En principio, el Evangelio nos quiere invitar a vivir otra vida diferente de ésta que Dios mismo nos ha regalado al crearnos. Jesús nos anuncia el reino de Dios, que no es otra cosa sino la voluntad de que nosotros, sus hijos e hijas, vivamos como hermanos ya en el aquí y ahora de la vida que nos ha tocado vivir.
Por eso, la mayor parte de las enseñanzas de Jesús se dirigen a mostrarnos el camino para ser más felices, para vivir mejor y con más plenitud la relación entre las personas. Lo de hoy es un claro ejemplo. Y las palabras de Jesús están llenas de sentido común.
Vamos a lo concreto. ¿Quién puede defender que el juicio duro y condenatorio contra el hermano es una buena forma de construir la fraternidad? Esta claro que de esa forma sólo se construye la distancia, la desconfianza, la violencia, el rencor, el odio y otras muchas cosas que no construyen sino que destruyen la relación entre las personas. Y que a la larga y a la corte nos hacen infelices.
Es cierto que todos tenemos una profunda clarividencia para ver los defectos de nuestros hermanos. Hay una vocación oculta en todos nosotros de jueces severos. Se demuestra en esa especial facilidad para juzgar, y generalmente de paso condenar, las acciones y actitudes de los que conocemos y han tenido la debilidad de meter la pata, de cometer algún error.
Jesús nos invita a superar esa tendencia/tentación que nos ronda siempre. En lo que dice en el Evangelio de hoy, usa un poco la ironía. Tenemos que superar esa tentación de ser jueces severos aunque sólo sea porque, si caemos en ella, es muy posible que los que ahora somos jueces pasemos a ser en otro momento acusados y utilicen con nosotros la misma severidad. A poco inteligentes que seamos, nos daremos cuenta de que es mejor usar la misericordia con nuestros hermanos y hermanas. Así tendremos más posibilidades de que usen la misericordia con nosotros. Y, luego, sigue Jesús, ¿quién puede decir que es totalmente puro para denunciar con tanta fuerza la falta del hermano? La verdad es que todos escondemos alguna historia en nuestro armario particular. Y que no nos conviene que salga a la luz.
Pero, esa no es la razón más importante para no juzgar a nuestros hermanos. La verdad es que el juicio severo no construye nada. Para construir el reino lo que hace falta es mucha misericordia, mucho perdón, mucha paciencia, mucha tolerancia. Todo eso crea agradecimiento, abre posibilidades a las personas, devuelve la esperanza. Todo eso construye y no destruye. Es, nos lo diría el mismo Jesús, de sentido común.
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