de los responsables de los males
de la misma, ya te he hablado bastante en los libros precedentes, pero no he agotado el argumento, hay otras cosas que aclarar que
a continuación aclararé.
De cuanto te he dicho en los dos mensajes precedentes, emerge una realidad dura para los actuales gobernantes de los pueblos, la
plena supremacía de Mi Iglesia sobre todas las autoridades de la tierra, y esto por Su origen, no humano sino divino, por Su misión,
que trasciende los bienes y las cosas terrenas, por Sus fines, que son los mismos por los que Yo, Jesús, Unigénito Hijo del Padre,
en la plenitud de los tiempos, me he hecho Carne y he muerto en la Cruz para la salvación del género humano.
Todo esto, para los hombres de iglesia, debe ser siempre motivo no de soberbia sino de humildad; deberían tener conciencia de que
fueron ab aeterno 77 elegidos, no por sus méritos particulares sino por pura Bondad Divina.
Estridente contraste
Yo, con el misterio de mi real, física y personal presencia eucarística en mi Iglesia, misterio por el que se maravillaron los ángeles
del Cielo, con mucha razón, poniéndome en el centro de toda la creación puedo decir a todos: "aprended de Mí, que soy manso y
humilde de Corazón".
Observa, hijo mío, qué estridente contraste entre Mí, recién nacido Mesías en la cueva de Belén; observa y medita ahora en el no
menor contraste entre Mí, Jesús, Crucificado en la Cruz, frente a la pomposa altivez escondida bajo las apariencias de una
aterciopelado humildad que les altera hasta la personalidad y les permite manifestarse como en realidad no son.
En otras palabras,
se han creado una máscara que oculta a los demás su verdadera fisonomía; pues bien, hijo mío, Satanás es quien les ha puesto esa
máscara sobre su rostro y Satanás mismo será quien se la arrancará del rostro.
Oh, hijo mío, no te preocupes por las verdades que escribes, fuera esa turbación; la "verdad", tan poco amada, debe ir siempre
afirmada, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan de ello, nadie te podrá tocar ni un cabello; deberás sufrir, pero ¿no
he sufrido Yo, Eterno Verbo de Dios, Yo, suma y eterna Verdad, por afirmar la "verdad”?
Sí, lo repito una vez más, ¡qué tremendo contraste entre ellos y Yo!
Pero la hora de la Purificación barrerá fuera toda la
podredumbre de teólogos presuntuosos y soberbios que tanto veneno han sembrado por doquier en Mi Iglesia, barrerá fuera toda
la suciedad con la que se ha contagiado cada cosa, desfigurando el Rostro de Mi Iglesia, aquel Rostro que Yo le di en su
nacimiento; ahora ella está envuelta en la oscuridad y colmada hasta el punto de desbordar de innumerables contradicciones; hijo,
en mi Iglesia no pocos Pastores, Sacerdotes, almas consagradas en general y fieles, son incapaces de reconocerse como lo que en
realidad son.
Hijo mío, en la Iglesia renovada no toleraré más burócratas, funcionarios, gobernadores, profesionales... ¡no! Santos quiero,
Padres, solamente padres, capaces de ejercer su mandato con bondad, no separada de la firmeza, pero firmeza paterna, siempre y
sólo paterna.
Un padre nunca hace injusticias contra sus propios hijos, aunque los hijos no siempre sean respetuosos con relación a sus padres;
si todos los Pastores de almas, sacerdotes, etc., fueran verdaderamente "padres", desaparecerían en Mi Iglesia todas las injusticias,
un gran mar de injusticias; hijo, no digo todas, pero sí que muchas evasiones se deben atribuir a quien en mi Iglesia se ha olvidado
de ser "padre"; piensa, hijo, vocaciones destruidas, sofocadas en la soberbia y en el orgullo de quien no ha sabido o no ha querido
ser padre.
No se ama ni se perdona por poderes
Un verdadero padre sabe comprender y perdonar al hijo que yerra; el padre verdadero sabe comprender a la oveja que se ha
perdido y la sigue, la busca y, encontrándola, se la pone sobre los hombros, un verdadero padre se ocupa directamente del hijo
perdido, ni se ama, ni se perdona por poderes.
Hijo, tú bien sabes, el amor lleva a la unión; si en mi Iglesia se observara el primer y máximo mandamiento del amor habría no la
unión, sino una verdadera y auténtica comunión; tú mismo puedes constatar cómo están las cosas al respecto.
Hijo mío, nunca
podrá ser comprendido por mente humana el precio de la soberbia, que vuelve necios a los hombres.
En Mi Iglesia regenerada ya no habrá tantos muertos como se registran en la iglesia hoy.
Ésta será mi venida intermedia a la tierra con el advenimiento de Mi Reino en las almas, y el Espíritu Santo será el que mantendrá
purificada con el Fuego de su Amor y con sus Carismas a la nueva Iglesia, que será eminentemente carismática.
Actualmente muchos Obispos son desconfiados con relación a los carismáticos, ¿en dónde tiene origen esta desconfianza? ¿Tal
vez en la prudencia? Algunas veces sí, pero muchas veces, tiene su origen en los celos, que son hijos de la soberbia; se tiene miedo de que el carismático disminuya el prestigio, al que casi todo se sacrifica, el prestigio es la sombra maléfica de Satanás, que
los persigue por todas partes.
Hoy muchos no comprenden, pero llegará el tiempo en que comprenderán.
La soberbia que envuelve mi Iglesia con sombras de muerte, frustra las finalidades de mi Iglesia, porque es causa de la perdición
eterna de muchísimas almas; si se piensa luego, que la perdición de una sola alma, es más grave que todas las desgracias,
sufrimientos y calamidades de todos los tiempos, bien se podrá comprender lo dramático de la situación.
Basta por ahora, hijo; te bendigo, reza y ámame.
77 Desde la eternidad
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