Está claro que lo más fácil es dejarse llevar. Si alguien me hace enfadar, pues me enfado, grito, chillo. En definitiva, me dejo llevar por la furia. Eso es lo más fácil. Lo más difícil es intentar controlarme, detenerme antes de empezar a chillar, pensar un poco si merece la pena. Y, sobre todo, darme cuenta de las consecuencias que pueden tener mis chillidos y mis frases llenas de ira sobre los otros. Y esto no es más que un ejemplo. Hay quien tiene ataques de furia y que guarda en su corazón el odio y lo atesora y le da vueltas y lo cultiva, siempre pensando en lo que va a hacer para vengarse de la afrenta recibida. Está claro que lo más fácil es dejarse llevar, tirarse por la cuesta abajo.
Pero está claro que todo eso no construye nada. Más bien destruye, deshace, arrasa, derriba cualquier relación que se haya podido constituir entre las personas.
Jesús nos invita a participar en el reino. No es un reino que se sitúa en el futuro ni en un planeta diferente ni en el cielo. El reino es para aquí y ahora. El reino, como dice Jesús, ya está aquí entre nosotros. Pero el reino escoge esfuerzo, compromiso, trabajo. El reino no se construye dejándose llevar sino agarrando las riendas de nuestra propia vida y llevando nuestros caballos por donde nosotros queremos.
La puerta de que habla Jesús no es una puerta que nos lleve a otro mundo ideal donde todo es felicidad y azul y facilidad y... Nada de eso. La puerta que tenemos que atravesar es la de nuestra propia indolencia, la de nuestra inercia. Jesús nos invita a salir de nuestra zona de comodidad y egoísmo para entrar en la dimensión del reino.
Ahí construimos la relación humana con los materiales de que ya hemos hablado tantas veces en estas páginas: perdón, cariño, misericordia, tolerancia, comprensión, justicia, amor a los más pequeños y débiles... No hay otros materiales para construir el reino.
Erich Fromm en un librito que se titulaba “El Arte de Amar” decía que el amor de la pareja tiene muy poco que ver con el enamoramiento inicial. Ese no es más que un punto de partida. Pero el amor se construye luego a base de esfuerzo y compromiso. Hay que querer “amar” a pesar de todos los pesares. El título del libro ya indicaba que amar es un arte que exige mucha práctica, mucho entrenamiento. Lo mismo se puede aplicar al amor cristiano. Es mucho más que un sentimiento. Es un esfuerzo y un compromiso. Cuando se vive así, entonces se construye el reino y se abre la posibilidad para todos de vivir una vida más plena. Esa y no otra es la voluntad de Dios para todos nosotros.
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