Queridos amigos:
Conocer, ver, creer, hacer, son cuatro verbos que articulan este fragmento del evangelio de Juan. Son, en realidad, dimensiones interiores de la relación personal del Hijo con el Padre, y de los discípulos con Cristo. El conocer, en este contexto, implica afinidad, familiaridad. Conocer a alguien, a un apersona, no se logra por la mera objetividad; requiere contacto personal.
“El que me ve a mi, ve al Padre”, esta respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe es una de las más densas de todo el evangelio por lo que se refiere a la Cristología. Ver a Jesús es ver al Padre. La razón objetiva reside en que Jesús es el Hijo y el Padre está presente en él, habla en él, actúa en el.
El texto nos llama a fijar la mirada en él, a ver a Jesús. Se trata de un ver especial. No es suficiente un ver superficial. Es menester un ver penetrante. Se fija en la profunda identidad de Jesús; experimenta que escuchar a Jesús es escuchar a Dios mismo; que aceptar las obras de Jesús es aceptar las obras de Dios mismo.
Esta es la experiencia original cristiana. A través de los gestos de Jesús se transparentan los de Dios mismo; a través de la apertura y la misericordia de Jesús se realiza la apertura y la misericordia de Dios mismo; a través del amor entrañable de Jesús es el Padre mismo el que revela y realiza su identidad amorosa.
En el lenguaje de la teología hemos expresado esta experiencia original del Nuevo Testamento diciendo que Jesús es el sacramento de Dios; la vida histórica de Jesús es la parábola viva del Padre.
En la oración trato de revisar mi propia experiencia religiosa confrontándola con lo leído en la Palabra. ¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice a mí? ¿Puedo confesar personalmente que para mí Jesús es el sacramento vivo de Dios Padre? ¿Qué revela de mi mismo este evangelio? ¿Qué me pide que haga?
Bonifacio Fernández,cmf
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